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Los estudiantes y la vida política en Brasil

Fuente: El Día, Testimonios y Documentos, México, 2 agosto de 1968.


Existe una fuerte tendencia a plantear en términos de conflictos de generaciones los movimientos estudiantiles actuales. Una de las demostraciones más evidentes de la equivocación que ello implica la da el movimiento universitario brasileño. En efecto, éste sólo se entiende cuando se le ubica en las luchas políticas que vienen agitando al Brasil en los últimos años, y más precisamente cuando se le relaciona con la dinámica propia a las organizaciones de izquierda en ese país.

Los estudiantes y la izquierda

Los estudiantes han sido tradicionalmente en Brasil una fuerza social de carácter progresista. Con anterioridad al golpe militar de 1964, que derrocó al gobierno del presidente João Goulart, disponían de una organización nacional, estructurada en tres niveles: en la base, los universitarios elegían, en su facultad o escuela, a los directorios, los cuales se integraban en secciones estatales y se representaban, por mediación de éstas, en la central unitaria a que correspondía la Unión Nacional de los Estudiantes de Brasil (UNEB). Guardando celosamente su independencia frente al Estado, la UNEB constituyó siempre una fuerza política importante, aunque en aquél entonces representara más un instrumento de presión sobre el gobierno, que propiamente una organización que pusiera en tela de juicio la legitimidad misma del régimen.

Esa característica del movimiento estudiantil se explicaba por la orientación reformista que predominaba en la izquierda, capitaneada por el Partido Comunista Brasileño. Hay que tener presente que la directiva de la UNEB fue siempre un reflejo fiel de la composición de fuerzas en la izquierda. Además del PCB, corriente mayoritaria, participaban en ella la Organización Revolucionaria Marxista (más conocida como POLOP, en virtud de su periódico Política Operária), que agrupaba a la extrema izquierda comunista, y la Acción Popular (AP), iniciativa de origen católico, que abrirá una perspectiva de organización a la izquierda no comunista.

Después del golpe de 1964, la UNEB fue declarada ilegal por el régimen militar, al mismo tiempo que bandas fascista, apadrinadas por éste, prendían fuego al edificio que le servía de sede. La represión ejercida contra los estudiantes era parte de la “cacería de brujas” desencadenada contra las organizaciones de izquierda y de masas en todo el país. Los sindicatos obreros fueron intervenidos, las ligas y sindicatos agrarios, prácticamente disueltos, y los mismos partidos políticos tradicionales acabaron por suprimirse, siendo sustituidos por dos agrupaciones creadas por la dictadura.

Puesta en la clandestinidad, la UNEB decidió resistir a la intención gubernamental de sustituirla por un sindicalismo estudiantil corporativo, de corte franquista. Para ello, tenía que reformular su estructura, ajustándola a las condiciones de lucha clandestina, y establecer nexos más estrechos con sus bases. No lo podía hacer, sin embargo, desvinculada del proceso de reorganización por que pasaba toda la izquierda, y menos aún al margen de la lucha ideológica que se libraba en el seno de ésta.

Esa lucha ideológica se refería, fundamentalmente, a la interpretación del golpe militar y, por lo tanto, a la estrategia a adoptar frente al régimen que éste engendrara. Mientras el PCB insistía en considerarlo, una mera intervención norteamericana en contra de los intereses de la misma burguesía nacional, la POLOP y la AP acusaban a ésta de estar comprometida con el régimen y resaltaban su carácter antipopular. En consecuencia, si el PCB se trazaba como línea de acción la creación de un amplio frente político para la redemocratización gradual del país, las demás organizaciones, con diferencias de matiz, ponían el acento en la unión de las fuerzas populares para derribar por la violencia al régimen militar.

En el seno del movimiento universitario, como en las demás organizaciones de masas, las dos corrientes se enfrentaron en una lucha paciente y sistemática por la conquista de posiciones. Es de observarse que ella se llevó a cabo sin restar dinamismo al movimiento, una vez que, en los momentos críticos, un acuerdo o un compromiso aseguraba la unidad de acción contra el enemigo común —el gobierno. Sin embargo, repitiendo lo que se producía en todos los sectores de la vida nacional, las posiciones revolucionarias avanzaron constantemente, en un proceso que acabaría por llevar al viejo PCB a la impotencia y, finalmente, a la desintegración.

