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Centro financiero: Panamá es más que el Canal

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 31 de enero de 1979.


Tras la firma de los nuevos tratados relativos al canal, Panamá ha dejado de ser tema de interés. A lo sumo, se ha noticiado la elección presidencial que allí se realizó el año pasado y que ratificó la hegemonía del actual bloque dominante. Todo pasa como si Panamá no fuera más que el canal, en el tablero mundial, y que ya no hay motivo para preocuparse de él.

En contra de esa falacia se insurge el economista panameño Xabier Gorostiaga, en su libro Los centros financieros internacionales en los países subdesarrollados, editado recientemente en México por el Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales (ILET). La tesis de Gorostiaga es que la importancia de Panamá, desde el punto de vista de la economía mundial, y en particular latinoamericana, se deriva cada vez menos del canal para resultar del carácter de centro financiero internacional que el país ha revestido, en el curso de esta década. Panamá comparte así la suerte de Hong Kong, Singapur, Bahrein, Bahamas, centros subordinados, distintos a los que representan las grandes capitales del mundo desarrollado, como Nueva York o Londres.

En la base del surgimiento de esos centros subordinados está la inmensa masa monetaria que, en forma más que proporcional, engendró la prosperidad capitalista de la postguerra. Esa desproporción se debió, primariamente, a que los déficit de la balanza de pagos norteamericana, a partir de los cincuenta, transfirieron dólares en escala creciente al exterior, principalmente a Europa, los cuales sirvieron de lastre para la emisión de moneda en los países receptores; con ello, los dólares‑billete en circulación en el exterior aumentaron en cerca de 30,000 millones, entre 1949 y 1968. El dinero así multiplicado quedó, en su mayor parte, bajo el control de la banca privada, la cual acompañó la expansión de la circulación monetaria con la ampliación de su radio de acción: los bancos norteamericanos que tenían filiales en el exterior eran 11 en 1964 y 125 diez años después, mientras sus activos pasaban de poco menos de 7 a 155,000 millones de dólares.

Ese fenómeno, que alcanzó también a la banca europea y japonesa, y que se vio incrementado con la producción de excedentes monetarios en países dependientes, particularmente los petroleros, se aunó a controles crecientes en Estados Unidos y luego en Europa, para contener las operaciones bancarias y evitar tanto los desequilibrios en las balanzas de pagos como la especulación. Pero, al mismo tiempo, los bancos eran autorizados a ampliar sus operaciones en el exterior y, más importante todavía, a encauzarlas directamente hacia el financiamiento productivo. Los países dependientes, sobre todo sus gobiernos, se perfilaron como grandes clientes de los bancos (lo que va a explicar el rápido crecimiento de su deuda externa), moviendo a éstos a crear centros financieros en el propio mundo subdesarrollado, desde donde pudieran operar con más eficacia y libertad.

Así surgió, en 1970, el centro financiero internacional de Panamá. Su crecimiento bancario, hasta 1976, fue cinco veces superior al incremento del producto interno bruto, multiplicándose por cuatro el número de bancos extranjeros que operan en el país, los cuales controlan cerca del 80% de los activos y depósitos.

En la perspectiva de América Latina, el centro financiero panameño se ha convertido en la cabeza de playa por excelencia del capital internacional. Desde el punto de vista de Panamá, su poder se mide por el simple hecho de que los ingresos corrientes del Gobierno no llegan a ser ni un cuarto de los créditos concedidos por el sistema bancario a la economía interna, y su papel, por la contribución de la banca extranjera a la inflación, a la distribución regresiva del ingreso y al creciente endeudamiento público.

Ruy Mauro Marini


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