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Replanteo norteamericano: ¿retorno a la guerra fría?

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 6 julio 1977.


No hace mucho, en la sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el presidente James Carter causó sorpresa, al denunciar el poderío militar del Pacto de Varsovia como una amenaza a la seguridad de occidente y al concitar a los países de Europa occidental a aumentar sus presupuestos militares. Ese pronunciamiento obligó a reflexionar a quienes habían preferido fijarse en las posturas liberales y humanitarias adoptadas por el Gobierno norteamericano, considerando como un mero traspiés su posición respecto a la limitación de armas estratégicas, que tanto disgusto ha suscitado en la Unión Soviética.

Esa posición, que fue comunicada a los dirigentes soviéticos por el secretario de Estado, Cyrus Vance, en su visita a Moscú, pone obstáculos a que los dos países puedan seguir la línea de reducción concertada de su esfuerzo armamentista, establecida hace dos años en las primeras negociaciones sobre la materia (SALT‑I). En efecto, las condiciones norteamericanas para la segunda ronda de negociaciones implican una reducción del armamento soviético en beneficio del poderío bélico de Estados Unidos o la señal verde por parte de ambos gobiernos para el desarrollo de nuevas armas estratégicas, en lo que Estados Unidos también lleva ventaja.

La resistencia que esas proposiciones han encontrado en la Unión Soviética pone en peligro a la distensión. Este peligro se ha acentuado en la medida en que, lejos de revisar su posición, Estados Unidos ha pasado a implementarla, como lo demuestra el pronunciamiento de Carter en la OTAN o su reciente decisión de empezar la producción masiva del proyectil Crucero, una de las nuevas armas que los soviéticos han objetado.

Las propuestas de Vance habían dado lugar a la suposición de que el Gobierno norteamericanos se lanzaba a un juego peligroso, que podría llevar a la ruptura de la distensión, sin que esto fuera sin embargo el objeto que él persiguiera deliberadamente. Los pasos posteriores de Carter le quitan base a esa suposición y hacen más bien pensar que éste lleva a cabo el reemplazo de la distensión por una política dura hacia la Unión Soviética, que el ex presidente Gerald Ford había bautizado como de “paz con fuerza”.

¿Podría esta política representar el resurgimiento de la guerra fría? Es improbable. La guerra fría, tal como se planteó en 1947, era la expresión de una correlación mundial de fuerzas, en la que Estados Unidos y la Unión Soviética aparecían no sólo como dos superpotencias, sino que como las únicas potencias económicas y militares en un mundo devastado por la guerra. Treinta años después, la reconstrucción europea, la reafirmación de potencias como Alemania Federal y Japón, la emergencia de China, el surgimiento de potencias medias como Israel, Irán, India, Brasil, Sudáfrica, todo ello configura una estructura internacional mucho más compleja.

En cierto momento, cuando Henry Kissinger reinaba en la política exterior norteamericana, se pensó incluso en el paso de un esquema bipolar de poder, a escala mundial, a uno multipolar. Esta tendencia se expresaba en la regionalización del conflicto norteamericano‑soviético, en áreas como el sudeste asiático, el Medio Oriente, África Austral e, incluso, América Latina, particularmente en la cuenca del Caribe.

La política exterior que implementa la actual administración norteamericana parece ir destinada a modificar esa situación, para lo que actúa en dos sentidos. Primero, realinear tras la conducción norteamericana a las potencias capitalistas de más expresión, principalmente Alemania Federal y Japón, y retomar la posición de interlocutor privilegiado del campo occidental ante la Unión Soviética. Segundo, desconflagrar o enfriar las “zonas calientes” del Tercer Mundo, para dar viabilidad a la primera línea de acción y también, o sobre todo, por el hecho de que el enfrentamiento con la Unión Soviética en este plano ha resultado desastroso para Estados Unidos, en esta década.

Pero es evidente que el replanteamiento de la hegemonía norteamericana, en estos términos, está limitado por la actual estructura internacional de poder, así como por el grado de desarrollo del potencial destructivo de la industria bélica, que vuelve mucho más costosa que hace tres décadas una confrontación directa entre las grandes potencias mundiales. Más que de un retorno a la bipolaridad, que estuvo en la base de la guerra fría, habría que pensar en una multipolaridad controlada, con la acentuación del papel rector de Estados Unidos.

La dilucidación de esta cuestión es de gran interés para los países dependientes, en particular los de América Latina, en la medida en que determina el grado de autonomía que la estrategia global norteamericana está dispuesta a concederles.

Ruy Mauro Marini


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