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Transición y crisis en Brasil

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini, con la anotación “inédito, (1992)”.


La economía brasileña, que, a partir de los años 50, basara su desarrollo en la sustitución de importaciones, vía instrumentos tarifarios, cambiarios y crediticios, sufre, a raíz del golpe militar de 1964, un brusco viraje en la política económica, el cual se extiende por todo el primer gobierno castrense (1964-1967). Es cuando se plantea la conversión del país en economía industrial-exportadora, a cuyo efecto se comprimen los salarios, se unifican las tasas de cambio, se rebajan los aranceles, se redirecciona el crédito estatal, se modifica la política de precios públicos y se pone en práctica una política exterior de corte subimperialista.

La insatisfacción de las clases medias y sectores populares, así como de fracciones burguesas desplazadas, con la política dicha de promoción de exportaciones dio origen a una activa resistencia al proyecto burgués-militar, que fortaleció a la izquierda y alcanzó su máxima expresión en las guerrillas urbanas y rurales que se desarrollaron entonces en el país, las cuales fueron enfrentadas sin contemplaciones por la dictadura, mediante un régimen de terror. Tras atravesar una dura recesión (1964-1966), la economía ajústase al nuevo patrón económico, retoma su crecimiento y comienza a salir al exterior, en un proceso que quedó conocido como “milagro económico” (1968-1973).

La crisis del modelo industrial-exportador

En 1974, al asumir el gobierno el general Ernesto Geisel, la lucha armada dejaba de existir y la recomposición de la izquierda movíase hacia el trabajo de masas y la lucha democrática pacífica, en lo que era alentada por la experiencia que sus militantes más jóvenes habían vivido en Chile, durante el gobierno de Salvador Allende. Esa evolución de la izquierda, que reforzaba su núcleo más tradicional, contribuyó de modo significativo para que la lucha antidictatorial transitase de la resistencia, que implicaba la no aceptación del régimen militar, a la oposición, que partía del reconocimiento de éste y se daba como objetivo su transformación. El Movimiento Democrático Brasileño (MDB), partido de oposición consentida, fue el instrumento por excelencia de la nueva estrategia, viabilizando una alianza de clases que reunía sectores descontentos de la burguesía, masas crecientes de la pequeña burguesía, la clase obrera y el campesinado, además de políticos y militares disidentes.

La adhesión de los sectores mayoritarios de la burguesía al régimen militar limitaba el peso y la capacidad de expresión de sus representantes en el frente antidictatorial. Hasta 1980, cuando una nueva ley de partidos siguió al decreto de la amnistía política, el discurso del MDB fue fuertemente influido por la intelectualidad pequeño-burguesa, discurriendo en un cauce caracterizado por la exaltación de la democracia, la defensa de los intereses nacionales y las aspiraciones de justicia social.

La coyuntura internacional favorecía la configuración de ese perfil ideológico. Frente al reto que implicaba la confluencia creciente de las luchas de liberación nacional en los países del Tercer Mundo con el poderío económico y militar de la Unión Soviética, Estados Unidos, bajo la presidencia de James Carter, procedía a una revisión dramática de su política internacional, lo que acarreaba desentendimientos y conflictos con las dictaduras militares latinoamericanas. Aunado a ello, la crisis prolongada a que ingresa la economía capitalista después del alza de los precios del petróleo, en 1973, acentuaba la competencia en el mercado mundial, conduciendo a la búsqueda de nuevas alianzas internacionales y a la práctica de políticas proteccionistas.

Bajo la presión de esos factores internos y externos, el gobierno de Geisel es llevado a modificar sustancialmente el proyecto burgués-militar. En el plano internacional, abre mano de la subordinación incondicional a Estados Unidos, para poner de pie lo que llamó de “pragmatismo responsable”, vale decir un conjunto de acciones destinadas a sacar provecho de la fragilidad del liderazgo norteamericano y de las contradicciones que la agudización de la competencia provocaba entre los centros imperialistas; el fruto más espectacular de esa nueva política fue la firma de un acuerdo con Alemania Occidental que abría a Brasil el dominio de la tecnología nuclear. En el plano interno, revigoriza la política proteccionista, orientada a la sustitución de importaciones, y la articula con la política de promoción de exportaciones adoptada desde 1964, aumentando considerablemente las transferencias de recursos estatales a los grupos privados, vía crédito subsidiado, incentivos y exenciones fiscales.

