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Kampuchea: una aberración histórica

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 10 de enero de 1979.


El derrocamiento del régimen de Pol Pot por el Frente Unido Nacional para la Salvación de Kampuchea (FUNSK) puede examinarse bajo varios aspectos. Dada las relaciones de amistad que mantiene el FUNSK con Hanoi, constituye un paso más del sufrido y valeroso pueblo vietnamita, en su marcha hacia la construcción de una sociedad mejor en su país y la convivencia armónica con sus vecinos. Representa, también, un serio tropiezo de China en la puesta en marcha de una política que, al tiempo que la acerca a Estados Unidos y a la OTAN, la lleva a buscar la hegemonía en Asia y acentúa la amenaza de enfrentamiento con la Unión Soviética. Además, en la medida en que expresa la capacidad de Kampuchea y Vietnam para resolver sus propios problemas, es más un fracaso de Estados Unidos en la agresiva rivalidad que mantiene con la Unión Soviética.

Aunque todo esto sea importante, los acontecimientos de Kampuchea tienen otra dimensión, que merece ser destacada: el hecho de que, con la caída del régimen de Pol Pot, se corta de un tajo una desviación —y, por ello, un desarrollo perverso— del socialismo, como ideología y práctica revolucionaria. Aunque, por la misma orientación del régimen depuesto, que lo llevaba a encerrar el país en un muro de silencio, sea poco lo que se conoce de lo que hizo en sus tres años de vida, ese poco es suficiente para dejar entrever una realidad sombría. Tanto es así que el mismo príncipe Norodom Sihanouk, ex jefe de Estado kampucheano, quien se encuentra en las Naciones Unidas para denunciar la “agresión vietnamita”, admitió que no simpatizaba con el régimen de Pol Pot, aunque lo acepte ahora como expresión de “nuestra resistencia”, mientras el embajador norteamericano en la ONU, Andrew Young, manifestó que “es difícil experimentar simpatía por un gobierno responsable de la muerte de un número considerable de sus propios ciudadanos”.

Ese “número considerable”, alcanza a por lo menos un millón de personas, de acuerdo a datos de instituciones como Amnistía Internacional. Los muertos no son el resultado de combates e insurgencia, sino víctimas indefensas de un régimen de terror, que sacrificaba sin piedad a su pueblo, la mayor parte campesinos que habían apoyado la instauración de ese régimen y hasta que habían combatido por él. La razón de ser (si así se le puede llamar) del genocidio practicado por Pol Pot contra su propio pueblo era su afán de imponer a sangre y fuego una ideología y un sistema de vida reaccionarios y oscurantistas.

Lo demuestra el hecho de que uno de los once puntos del programa de gobierno del FUNSK sea la reapertura de las escuelas primarias y otro, la abolición del matrimonio obligatorio, así como la restauración de la familia como unidad. Lo demuestran los intentos de justificación que escribieron teóricos delirantes, de una sociedad cerrada sobre sí misma, al margen del mercado mundial y fuera de la convivencia internacional. Lo demuestran, en fin, las medidas del régimen de Pol Pot, que trascendieron al exterior, en el sentido de suprimir el antagonismo ciudad ‑campo sobre la base de la supresión de la ciudad misma, que implicó la despoblación de centros urbanos como Pnom Penh, a la par de instaurar un brutal sistema de trabajos forzados en la campaña.

Es por eso que el régimen de Pol Pot representaba un engendro seudosocialista, la creación monstruosa de una dirigencia pequeñoburguesa, despótica y reaccionaria. Aunque sus raíces puedan buscarse en el maoísmo, tanto en la expresión práctica de liderazgo de un grupo militar sobre la masa campesina, como en su manifestación ideológica hostil al progreso y la técnica, era una aberración aún respecto a éste y sólo el oportunismo del actual Gobierno chino explica el apoyo que le prestó. La derrota de Pol Pot, más allá de sus implicaciones internacionales, es pues una victoria del socialismo y una perspectiva de desarrollo y justicia social para el pueblo de Kampuchea.

Ruy Mauro Marini


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