Las primeras acciones

La primera prueba de fuerza entablada entre los estudiantes y el gobierno se originó cuando la realización del 27° Congreso Nacional de la UNEB, el primero promovido en la clandestinidad. Efectuado en el segundo semestre de 1965, el Congreso acordó boicotear la ley mediante la cual el régimen trataba de imponer el sindicalismo corporatista al movimiento estudiantil, y someterlo a la tutela del Ministerio de Educación. El fracaso de las elecciones convocadas para ese fin por el gobierno demostró el apoyo logrado por la UNEB en todo el país, y su afirmación como representante de hecho de los estudiantes universitarios.

El 28° Congreso, llevado a cabo en julio de 1966, representó un avance en la reorganización de la entidad, y una victoria de las corrientes revolucionarias. En efecto, como la UNEB había anunciado previamente, la ciudad y la fecha del Congreso, en franco desafío al gobierno, éste desplegó en el sitio indicado (la ciudad de Belo Horizonte) un impresionante aparato de represión. Sin embargo, contando incluso con el apoyo del pueblo, el Congreso se realizó en los términos previstos, infligiendo a los militares una derrota moral de gran significación.

Por otra parte, en el Congreso ganó terreno la posición revolucionaria. El punto central de la estrategia adoptada fue el de centrar la lucha en el combate al acuerdo firmado entre el Ministerio de Educación y la AID norteamericana, mediante el cual se pretendía privatizar la enseñanza superior y convertirla en un instrumento de domesticación cultural. Se decidió también pasar a las manifestaciones callejeras, para lo que el Congreso estableció la formación y el entrenamiento de grupos de choque, capaces de garantizar el éxito de las mismas frente a la represión policiaca.

El año que medió entre este Congreso y el siguiente marcó el resurgimiento de la lucha estudiantil en las calles, en confrontación directa con los instrumentos de represión del régimen. A partir de la denuncia del acuerdo con la AID, los estudiantes desplegaron una intensa movilización contra el imperialismo norteamericano. Así se atacó la política llevada a cabo por los Estados Unidos para controlar la natalidad en Brasil, mediante la esterilización masiva de mujeres campesinas; se alertó contra la ocupación de la Amazonia por los grandes trust internacionales; y se lanzó una campaña contra la subordinación de la prensa brasileña a intereses externos, principalmente al grupo Time-Life.

Esto se combinó con el combate a la dictadura militar, ya en función del rechazo a la ley del sindicalismo corporativo, ya de la denuncia de la militarización de la enseñanza, expresada en la disposición del gobierno de imponer el servicio obligatorio en las unidades de las fuerzas armadas a los pasantes de medicina, veterinaria y farmacia. Por otra parte, en los comicios de 1966 para la renovación del parlamento y los ejecutivos estatales, la UNEB hizo suya la consigna de la POLOP y del ala izquierda de la AP, en el sentido de boicotear lo que no pasaba de una farsa electoral, y rechazó la orientación del PCB, que pugnaba por la participación de la izquierda. El éxito de la consigna se mide por la cifra de 8 millones de votos anulados y abstenciones, arrojada en el cómputo final.

La alianza obrero-estudiantil

Acercábase el mes de julio de 1967, fecha en que debería tener lugar el 29° Congreso Nacional de los estudiantes. Repitiendo el desafío del año anterior, la UNEB anunció públicamente que lo realizaría en São Paulo, haciendo con que el dispositivo represivo del régimen se volcara hacia la capital del Estado, que tiene el mismo nombre. Sin embargo, en la fecha prevista, 600 dirigentes estudiantiles se reunían en una ciudad del interior paulista, dándose el lujo de recibir como invitados delegaciones de los Estados Unidos, Argentina, Uruguay, y algunos otros países. La nueva directiva, elegida en el Congreso, no incluía un solo elemento del PCB.

