Contra la represión gorila: concretar la unidad de la izquierda y activar la solidaridad internacional
Fuente: Correo de la Resistencia, órgano del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile en el exterior, número 6, diciembre-enero 1975, (Editorial)
Si había alguna duda, los acontecimientos recientes en Chile y en el exterior, de que damos cuenta en este número, despejan completamente el panorama. Las noticias sobre el desarrollo de la Resistencia en Chile; la publicación del número 101 de EL REBELDE en la clandestinidad; el reemplazo regular de Miguel Enríquez por Andrés Pascal Allende en la secretaría general del MIR; las importantes declaraciones de Edgardo Enríquez al diario Le Monde el deterioro constante de la posición de la junta militar, en el plano interno e internacional: todo ello resta cualquier validez a los asomos derrotistas y a la tentación surgida en sectores de la izquierda chilena de buscar acuerdos espúreos, a raíz de la muerte en combate de Miguel Enríquez.
Esto se confirma también por la misma campaña de desmoralización intentada por la prensa chilena respecto al MIR, y al movimiento de Resistencia. Tras el intento fracasado —como habíamos previsto, oportunamente— de sembrar el desaliento en las filas del Partido y entre las masas, esa campaña se ha ido modificando. Titulares de primera plana y páginas enteras dedicadas al MIR por El Mercurio, La Segunda y demás órganos de la burguesía han pasado de la euforia inicial que les diera la muerte de Miguel Enríquez al tono de alarma y advertencia ante la incapacidad de la represión para desarticular al MIR y a la Resistencia.
Aclarado así el panorama por la fuerza misma de los hechos, se hace necesario analizar fríamente la situación que atraviesa en este momento la Resistencia Popular y el movimiento revolucionario chileno, ya que sólo esto nos permite estimar sus perspectivas. Ello nos obliga a proceder a una recapitulación.
La política del MIR después del Golpe
Una vez consumado el golpe militar de 1973, la política establecida por el MIR fue la de mantener su dirección y sus militantes —salvo contadas y calificadas excepciones— en Chile, para allí enfrentar las tareas que imponía la reorganización del movimiento de masas en las nuevas condiciones. No había en ello romanticismo, machismo o idealismo, como se ha insinuado a veces: tan sólo la constatación de que, en América Latina, no se conoce un sólo movimiento revolucionario que haya sido organizado y desarrollado desde el exterior. Ni siquiera el caso cubano da pie para tal ilusión: la dirección del Movimiento 26 de Julio estuvo siempre en Cuba y Fidel mismo sólo pudo asumirla plenamente después que regresó al país, tras perder en este regreso casi todas las fuerzas que lograra organizar afuera. Los casos más recientes de Venezuela, Bolivia, Brasil y otros demuestran lo mismo, así como lo está demostrando el caso de Chile.
La decisión traía consigo costos y riesgos. El MIR, pensaba reducirlos al mínimo mediante dos recursos: primero, confiando en que, en su fase inicial, la junta no estaría preparada para una represión selectiva y tendría naturalmente que dispersarla, lo que permitiría readecuar el Partido para la actuación clandestina; segundo, esperando que, pasada esa fase inicial y empezada la represión selectiva, la izquierda habría ya concretado su unidad de acción, lo que mantendría dispersas a las fuerzas de la represión y aseguraría el desarrollo del trabajo clandestino de masas y aseguraría el desarrollo del trabajo clandestino de masas.
Los hechos confirmaron este análisis, incluso allí donde la condición esperada no se cumplió: la unidad de la izquierda. En efecto, los primeros seis meses de dictadura se caracterizaron sobre todo por la represión masiva, brutal y sanguinaria, mientras se estructuraban los aparatos represivos (creación de la DINA, etc.).
Fundiéndose con las masas, en las poblaciones primero, en las fábricas después, el MIR inició su trabajo de reorganización del movimiento popular, sobre la base de la creación de los Comités de Resistencia, los cuales se extenderían progresivamente a los demás sectores de la población. Su primera gran ofensiva de propaganda, el 1° de mayo, coincide con el paso de la represión a la fase selectiva (caída de dos miembros de la Comisión Política, a fines de abril). Sin embargo, ya la reestructuración del Partido y su implantación entre las masas había avanzado lo suficiente como para impedir que la represión selectiva excluyera los métodos masivos. Esta será una constante que la dictadura no podrá eliminar, hasta hoy, y que entorpecerá considerablemente el accionar de su aparato represivo.
