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Nicaragua: la revolución no ha terminado

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 25 de julio de 1979.


La Revolución cubana de 1959 motivó una violenta reacción de las burguesías latinoamericanas y del imperialismo norteamericano, que dio lugar a un proceso contrarrevolucionario generalizado en el continente. Los supuestos ideológicos y los mecanismos operacionales de esa contrarrevolución fueron dados por la doctrina de la contrainsurgencia. La Revolución nicaragüense de 1979 representa la culminación de los esfuerzos de la izquierda y las masas populares por desarrollar su movimiento en las nuevas condiciones de lucha creadas por la contrainsurgencia.

Esta particularidad explica las diferencias que presentan ambas revoluciones. Así, en el proceso cubano, la insurrección fue el complemento final, el golpe de gracia de una estrategia basada en el enfrentamiento militar, que provocó el trizamiento del régimen y su hundimiento en brazos de un levantamiento popular, unificado en torno a la huelga general. En Nicaragua, inversamente, la insurrección, articulada también por la huelga general, constituye más bien un factor de acumulación de fuerzas para los revolucionarios, inserto en una línea estratégica dominada por el enfrentamiento militar directo.

Esa diversidad de situaciones se debe, en última instancia, a la capacidad de resistencia que, a diferencia del Ejército de Batista, opuso la Guardia Nacional a la crisis revolucionaria. La gran cuestión que plantea el proceso nicaragüense es la de por qué el Ejército somocista no se ha dividido, no tanto a nivel de la oficialidad (envuelta en una red de prebendas y complicidades), sino de la tropa, constituida por hijos de campesinos y obreros. Este hecho puede atribuirse al adoctrinamiento ideológico y las técnicas organizativas de la contrainsurgencia, pero, de ser así, habrá que preguntar si ello vale para las fuerzas armadas del resto del continente.

En otros aspectos, Nicaragua recuerda a Cuba. Ha sido bajo las banderas rojinegras de la izquierda revolucionaria y de un programa democrático popular como el triunfo ha llegado, en ambos casos. Como el Movimiento 26 de Julio involucraba posiciones divergentes, que el Che simbolizaba en el llano y la sierra, también el Frente Sandinista debe atender a la diversidad de sus tendencias; la diferencia estriba más bien en la fuerza relativa de los comunistas, que era mucho mayor en la izquierda cubana.

El proceso mismo de transición, fundado sobre una alianza social amplia, presenta similitudes. En efecto. el carácter del nuevo Estado cubano no surgió de golpe, sino que se ha ido definiendo mediante actos como la creación de los tribunales militares; la incorporación de obreros y campesinos al Ejército, a través de las milicias, al tiempo que se libraba la batalla por los sindicatos; el impulso a la dirección obrera y campesina sobre la producción y la distribución, y el desplazamiento de los liberales y conservadores del aparato estatal, expresado en la sustitución de Miró Cardona por Fidel Castro y de Urrutia por Dorticós.

El eje del proceso cubano fue la creación de fuerzas armadas de nuevo corte, que aseguraban a los revolucionarios las condiciones necesarias para organizar a las masas. Por esto, ha sido tan importante que la revolución nicaragüense se haya realizado de manera plena, desmantelando a la Guardia Nacional. Aunque deban enfrentarse a dificultades y presiones internas y externas, los revolucionarios sandinistas han conquistado con ello el derecho de continuar su marcha.

Ruy Mauro Marini


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