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Una nueva etapa: Nicaragua y América Latina

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 1º de marzo de 1978.


En la concentración que convocó, el domingo pasado, en Managua, el dictador Anastasio Somoza Debayle admitió lo que había puesto en evidencia la crisis política que, hace algunas semanas, sacudió el país: que la fracción somocista ya no puede seguir gobernando sola y se encuentra forzada a buscar un compromiso con el resto de la burguesía. Más aún, hablando desde una cabina a prueba de balas, Somoza pasó al terreno de las concesiones a otras fuerzas sociales. Entre ellas, una posible apertura política, que trata de atraer al diálogo con el régimen a los partidos socialista y comunista, sustrayéndolos al bloque popular que lucha por su derrocamiento, y eventuales reformas sociales, a ser negociadas con grupos laborales y religiosos, para promover la redistribución del ingreso.

“Los que han ganado con todo lo ocurrida, han sido los trabajadores” —declaró, enfáticamente, el dictador más antiguo del continente. Se trata, sin duda, de una advertencia velada a la burguesía opositora, pero es también la aceptación de que las cosas han cambiado en Nicaragua. Junto al debilitamiento de la fracción gobernante, los sucesos recientes arrojaron dos resultados más: el surgimiento de un amplio y vigoroso movimiento popular de lucha contra la dictadura, en el que los obreros desempeñan papel relevante, como se pudo observar en la segunda semana del paro general, y el reforzamiento del Frente Sandinista, que, en el curso de la crisis, conquistó considerable espacio político y demostró una insospechada capacidad militar.

Es por lo que, aunque intente dar la impresión de que la crisis es cosa del pasado, Somoza sabe que Nicaragua ha entrado en una etapa histórica distinta. El movimiento popular surgido durante la crisis se presenta como un nuevo punto de referencia para el reordenamiento de las fuerzas políticas, al mismo tiempo que, por su solidez, impide al régimen apelar, como en el pasado, a la represión pura y simple para doblegarlo. La represión se mantiene, desde luego, en particular contra el movimiento sandinista. Pero, ahora, Somoza se ve obligado a un juego más complicado, que gira, como indicamos, en torno a tres puntos: la reunificación del frente burgués, la división del campo popular y el intento de frenar, mediante concesiones, el empuje de las masas.

Desde este punto de vista, la situación en Nicaragua se presenta como la síntesis más clara de las nuevas tendencias que se están perfilando en América Latina. El elemento central para que éstas surgieran y se afirmaran ha sido la difícil, pero incontenible recuperación del movimiento de masas, en el que es cada vez mayor la presencia de la clase obrera. A ello se ha aunado el ahondamiento de las contradicciones interburguesas, provocado por la crisis económica que, desde 1975, azota el continente. Esas contradicciones se han visto estimuladas por los cambios de la política norteamericana hacia la región, tras el ascenso de Carter al gobierno, por limitados que estos cambios se hayan revelado en la práctica.

Todo ello ha contribuido a modificar el curso de un proceso político que, desde mediados de los sesenta, se ha guiado, en la mayoría del continente, por la doctrina de la contrainsurgencia y se ha basado, pues, en el uso desembozado e inmoderado de la fuerza. Ese proceso sigue todavía su marcha, pero es indiscutible que una nueva etapa ha comenzado. En ella, la posición de Somoza, tratando de asegurar a todo trance que los cambios que promueve el movimiento popular no den al traste con el Estado de contrainsurgencia existente en Nicaragua, no difiere esencialmente de la de un Geisel, un Pinochet o, aún, un Morales Bermúdez.

Es por lo que la lucha del pueblo de ese pequeño país debe concitar hoy la atención y la solidaridad de las fuerzas populares de toda América Latina.

Ruy Mauro Marini


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