Como consecuencia de ello, la dictadura vio acercarse el 11 de septiembre de 1974, fecha que ella había establecido para circunscribir drásticamente el radio de acción de la represión (y así atenuarla a los ojos de la opinión pública nacional e internacional), sin lograr su propósito. Ya entonces supo que es el MIR su enemigo principal. “Hemos dispersado nuestras fuerzas cuando hubiéramos debido concentrarlas en el MIR”, dijo un oficial de la DINA a Carmen Castillo, cuando se pensaba poder mantenerla prisionera en Chile. Es entonces cuando sobreviene el intento de negociación con el MIR, a través del SIFA (v. Correo n. 3-4), con resultado negativo para la dictadura.
La “campaña de aniquilamiento”
Impedida de afirmar su imagen interna y externa, mediante una “liberalización” que diera la sensación de estabilidad, la junta se decide entonces por otra alternativa, debidamente asesorada por los expertos brasileños y norteamericanos que la rodean: la de pasar a la “campaña de aniquilamiento” del MIR, golpeando así lo que ha sido desde el comienzo la columna vertebral del movimiento chileno de Resistencia.
La “campaña de aniquilamiento” constituye una de las etapas previstas en los planes de contrainsurgencia elaborados por el Pentágono, con base en la experiencia europea, particularmente francesa en Argelia e Indochina. Consiste en la represión brutal, sin miramientos de ningún tipo, echando mano de todo y cualquier método que pueda ser eficaz (entre ello, desde luego, la tortura), con el propósito de aislar al enemigo, amedrentar o destruir materialmente los sectores en que éste se afirma (la supresión con napalm de aldeas enteras en Vietnam, método usado antes por los franceses y aun por los ingleses en Malasia) y, cogiendo los hilos de la organización del enemigo, empezar la destrucción sistemática de sus direcciones y mandos medios.
Es obvio que esto tiene un alto costo político para quien lo practica, a los ojos de la población nacional e internacional. La doctrina de la contrainsurgencia no lo ignora, pero considera que, una vez logrado el objetivo, es posible entrar a la fase de “recuperación de base social”, o sea, al ablandamiento de la represión, ante una masa aterrorizada y desorganizada. En consecuencia, la “campaña de aniquilamiento”, tiene un plazo, un tiempo determinado por ciertos factores, que trataremos más adelante.
El MIR “no se queda quieto”
El MIR debió enfrentarse a la “campaña de aniquilamiento” emprendida en septiembre por la dictadura con una seria desventaja: la dictadura concentraba sobre él todas sus fuerzas en el momento mismo en que el retraso de la unidad de la izquierda abría huecos importantes en el trabajo de masas y lo obligaba a desplegarse para cubrir esos huecos. En otros términos, una de las leyes básicas de la guerra —la dispersión del enemigo— funcionaba en contra suya. Esto fue entendido por su dirección, que se planteó entonces el repliegue; no en el sentido de un retroceso, sino de una mayor concentración de sus fuerzas en el sector clave del movimiento de masas: el proletariado de vanguardia, cuyo accionar determina el ritmo del movimiento de masas en su conjunto. Ello conllevaba desde luego una readecuación táctica, con una desventaja temporal: desplazamientos de cuadros, cambios orgánicos, en suma, una actividad acentuada en el momento en que el Partido debería restringirla.
Es durante el curso de esa readecuación táctica, desventajosa pero necesaria para el Partido, que cae su secretario de organización, Sergio Pérez Molina, lo que obliga a movilizarse a toda su dirección. El costo es alto, el más alto que se podría admitir: la caída del Secretario General, Miguel Enríquez, tras fiero combate con las fuerzas represivas. Pero no se detiene allí: el Partido sufrirá nuevas bajas, como las de José Bordaz, Alejandro de la Barra y varios militantes.
Las últimas bajas significativas se producen en los primeros días de diciembre. Es también por esta época que empieza a cambiar el tono de la campaña publicitaria instrumentada por la dictadura. El giro se observa sobre todo en las ediciones de los días 15, 19 y 20 de diciembre de El Mercurio, donde, a par de celebrar “la función de saneamiento que están cumpliendo las Fuerzas Armadas”, se admite que “la beligerancia marxista… recrudece y encuentra inesperados auxilios en sectores que se muestran impacientes ante el régimen de emergencia, etc.” El 28 de diciembre, La Segunda, órgano de la cadena mercurial, da cuenta de un documento del MIR que habría sido interceptado y señala: “El MIR, pese a los golpes recibidos, no se queda quieto. Los pocos (sic), que quedan, actúan, elaboran planes, analizan los errores, etc. A pesar de los golpes recibidos, el MIR estuvo muy lejos de replegarse. Por el contrario, se movilizó y actuó para seguir en su acción, cambiando tácticas y preparándose a utilizar las armas que aún tiene en su poder”. Todo ello coincide no sólo con la estéril represión que sigue desarrollándose, sino también con la publicación del número 101 de El Rebelde, la comunicación oficial del reemplazo de Miguel Enríquez por Pascal Allende, acciones llevadas a cabo por la Resistencia y el llamado del MIR a la izquierda y sectores progresistas, y a las fuerzas revolucionarias para aunar fuerzas, por un lado, y echar adelante la construcción del Partido Revolucionario del Proletariado, por otro.
