El desarrollo del capitalismo mundial y su impacto en América Latina

Wikipedia

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini, con la siguiente anotación: “Ponencia I Encuentro Nacional de Latinoamericanistas, Puebla, abril 1993. Para Memoria Puebla 93 (y UAM?)”.


A partir de 1967, el mundo capitalista ingresó a una crisis de larga duración, que se desdobló en tres fases. Mucho se ha hablado de esa crisis y algo se sabe de las estrategias puestas en práctica por los centros imperialistas, en particular Estados Unidos, para superarla. Sin embargo, los análisis de la crisis: a) no han considerado oportunamente el hecho de que esa crisis no era sólo del mundo capitalista, sino que se había convertido en un proceso verdaderamente mundial; b) se enfocaron al estudio de las estrategias de recuperación en relación al mundo capitalista en sí; y c) prescindieron en su mayoría de un examen serio de lo que pasaba en el mundo socialista.

En estas consideraciones sobre la crisis, buscaremos no perder de vista su dimensión propiamente mundial.

Las etapas de la crisis mundial

En ese sentido, distinguimos una primera fase, que va hasta comienzos de los 80, marcada por graves y recurrentes recesiones en los países imperialistas. Desde fines de los 70, más precisamente a partir de 1978, se registra la formulación de estrategias de reconversión, a nivel de las grandes ramas (automotriz, electrónica, telecomunicaciones, etc.), que involucran medidas de modernización y contemplan inversiones tecnológicas cuantiosas, al tiempo que se agudiza allí la competencia entre grandes grupos económicos. Las quiebras, fusiones y acuerdos inter-firmas se suceden y asumen carácter brutal durante la recesión que atravesaron los centros capitalistas en 1980-1982.

Durante esa fase, se mantuvo estable el crecimiento de los países socialistas y se aceleró en ellos el avance de la industrialización. Es así como, frente a un aumento medio anual de 3.9% de la producción mundial, en la década de 70, la URSS y Europa Oriental crecieron a una tasa media anual de 5%; paralelamente, su participación en la producción industrial mundial, que era de 18.6% al comienzo de la década de 1970, llega a casi un cuarto en 1980. Sin embargo, cabe observar que en la URSS, durante los 70s, la expansión económica pierde velocidad en relación a la década anterior: 7.1% anual en los 60 y 5.6% en los 70.

A su vez, los países dependientes se han visto afectados desigualmente por la crisis capitalista. Considerando al grupo relativamente más desarrollado, algunos —como Sudáfrica e India— ven caer su tasa de crecimiento, quedando por debajo de la media mundial, mientras otros —principalmente Corea del Sur y Brasil— aumentan su producción a tasas muy elevadas. Esa desigualdad explica la modesta progresión de la participación de los países dependientes en la producción industrial mundial: desde el 8% a casi el 10%, entre 1960 y 1970.

El resorte del crecimiento de los países dependientes y del bloque socialista europeo fue, precisamente, la crisis que vivían los centros capitalistas. Implicando allí una sobreacumulación de capital, ella provocó la búsqueda de nuevos campos de inversión y dio lugar a grandes flujos de inversión en dirección a esos países, al tiempo que les abría a este espacio en el mercado mundial de manufacturas. Es lo que explica el notable crecimiento de países como la RDA o Polonia, así como la cristalización del fenómeno subimperialista o, si se prefiere, de los llamados NICs (nuevos países industrializados). Fue a partir de allí que se hizo posible a los centros diseñar su estrategia de recuperación, basada en el desarrollo de nuevas ramas de producción y servicios utilizando tecnologías de punta.

La recesión de comienzos de la década pasada cambió esa situación. Golpeando a los países centrales entre 1980-82, ella afectó también al comercio internacional, llevándolo por primera vez en mucho tiempo a una contracción. Por otro lado, aunque se mantuvo aún fuerte en los primeros años de esa fase, el movimiento de capitales comienza a bajar desde 82 y, para los países dependientes, es ya apenas la mitad en 1984, precisamente cuando la carga representada por el servicio de la deuda contraída en los 70 se hacía agobiante. Precipitados todos, incluso los NICs, a la recesión a partir de 1981, sólo en 1984 ellos emprenden una difícil recuperación, bajo el soplo de la retomada en los centros y en el comercio mundial. Esa recuperación se debió hacer en un nuevo contexto internacional y bajo la presión de los centros imperialistas en pro de la reconversión, como veremos adelante.