Reside allí, junto a la derrota de la izquierda, el secreto de la estabilización política alcanzada por la dictadura. Al restablecer la sustitución de importaciones, combinándola con la promoción de exportaciones, el Estado mantuvo el crecimiento económico y logró neutralizar a los sectores burgueses descontentos, así como a las clases asalariadas, en particular la clase media. Pero, además de volver irreconocible el proyecto económico original, ello implicó para el sector público un enorme esfuerzo de financiación. El Estado hizo frente al aumento de gastos mediante el endeudamiento interno y externo, así como estimulando la competencia de los capitales originarios de Alemania y Japón con los capitales norteamericanos ya instalados en el país.

Fue sobre esa base como el país pudo mantener altas tasas de inversión (la tasa media anual de formación bruta de capital fijo giró en torno a 22% del PIB, entre 1971-1980) y de crecimiento del PIB (tasa media anual, en el período, de 8,7%). Eso se verificó independientemente de que, pese a la expansión de las exportaciones (que vieron, simultáneamente, los embarques de productos manufacturados y semimanufacturados pasar a representar dos tercios del total), la balanza comercial registrase, durante todo el período, un déficit anual medio de 1750 mil millones de dólares. La explotación intensiva del mercado interno, con base en el tramo de 20% a 25% que constituye su elemento dinámico, permitió a la industria automotriz ubicarse en el décimo puesto internacional, en 1980, con producción superior a 1 millón de unidades, al tiempo que —gracias a las “grandes obras” financiadas por el Estado (presas, carreteras, etc.)— se observó el surgimiento de una nuevo y poderoso segmento industrial, representado por las constructoras. Desde 1976, acelérase también el montaje de una industria bélica, que repercute en el desarrollo de la industria automotriz y de autopiezas, de las constructoras y de la mecánica pesada, llegando, al final de la década, a inducir el surgimiento de una industria microelectrónica y de informática y de una producción sofisticada en telecomunicaciones.

Sin embargo, la doble vía de la búsqueda de una mayor autonomía relativa en el plano internacional y de desarrollo interno enmascaraba la base real sobre la cual ella se realizaba: la dependencia creciente en relación al capital extranjero y, aún más, a los capitales de préstamo. El segundo choque del petróleo, en 1979, y el alza de las tasas internacionales de interés pusieron en evidencia esa realidad. Bajo la presión de los organismos de crédito y la banca internacional, así como de los Estados acreedores, en especial Estados Unidos, el gobierno brasileño es forzado a tratar de reducir el déficit público y a formar grandes saldos comerciales, capaces de asegurar el pago del servicio de la deuda externa (que en 1982, año en que se decreta la primera moratoria y se acepta formalmente la tutela del FMI, asciende a 5% del PIB).  

Es, pues, sobre el telón de fondo de la crisis del patrón de desarrollo adoptado en los 70s que se inicia el agotamiento de la dictadura militar y comienza la transición a la democracia.

La redemocratización

El cambio de guardia efectuado por la dictadura en 1979, con el reemplazo del general Geisel por el general João Baptista Figueiredo en la presidencia de la República, le permitió lanzar formalmente la política de redemocratización. La reforma partidaria de 1980, que suprimió el bipartidismo, partió de la constatación de que, en la medida en que el MDB se volviera el partido mayoritario, los comicios a dos bandas asumían carácter de verdaderos plebiscitos y conducían inevitablemente a la derrota del régimen militar. Con la reforma, el ala izquierda del partido opositor se desprendió para formar dos nuevos partidos: el de los Trabajadores (PT) y el Democrático Laborista (PDT), permitiendo a la burguesía asumir el control del nuevo PMDB. Paralelamente, la dictadura intentó crear una tercera agrupación burguesa con desprendimientos del partido oficial, el Democrático Social (PDS), y del PMDB. Sin embargo, esa agrupación: Partido Popular (PP) tuvo vida corta, fusionándose luego con el PMDB.