Ello demostraba que el reformismo se batía efectivamente en retirada en todos los terrenos. La señal más evidente la dieron las escisiones sufridas por el PCB, en mayo de 1968, que prácticamente liquidaron al viejo partido. La oposición que se había desarrollado en su seno dio nacimiento entonces a dos nuevas organizaciones —el Partido Comunista Brasileño Revolucionario, que reunió principalmente organismos directivos, y el Partido Obrero Comunista, resultados la fusión entre la Fracción Leninista del PCB y la POLOP— ambas organizaciones pugnando por la lucha armada, como vía para derrocar a la dictadura y llevar a cabo la revolución brasileña.

La radicalización política que este proceso expresa tiene relación evidente con el avance de las luchas populares, que se verifican a partir de abril de este año. Los estudiantes han desempeñado allí un papel fundamental, sentándose como la punta de lanza de los movimientos masas. Los acontecimientos que se desarrollaron desde entonces han configurado en el país una correlación de fuerzas totalmente nueva, poniendo a la dictadura militar, por primera vez desde abril de 1964, en la defensiva.

A fines de marzo de 1968, al acercarse la conmemoración del golpe militar, la UNEB empezó a movilizar sus fuerzas, levantando reivindicaciones de carácter puramente estudiantil, entre ellas la rebaja de precios en los comedores escolares. Era una trampa que tendía a los militares, y éstos no supieron eludirla. En los primeros actos públicos, la policía mató a tiros a un joven de 17 años e hirió a otros, provocando una ola de indignación en todo el país.

De norte a sur, las manifestaciones de masas —y ahora no sólo estudiantiles— estallaron, forzando al presidente de la república, mariscal Costa e Silva, quien comenzara su gobierno un año antes prometiendo la redemocratización del régimen, a lanzar la policía y el ejército en contra del pueblo. El sepelio del joven asesinado dio motivo, en Río de Janeiro, a una marcha de 50 mil personas, la mayor manifestación antigubernamental desde el golpe militar. São Paulo, Belo Horizonte, Brasilia, Porto Alegre, Salvador, Recife, Fortaleza, en todas las grandes ciudades brasileñas las manifestaciones callejeras expresaron el repudio popular a la dictadura y aumentaron el número de muertos y heridos, así como de detenidos.

Súbitamente, las agrupaciones de izquierda y la UNES dieron orden de replegarse, anunciando que volverían a la carga el 1° de mayo. El hecho de que la orden haya sido acatada inmediatamente fue una demostración de fuerza, de organización y de disciplina, más impresionante aún que las manifestaciones mismas. La elección del Día del Trabajo para reanudar la lucha era un símbolo: el movimiento estudiantil reafirmaba su alianza con la clase obrera en la dura lucha por la construcción de un nuevo Brasil.

Las manifestaciones de 1° de mayo se caracterizaron por el acento en los temas políticos de orden general, defendidos por las fuerzas de izquierda. La más notable tuvo como escenario el corazón económico del país, la ciudad de São Paulo, que reúne por sí sola casi la mitad del proletariado fabril brasileño. Allí, los actos programados por el gobierno del Estado fueron impedidos por las masas, quienes corrieron a piedras a las autoridades oficiales y se adueñaron de la tribuna para promover su propio mitin. En las pancartas que agitaban los manifestantes, se leía: “¡Obreros al poder!”

Las formas de lucha

Desde entonces la movilización de masas en contra de la dictadura va en aumento, con los estudiantes siempre en la primera línea. Las manifestaciones de junio último, realizadas bajo la triple consigna “reforma agraria—derrocada de la dictadura—expulsión del imperialismo”, llevaron a concentraciones populares aún más espectaculares (casi 100 mil personas en el mitin de 26 de julio, en Río de Janeiro); en ellas participaron líderes estudiantiles que se encuentran bajo orden de prisión, sin que la policía pudiese echarles la mano. Alternando con las grandes concentraciones, se llevó a cabo una agitación permanente, mediante mítines relámpago promovidos por pequeños grupos de 20 a 30 jóvenes, que sumaron, sin embargo, en un solo día, en Río de Janeiro, más de 2 mil manifestantes.

Los avances del movimiento revolucionario no se han restringido empero a las manifestaciones callejeras, ni han sido limitados al movimiento estudiantil. En lo que se refiere a éste, dichas manifestaciones fueron acompañadas de la ocupación de escuelas y facultades, en las cuales, contando con la colaboración de sectores significativos del profesorado, los jóvenes introducen modificaciones al mismo sistema de enseñanza y organización escolar. Uno de los ejemplos más significativos, aunque no sea el único, es el caso de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de São Paulo, que se encuentra hace varios meses bajo el control de los estudiantes.