La recesión de comienzos de los 80 arrastró también, por primera vez, a los países socialistas, a excepción de China. La expansión de los 70 cobraba ahora su precio: realizada sobre la base de la extensión de sus parques productivos, sin mayor innovación tecnológica, y en dependencia creciente del mercado mundial, esos países se vieron a brazos con estructuras productivas obsoletas y una onerosa deuda externa. Su participación en el comercio internacional los enfrentó a una aguda competencia con los países dependientes, particularmente los NICs, centrándose principalmente en líneas de intercambio caracterizadas por exceso de oferta y precios bajos. Por otra parte, la expansión económica precedente, con el consecuente crecimiento del empleo y del salario, junto a una acelerada urbanización, puso a sus gobiernos bajo la presión de expectativas de consumo que se han ido haciendo impostergables, tanto más que los regímenes vigentes se mostraron incapaces de dar al pueblo una ética y una escala de valores distintas de las que engendró el capitalismo.

Señalemos, de pasada, que China siguió un camino distinto y cosechó otros resultados. Tras el desenlace de la revolución cultural y la derrota del maoísmo, la dirigencia se abocó a la modernización del país, pero, al mismo tiempo que establece mejores relaciones con el mundo capitalista, se niega a una apertura irrestricta y rechaza la política de endeudamiento propuesta por el capital internacional. Aunque enfrente presiones populares, de carácter predominantemente político, el gobierno y el partido parecen lejos de las dificultades que hicieron presentes en la URSS y en Europa Oriental. Ello se debe en buena parte a la política económica seguida, pero también, sin duda, a la mejor liga lograda entre los ideales comunistas y la tradición cultural del país.

La emergencia de un mundo nuevo

La segunda mitad de la década de 1980 presenta, como señal distintiva, la reafirmación creciente del poderío y prestigio del capitalismo central, frente a una Europa socialista en crisis y los esfuerzos de reconversión de los países dependientes. Empecemos con el capitalismo central, que parece haber entrado en un nuevo ciclo. Aun la recesión actual, blanda y controlada, y, por cierto, ya superada en Estados Unidos, apunta en esa dirección, como si se tratara de poner a la casa en orden y preparar los grandes centros para explotar mejor las oportunidades que se abren, en Europa oriental, el Medio Oriente y Asia, principalmente.

En esos años, junto a un crecimiento moderado del PIB en los países centrales, el comercio mundial se expande de modo sostenido. Desde 83, la inversión fija mantiene allí niveles elevados, destacándose en ella lo que se refiere a máquinas y equipos, en particular de alta tecnología. Las tasas de ganancia presentan una doble característica: por un lado, una sensible recuperación, que las pone en su nivel histórico (cercano al 20%), y por otro, la supresión de las tasas exageradas de Japón, que apuntaban claramente a la obtención de ganancias extraordinarias, conquistadas sobre la base de diferencias tecnológicas extremadas. En otros términos, las condiciones de competencia entre los grandes centros se normalizan, lo que no quiere decir que ella no siga siendo feroz.

Un rasgo saliente de la llamada economía capitalista posindustrial es la coexistencia de altas tasas de inversión con niveles también elevados de desempleo. La comparación entre Japón y Alemania, o toda Europa, muestra, una vez más, que el problema no puede achacarse simplemente a la tecnología en sí, sino principalmente a las relaciones sociales. En efecto, pese a su alto grado de modernización tecnológica, el crecimiento del desempleo en la expansión es menos intenso en Japón que en los otros.