La suma de esos movimientos llevó a que, al pasar de MDB a PMDB, hubiese más que un cambio de sigla. Es cierto que una radiografía de la base social del nuevo partido mostraría una composición de clases similar a la del MDB, pero en proporciones distintas. Y, en política, cantidades diversas pueden resultar en configuraciones radicalmente diferentes.

El PMDB exhibía una base obrera, que se expresaba en la Central General de los Trabajadores; pero los sectores más combativos y progresivamente más numerosos del movimiento obrero y del campesinado quedaban fuera de él, agrupados en la Central Única de los Trabajadores, vinculada al PT. El PMDB seguía siendo el partido por excelencia de las clases medias, pero, en sus expresiones orgánicas e ideológicas más avanzadas, ellas estaban en el PT y también en el PDT. El PMDB contaba con el respaldo de la gran burguesía industrial, así como de la mediana y la pequeña (estas últimas, presentes también en el PDT), pero la gran burguesía ejercía en el PMDB una hegemonía que nunca había tenido en el viejo MDB.

Esas características hacían del PMDB, independientemente de su base policlasista, un partido burgués y determinaron su comportamiento en el episodio que fijó, en 1984, el modo de transición de la dictadura militar al gobierno civil. Capitalizando los frutos políticos de la campaña nacional en pro de elecciones presidenciales directas inmediatas, o directas-ya, como quedó conocida, el PMDB los utilizó siempre como medio de negociación al interior del bloque burgués y no dudó en hacerla fracasar, cuando eso pareció conveniente al éxito de la negociación. Asegurando de antemano su participación en el Colegio Electoral que procedería a las elecciones indirectas, el partido favoreció la derrota en el Congreso de la enmienda constitucional que debería instituir el voto directo. Imprimió así al cambio de régimen el sello de la continuidad, antes que de la ruptura.

Para llegar a la victoria, la burguesía debió recomponer su unidad de clase. Este fue el sentido de la escisión del partido gobiernista, que dio origen al Partido del Frente Liberal (PFL), y de la alianza del bloque disidente con el PMDB para hacer posible la elección de Tancredo Neves en el Colegio Electoral. La prematura muerte de éste llevó a que el cetro acabara en las manos de José Sarney, ex-presidente del PDS y mentor del movimiento de escisión. Resultado que rebasaba las expectativas de los más prudentes estrategas de la dictadura, como los que habían llevado a que, durante su gobierno, el general Geisel expresase el deseo de que la transición democrática tuviese lugar de manera “lenta, gradual y segura”.

Tras haber sido iniciada por la misma dictadura militar, con sus leyes de amnistía y de partidos, la redemocratización entraba así a una nueva etapa, en la cual estaría profundamente ligada al PMDB, principal partido de oposición, pero seriamente condicionada por el PFL, expresión de la continuidad del viejo régimen. Esa ambigüedad determinará el modo de ejercicio del poder por la burguesía, o más bien por sus fracciones, entre las que destacaban la gran burguesía industrial, todavía sin marcadas diferenciaciones internas, y los conglomerados financieros. 

1985, primer año de gobierno, transcurrió en un contexto de empate hegemónico, sin cambios significativos a nivel de las políticas públicas. Reinando sin gobernar, el PMDB se limitó a usufructuar las ventajas que le proporcionaba el ejercicio del poder: en el Congreso, en los ministerios, en las empresas públicas, protagonizó una serie de escándalos, exhibiendo la misma irresponsabilidad y codicia que criticara en los gobiernos militares. El régimen, a su vez, carente de legitimidad y frenado por el empate hegemónico en que se sustentaba, llevó el país a experimentar una sensación de vacío de poder, que estimulaba la manifestación de intereses fraccionales y corporativos.