Por otra parte, se está llevando a cabo una profunda reorganización del movimiento obrero, con base en los “comités de empresa”’, órganos de base que sustituyen a los sindicatos, una vez que éstos se encuentran de manera directa o por mediación de los “charros”, en manos del gobierno. Las huelgas obreras, sofocadas después del golpe militar, han renacido con fuerza singular este año, destacándose la de la ciudad industrial de Belo Horizonte, en Minas Gerais, y la de los metalúrgicos de Osasco, uno de los municipios que forman el “Gran São Paulo”. En Osasco, contrariando la orientación del sindicato, los obreros desencadenaron un paro en pro de un aumento salarial de 35%, y han llegado incluso a la ocupación de fábricas.

Finalmente, y en línea paralela a su actuación en el seno de los movimientos de masas, las fuerzas de izquierda desenvuelven una intensa acción conspirativa, cuyo efecto más visible son los atentados terroristas contra 4 unidades militares, periódicos de derecha, centros de representación diplomática o cultural norteamericanos, servicios públicos y bancos. El que obtuvo más repercusión, realizado el 26 de junio, nació de una declaración del general Carvalho Lisboa, comandante del II Ejército (el más importante de los cuatro sectores militares en que se divide el país), con sede en São Paulo, quien advirtió a la izquierda que “atacara por la espalda, pues, si lo hiciera de frente, sería aplastada”; pocos días después, una camioneta con 50 kilos de dinamita era arrojada contra el cuartel general del II Ejército, derribando su fachada principal y dejando el saldo de un soldado muerto y cinco heridos. Era un eslabón más en la serie de acciones iniciada a fines de 1966, que se ha centrado prioritariamente en São Paulo; habría que añadirle, además de otros atentados terroristas, los asaltos a unidades militares, para obtención de armamentos y explosivos, y las “expropiaciones” a bancos, cada vez más frecuentes.

El régimen ve con recelo crecer la amenaza de izquierda y se alarma con el apoyo creciente que le presta la población. La prensa más conservadora empieza a dudar de la eficacia de los militares, y los sectores dominantes se dividen en favor de una liberalización política, o de una actitud de “mano dura”, más represiva. Mientras tanto, el gobierno cede terreno: el acuerdo con la AID no fue renovado, al expirarse a fines de junio, y el mariscal Costa e Silva promete una amplia reforma universitaria, mayor impulso al desarrollo económico y mejores salarios.

Es temprano todavía para afirmar que la izquierda se encuentra en condiciones de barrer al actual régimen militar. Lo que aparece como un hecho indiscutible, si se da un balance del último trimestre, es la apertura de una nueva etapa en la vida brasileña, caracterizada por la superación, por parte de la izquierda, de la fase de adaptación a la lucha clandestina, y su resurgimiento como fuerza política en el escenario nacional. En este proceso, los estudiantes parecen dispuestos a seguir desempeñando un papel de vanguardia, cuyo alcance es por ellos perfectamente comprendido.

Una lucha política

La mejor demostración de esta comprensión son las declaraciones del dirigente de la sección carioca de la UNEB, Vladimir Palmeira, a la agencia France Press (véase El Día, México, 12 de julio de 1968), así como la entrevista que concedió a un semanario brasileño (Fatos e Fotos, Río de Janeiro, 17 de julio de 1968). Con 23 años de edad, hijo de un senador gubernamental que representa a la vieja oligarquía del nordeste, Palmeira definió claramente los objetivos del movimiento estudiantil: derrocada de la dictadura y formación de un gobierno popular, “que podría aproximarse en sus concepciones al régimen cubano. Enfatizó asimismo la necesidad de contar con la clase obrera, señalando empero que “la organización de las masas obreras demandará muchos años de trabajo, para que puedan actuar eficientemente cuando llegue la hora”.