Como quiera que sea, e independientemente de que el capitalismo haya o no ingresado a la fase de expansión correspondiente a un nuevo ciclo largo, es innegable que él tiene en este momento la iniciativa. En el ejercicio de ésta, ningún país ha sido más agresivo que Estados Unidos. Desde 1980, poniendo en práctica las estrategias de recuperación planteadas a nivel económico, el imperialismo norteamericano encuentra en Reagan el dirigente indicado para hacer al resto del mundo pagar el precio de su reforzamiento. La devaluación sistemática del dólar, el proteccionismo comercial, las transferencias de capital en su favor: todo le ha servido a Estados Unidos para pasar la cuenta a los países centrales y dependientes. Estos últimos se han visto forzados a un proceso de reconversión económica, tendiente a ajustarlos como proveedores de materias primas y manufacturas de segundo rango a los países centrales, bajo la tutela de los organismos financieros internacionales.

En su conjunto, el capitalismo avanzado pasa a centralizar violentamente los flujos internacionales de mercancías y capital, haciendo jugar en su provecho la expansión del comercio internacional y reuniendo la masa de recursos necesaria para llevar a cabo el desarrollo de las nuevas tecnologías. La participación de los países dependientes en el valor de las exportaciones mundiales, que había evolucionado del 18.4% en 1970 para el 28.6% en 1980, cae en 1986 para el 20.6%. Para ello, concurrió el abaratamiento de precios de los bienes exportados por los países dependientes y socialistas a los centros capitalistas, haciendo con que, para éstos, el valor unitario disminuyera en casi un quinto y permitiéndoles, pues, con el mismo monto en dinero, comprar más 20,5% de bienes físicos. Paralelamente, los países centrales concentraron la comercialización de bienes de alta tecnología y elevado valor agregado, como los productos electrónicos. Lo mismo hicieron con el capital dinero, que se concentró cada vez más en los países centrales, sea bajo la forma de inversiones directas, sea bajo la de préstamos y financiamientos.

Los países socialistas de Europa sufren, como vimos, el impacto de la crisis en los 80, y se ven sometidos, con excepción de la ex URSS, a la presión representada por el servicio de la deuda. La ascensión de Gorbachev, en 1985, va a significar un viraje en la política soviética, derivado del rezago creciente ante el capitalismo y de las presiones populares en pro de la flexibilización de las estructuras burocráticas de poder y de mejores condiciones de vida. Kerenski travestido de Lenin, Gorbachev anuncia una reforma profunda del socialismo soviético, que no amenazaría en principio sus fundamentos, e inicia el acercamiento a los países centrales. El deshielo abrió campo a sectores contestatarios, antes reducidos a grupos de intelectuales, e hizo aflorar en la burocracia partidaria un sector dicho reformista, que —adoptando una postura populista— creció rápidamente y galgó luego posiciones de poder. Su gesto más notable fue provocar la desaparición de la URSS.

El reformismo soviético oculta cada vez menos su orientación antisocialista y su fascinación por el capitalismo. Su penetración en una clase obrera despolitizada y reprimida es innegable. Frente a él, se alzan los sectores que tienen interés objetivo en el socialismo, en particular la burocracia ligada a la gestión del sector estatal, y los militares, de formación más rígida, además de marcada por la ideología de la guerra fría.

En materia de política internacional, Gorbachev, junto a la reducción del arsenal armamentista, trató inicialmente de orientar reformas similares en Europa oriental. Sin embargo, la despolitización allí es mayor, las raíces del socialismo más débiles y los nacionalismos más fuertes, además de que éstos se volvían, en buena medida, contra la propia Unión Soviética. No sorprende, pues, que Gorbachev fuera arrastrado más allá de lo que se proponía y, al insistir en la política de descompromissamiento de la URSS respecto a los movimientos antisocialistas de la región, acabara por abrir la puerta a la caída del muro de Berlín. Él iría aún más lejos al votar, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la resolución que dejó campo libre a Estados Unidos para intervenir militarmente en el Golfo Pérsico.

Implicaciones de la Guerra del Golfo

La guerra del Golfo representó la culminación de la estrategia de poder puesta en práctica por Estados Unidos a partir de 1980, la cual había ya engendrado acontecimientos como las intervenciones en El Salvador, en Granada y en Panamá, así como la extensión de la presencia militar norteamericana a países de Sudamérica, so pretexto de combatir el narcotráfico. Tras alentar el aventurerismo de Sadam Hussein (días antes de la invasión de Kuwait, la embajadora norteamericana en Bagdad afirmara que Estados Unidos no intervendría en la cuestión), el gobierno de Bush se valdría de ello para regimentar el apoyo del conjunto de los países imperialistas y desatar una de las guerras más brutales de este medio siglo, la única que llegó de hecho a contemplar la posibilidad del empleo de bombas nucleares.