En ese contexto, recrudeció la lucha de clases, sin que empero de ella emergieran proyectos políticos capaces de movilizar a las amplias masas y abrir nuevos horizontes a la sociedad como un todo. Los conflictos se centraban más bien en el esfuerzo de cada clase y sector de clase por garantizar y mejorar su participación en la riqueza creada. Indicadores por excelencia de esa participación, los salarios y los precios aceleraron su movimiento y pusieron el país al borde la hiperinflación. Esto se haría aún más evidente después de las elecciones municipales de noviembre de 1985: mientras los partidos no comprometidos con el gobierno, como el PT y el PDT, obtenían victorias significativas en su propio campo y avanzaban en el resto del país, el PMDB regredía en el plano nacional y amargaba una humillante derrota en S o Paulo, su plaza fuerte.

El debilitamiento del PMDB abrió espacio a sus parceros, propiciando la conquista de nuevas posiciones por el PFL (pese a su pobre desempeño electoral) y la autonomización de Sarney, quien se beneficia de su estrecha ligazón con los militares. Mediante el acercamiento del PDT al PT y la atracción que ejerce Leonel Brizola sobre sectores descontentos del PMDB, empieza a gestarse un nuevo frente político, que se propone hacer lo que el PMDB no había osado: devolver al bloque burgués-popular la conducción del proceso e imponer al régimen la vocación de cambio que presidiera a la lucha antidictatorial, a través de la convocación de elecciones directas para la presidencia de la República.

El Plano Cruzado, de marzo de 1986, primero de una serie de choques heterodoxos, fue la respuesta del gobierno y del PMDB a esa situación. Diseñado y conducido por el ministro de Hacienda, Dilson Funaro, empresario de S o Paulo, visó a legitimar el gobierno de Sarney, restablecer el control burgués, vía PMDB, sobre el movimiento de masas y devolver la iniciativa a la burguesía industrial. El mayor sacrificio quedó reservado a la burguesía comercial ligada al mercado interno, eslabón débil del bloque burgués, pero la política monetaria y las reformas pretendidas, en particular la bancaria, deberían impactar también a la fracción financiera. En la medida en que esta impidió su realización, el plano no pasó del congelamiento de precios y salarios, junto a la devaluación de la moneda, y acabó por beneficiarla, así como a los grupos agrarios dedicados a la exportación. Sin embargo, las expectativas que creó y la liquidación de ahorros a que procedió la clase media estimularon la demanda y mantuvieron en patamar elevado las tasas de crecimiento económico.

Hacia mediados del año, la euforia provocada por el plano empezó a ceder. Por un lado, el aumento artificial de la demanda llevó al desabastecimiento de bienes y luego al mercado negro; por otro, la equivocada política cambiaria condujo al crecimiento de las importaciones y a la caída en flecha de las exportaciones. El resultado fue la liquidación de las escasas divisas del país y su incapacidad para hacer frente a los compromisos externos, que llevarían a la moratoria de 1987. Pese a ello, el PMDB resultó el gran vencedor en las elecciones parlamentarias y para gobiernos estatales de 1986. El partido conmemoró esa victoria poniendo fin al Plano Cruzado, mediante la suspensión del congelamiento de precios.

Al reunirse el nuevo Congreso, a quien cabía también erigirse en Asamblea Constituyente, la élite política del país se encontraba de nuevo desacreditada y era blanco de manifestaciones populares de descontento, que en Brasilia, capital de la República, asumieron carácter de verdadero motín. Huérfano de respaldo político, Sarney es cada vez más rehén de los militares y disfruta esa situación, pasando a gobernar con un grupo de áulicos, en su mayoría incompetentes y corruptos. Con la economía viendo caer sus tasas de crecimiento y tendiendo al estancamiento, mientras se aceleran los índices inflacionarios, la cuestión económica pasa paradoxalmente a segundo plano, quedando la escena ocupada por las presiones y debates en torno a la futura Constitución.

El fin de la transición

agregar: Possibilidades e limites da Assembléia Constituinte – A nova Constituição e os caminhos da democracia

inserir, no princípio, o estudo do ILDES e aproveitar o que for possível do resto

considerar o estudo sobre distribuição da renda

Ruy Mauro Marini

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