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Bolivia: el golpismo a la defensiva

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 1° agosto 1980.


A lo largo de las dos últimas décadas, la historia latinoamericana registró una serie de golpes militares que pusieron fin a los regímenes populistas, cuya emergencia databa de fines de los años treinta. Bolivia no ha sido una excepción: en 1965, un golpe de Estado echó abajo al régimen instaurado por la revolución de 1952.

La dictadura militar, cuyo desarrollo fue altamente inestable, concluyó al ser derrocado el gobierno del general Hugo Bánzer y sucederle un régimen civil, al que se le asignó la tarea de democratizar al país. Ese régimen de transición se ha visto brutalmente interrumpido por el reciente golpe desencadenado por el alto mando castrense.

Tratar de entender ese golpe a partir de la tradicional inestabilidad de la vida política boliviana no nos llevaría muy lejos, a menos que pudiéramos explicar a la inestabilidad misma. Tampoco lo haríamos si nos limitáramos a considerarlo como la restauración pura y simple de la dictadura militar que rigió hasta el derrocamiento de Bánzer.

En efecto, aquella dictadura correspondió al ciclo expansivo de la contrarrevolución burguesa e imperialista, desatada a principios de los sesenta, el cual terminó con el golpe militar argentino y el viraje a la derecha del régimen peruano, en 1976. A partir de entonces, Latinoamérica ha ingresado en un nuevo período, caracterizado por los intentos de sus gobiernos en el sentido de avanzar hacia cierto grado de institucionalización democrática, en un marco restringido y controlado desde arriba.

Sería arriesgado afirmar que el golpe encabezado por el general Luis García Meza interrumpe esa tendencia. Lo que es indiscutible es que pone en evidencia, de manera dramática, la dificultad que encuentran las dictaduras castrenses para transitar hacia formas más o menos democráticas de organización política.

El origen de esa dificultad reside en lo estrecho y limitado del proyecto de institucionalización ante las expectativas crecientes de un movimiento de masas que, con distintos niveles en cada país, se encuentra en una fase de franca recuperación. Es lo que expresaron las votaciones en los comicios bolivianos de 1978 y 1980, en los cuales se ha acentuado la radicalización popular y comenzó a esbozarse una alternativa de izquierda al proyecto de los militares, la burguesía y el imperialismo.

De allí, el carácter defensivo del golpe boliviano y su diferencia básica respecto de los que se realizaron hasta 1976: la carencia absoluta de base política, a excepción de la que le brinda la burguesía misma y los gobiernos militares vecinos. De allí, también, la obligación en que se ve la junta encabezada por García Meza de buscar, lo antes posible, una fórmula basada no sólo en la represión, sino en concesiones a los sectores populares, en particular campesinos y obreros, para asegurarse un mínimo de estabilidad.

Las semejanzas del golpe boliviano con el videlo-pinochetismo son más formales que de fondo. En realidad, por sus motivaciones y perspectivas, se parece más al golpe que instaló la junta cívico militar que, en El Salvador, trata desesperadamente de detener el ascenso del movimiento revolucionario.

Como ella, la junta de García Meza no hará sino desbrozar el camino para que las fuerzas revolucionarias se deslinden y recurran justificadamente a la lucha armada, como lo anuncia ya la heroica resistencia de los obreros bolivianos.

Ruy Mauro Marini


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