El fracaso de la “campaña”
¿En qué punto, pues, nos encontramos? En primer lugar, es obvio que el MIR completó su movimiento táctico, reconcentró sus fuerzas, restañó sus heridas y promovió los cambios internos necesarios, sin paralizar su trabajo de masas y, por el contrario, acentuándolo allí donde éste es decisivo: el proletariado de vanguardia. En ningún momento el Partido se planteó la posibilidad de replegarse sobre sí mismo, sino más bien ha afirmado siempre que su mejor defensa es fundirse cada vez más con las masas y en particular con su sector de vanguardia (ver sección “Documentos”). Le basta ahora con llenar la condición faltante -la dispersión de las fuerzas represivas- para asegurarse el éxito en la actual coyuntura. Para ello, más que nunca, se impone la unidad de la izquierda, con quien habrá que compartir no sólo las responsabilidades y méritos de la Resistencia, sino también los costos.
En segundo lugar, es también claro que la “campaña de aniquilamiento” toca fondo. Mencionamos que ella tiene un plazo, determinado por ciertos factores. Estos son esencialmente políticos y actúan en este momento en el sentido de cortarle el aliento a la represión gorila. No sólo la tolerancia de la población llega a su límite, como vimos señalar al mismo El Mercurio; también la tolerancia internacional llega a su fin, y en un momento crítico para la Junta, es decir, cuando se acerca el momento de renegociar la deuda externa.
Ante los imperialistas y los gobiernos gorilas, la Junta sólo puede prolongar la situación actual bajo un supuesto: el de que se enfrenta a una grave amenaza interna y está logrando éxito en combatirla. La campaña contra el MIR tiene por objeto demostrar lo primero; pero los hechos están desmintiendo lo segundo. La Junta no sólo no logra aniquilar al MIR sino que lo está impulsando a desarrollarse en más profundidad y, por el horror mismo que provoca la represión que ella ha desatado, favorece a la unidad de fuerzas de izquierda y progresistas en Chile y en el exterior.
La soga al cuello
Es con este telón de fondo que se producirá la visita de Kissinger a Santiago, en febrero próximo. Ya los Frei y comparsas se agitan inquietos, recorren las capitales de América Latina y Europa, buscan entendimientos con la izquierda y con los gobiernos no comprometidos con la Junta. Huelen en el aire posibles cambios y quieren capitalizarlos en su favor.
La posición del MIR es clara: no se dará posibilidades a que tales cambios puedan ser aprovechados por los buitres de Chile, que se han lanzado a la superexplotación más despiadada de las masas trabajadoras tan pronto tuvieron a su servicio el sable de los gorilas. Para el MIR, se trata de seguir empujando, obligar a concesiones cada vez más grandes por parte del régimen, que amplíen el margen de acción de las masas y favorezcan un nuevo auge del movimiento popular, capaz de desembocar en una situación revolucionaria.
Las fuerzas que, desde el exterior, apoyan sinceramente a la Resistencia chilena tienen la oportunidad de jugar un papel relevante en este momento. La Junta se ha puesto la soga al cuello, con su política económica brutalmente explotadora, su represión sanguinaria, su estupidez y su cobardía. Hay que apretar esa soga, presionando más que nunca por la defensa de los Derechos Humanos, el respeto a los derechos laborales, y hacerlo mediante mecanismos eficaces, tales como la negación a concederle la renegociación de la deuda, el planteamiento del embargo económico en la ONU, la acción de masas en contra de las operaciones comerciales con la Junta y las manifestaciones en favor del respeto a los Derechos Humanos en Chile.
Es así como se estará ayudando activamente a la Resistencia, es asícomo se estará colaborando con el pueblo de Chile en su lucha por abrirse camino hacia su liberación.
Ruy Mauro Marini