Jornada de trabajo: actualidad de una vieja consigna
Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 9 de mayo de 1979.
Tras el prolongado auge que siguió a la postguerra, la economía capitalista pareció volver obsoletas muchas de las teorías que sobre ella se habían formulado, así como muchos de los problemas que la habían aquejado. Esto ocurrió, por ejemplo, con las crisis periódicas, que pasaron a considerarse como piezas de museo, así como los estudios que intentaban explicarlas. Hoy, sin embargo, basta mirar los escaparates de las librerías para darse cuenta de que esos estudios vuelven a editarse por millares, reinvestidos de actualidad desde que el capitalismo mundial se sumergió otra vez en una crisis de amplias proporciones.
El fenómeno alcanza ahora al movimiento obrero, reactualizando lo que fue uno de los motivos principales de sus luchas: la reducción de la jornada de trabajo. La reivindicación de la semana laboral de 35 horas —que había emergido con fuerza a principios del año, cuando la huelga de 180 días de los obreros metalúrgicos alemanes— surgió de nuevo como la demanda central en las manifestaciones realizadas por los trabajadores de Europa, el pasado primero de mayo. El tema comienza, incluso, a convertirse en preocupación gubernamental, habiendo recibido en principio el apoyo del gobierno socialdemócrata alemán, mientras el gobierno francés propone su examen en la reunión de ministros de Asuntos Sociales de la Comunidad Económica Europea, el próximo día 15.
La cuestión de la reglamentación y reducción de la jornada de trabajo se constituyó, en el pasado, en el eje en torno al cual giraron las luchas obreras. Desde 1840, al conformarse el primer gran movimiento de masas que registra el proletariado moderno: el cartismo, los obreros ingleses lo pusieron a la cabeza de sus reivindicaciones. Marx le dedicó un extenso capítulo de su obra maestra, El Capital, y la jornada de ocho horas ocupó lugar destacado en el programa de lucha de la Primera Internacional.
La conquista de ese objetivo, aunada a la mejora del salario en los países avanzados, le restó poco a poco importancia. Pero el golpe de gracia sobrevino en los años treinta, cuando una crisis de inaudita violencia restó poder de negociación a la clase obrera al tiempo que esta debió enfrentarse a la ofensiva fascista del gran capital, lo que llevó a que sus partidos buscaran alianzas con sectores de la burguesía aún a costa de sus reivindicaciones fundamentales. La guerra mundial, que mantuvo en el orden del día la consigna del frente antifascista; la inconveniencia, para los partidos comunistas occidentales, de plantear el problema en momentos en que, en la Unión Soviética, se realizaba el esfuerzo de reconstrucción y luego de emulación con el capitalismo, y la prosperidad capitalista, que implicó una mejora de los salarios en los grandes países, jugaron después en el sentido de mantener la cuestión en el olvido.
La crisis actual la está haciendo resurgir, precisamente por el hecho de que resulta, en buena medida, de que el aumento de la productividad del trabajo, que estuvo en la base de la prosperidad capitalista, no se acompañó de la correspondiente reducción de la jornada laboral. El desempleo en Europa, nos dicen expertos de la CEE, no es simplemente un fenómeno coyuntural, motivado por la crisis, sino que resulta de un ritmo apenas moderado de crecimiento (un 3.5 por ciento anual, en promedio), que se realiza sobre la base de inversiones intensivas en capital. En estas circunstancias, el número de desocupados aumenta sostenidamente de 500 a 800 mil personas al año.
Es así como problemas y soluciones que parecían típicos del capitalismo decimonónico regresan hoy a la escena de las luchas sociales, traídos de la mano por la vida misma.
Ruy Mauro Marini