Se hace así evidente que las luchas estudiantiles actuales, por muy explosivas que aparezcan, sólo se comprenden si se las considera en el marco de una estrategia a largo plazo, y que su objetivo no es una reforma universitaria inmediata, sino más bien una transformación total de la sociedad. El mismo Palmeira lo subraya, al afirmar que “el movimiento estudiantil congrega a los estudiantes no sólo por la solución de sus problemas específicos, sino también de los problemas generales”, añadiendo: —“En la medida en que los estudiantes luchan para resolver sus problemas específicos, constatan que la solución de los mismos está siempre más allá. Ellos comprenden hoy que la universidad se encuentra estrechamente vinculada a la realidad socio-económica del país y entienden que cualquier cambio radical en la universidad sólo se dará con el cambio de la infraestructura (económico-social)”.

La manera cómo esto se traduce en la acción política, es decir, cómo el movimiento estudiantil se ubica en el proceso de lucha de clases del país, la revela el joven dirigente, tomando como ejemplo la limitación del presupuesto universitario y la consecuente exigencia del gobierno de que los estudiantes paguen para estudiar:

“¿Por qué el gobierno quiere transformar la universidad en fundación (privada), si dispone de medios para mantener la enseñanza pública? La respuesta es sencilla: (…) la fundación crea un instrumento de dominación ideológica superior al que se puede lograr con la universidad pública. El presupuesto de la universidad es constantemente objeto de cortes. Cada año tenemos menos condiciones de enseñanza, nuestras escuelas no se expanden. ¿Por qué se corta el presupuesto? Evidentemente, para demostrar que la educación pública está en quiebra. Se corta porque, para el gobierno, la educación debe ser rentable en sí misma, con los estudiantes pagando colegiaturas anuales. Lo que se resta a la educación es aplicado a otras actividades que no contribuyen al desarrollo del país. De este modo, al luchar contra las colegiaturas, los estudiantes luchan para que la universidad no se privatice y no se reduzca. Los estudiantes son personas que, siendo ya una élite económica, se convierten también en élite intelectual. La capa social que puede entrar a la universidad disminuye cada vez más. El obrero nunca lo pudo hacer, y ahora es la misma clase media que empieza a ser excluida. La lucha de los estudiantes contra las colegiaturas se enmarca en el intento de obtener plazas para representantes de otros sectores sociales, garantizando así que la universidad siga siendo pública. Lo que importa no son los veintiocho cruceiros nuevos que uno paga ahora. Ellos son tan sólo el primer paso hacia la privatización total. Nosotros entendemos la lucha contra las colegiaturas como una lucha política, y no como una lucha reivindicatoria”.

Estos planteamientos de uno de sus dirigentes más representativos muestra bien la madurez alcanzada por el movimiento estudiantil en Brasil. Punta de lanza de una lucha política, que descansa fundamentalmente en la movilización de la clase obrera para la transformación social, ese movimiento no pretende asumir las responsabilidades del proletariado, ni trata de actuar a un nivel de conciencia sólo accesible a sus elementos de vanguardia. Su táctica consiste precisamente en partir de las reivindicaciones de la gran masa estudiantil, y desarrollar una lucha sistemática, que lleva siempre esa masa a chocar con el régimen, para, con base en ello, ejercer la denuncia de la estructura económica y social que impide la satisfacción de tales reivindicaciones. Asimismo, es de esta manera que los estudiantes se hacen presentes como fuerza independiente en las luchas de clases que se libran en el país, y se constituyen en un factor catalizador de las mismas.

En el momento en que escribimos estas líneas, el mariscal Costa e Silva se encuentra reunido con el Consejo de Seguridad Nacional para discutir el problema estudiantil, los servicios de represión se movilizan para impedir la realización del 30° Congreso de la UNEB, el gobierno ha convocado a todos los sectores que lo apoyan, principalmente la prensa, para aislar y desmoralizar a los estudiantes. El régimen apuntalado por bayonetas tiembla ante un puñado de jóvenes que, armados tan sólo de valor, conciencia y organización, han logrado, ellos sí, aislarlo y desmoralizarlo frente a las masas del pueblo. Se ganó con ello una batalla, no se ganó la guerra; los jóvenes lo saben y, sin embargo, contemplan el camino que les queda por recorrer con esa confianza y esa serenidad de quien tiene toda una vida por delante y está decidido a vivirla plenamente.

Ruy Mauro Marini

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