A diferencia de lo que pasara en las intervenciones anteriores, Estados Unidos logró en ésta poner tras de sí al conjunto de los países imperialistas, para lo que colaboró el sello de las Naciones Unidas que pudo imprimirle y pese a la renuencia inicial de Japón, Francia y Alemania. Se afirmó como única superpotencia mundial, ratificando la división del trabajo que, desde la segunda guerra, había impuesto en el campo imperialista (al llamar a sí las tareas dichas de defensa) y rebajando la posición militar de la Unión Soviética, sin aceptar los intentos tardíos de ésta para moderar los efectos del mandato que consintiera en otorgarle en la ONU. Con ello, avanzó en el sentido de configurar un sistema mundial que combina, de un lado, la multipolaridad económica y política y, del otro, su supremacía militar.

La tendencia de ese nuevo sistema mundial es expresarse a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se configura como una especie de órgano ejecutivo, dominado por los cinco países que tienen allí asiento permanente y poder de veto, al lado de un parlamento formado por la Asamblea General, cuyas decisiones no tienen carácter imperativo. La Corte de La Haya, también sin poder resolutivo, flanquea esa estructura que, inspirada en la doctrina política burguesa, quiere imponer a todo el mundo, y en particular a los países dependientes, una suerte de gobierno mundial. Ello pone otra vez sobre la mesa las discusiones que, al inicio del siglo, suscitaron la cuestión del superimperialismo.

Sin embargo, la homogeneidad económica que debería subyacer a esa superestructura no está presente, en virtud de la fragmentación de la economía mundial en grandes bloques teniendo por epicentro a Estados Unidos, Japón y el dúo Alemania-Francia. Más allá de la feroz competencia establece a nivel internacional, ello convalida las transformaciones acarreadas por la crisis, y en particular la centralización del capital que ella propició.

No es este el momento de llegar a conclusiones definitivas. Nos faltan, para ello, la perspectiva, la información y, sobre todo, el marco teórico indispensables para la construcción de una nueva visión del mundo. Pero no hay duda de que es preciso intentar un análisis renovado, partiendo del supuesto de que estamos realmente ingresando a una etapa histórica en que las cosas se anuncian radicalmente diferentes de lo que conocimos hasta ahora. Ante la falencia de los dogmas y la mediocridad de las teorías burguesas, el marxismo creador se presenta como la herramienta eficaz para llevarlo a cabo.

Reconversión e integración en América Latina

Cabe así volver los ojos para lo que está pasando en los países latinoamericanos. Hemos planteado que la dependencia es una relación de subordinación política entre naciones capitalistas. Desde otro punto de vista, ella corresponde a una forma peculiar de capitalismo, que surge en base a la expansión mundial de un sistema que configura diversas formas de explotación. El capitalismo dependiente representa, en ese contexto, un tipo de capitalismo en el cual, dadas las relaciones de clases que allí se establecen, basadas en la superexplotación del trabajo, las contradicciones se hacen más agudas, configurándolo pues como el “eslabón débil” del sistema. Es por ello que a más desarrollo capitalista dependiente, más contradicciones sociales y mayor desarrollo de la lucha de clases.

Desde los años 80, sobre la base de las derrotas sufridas por la izquierda y la subordinación de los movimientos de masas a la hegemonía burguesa, se han impuesto las políticas neoliberales. Ellas se aplican hoy de México a Argentina, con la destrucción de parte del parque productivo construido por los países latinoamericanos después de los años 30, la extensión del desempleo, la rebaja de los salarios y la negativa del Estado a atender las necesidades básicas de la población en materia de educación, salud, vivienda y seguridad social.

El objetivo es forzar la reconversión económica de la región para adecuarla a los requerimientos de los centros imperialistas, frente a los cuales ella está llamada a producir y exportar bienes primarios y manufacturas de segunda clase e importar bienes industriales de tecnología superior. Con pequeña variación, se trata de implantar un esquema de división internacional del trabajo similar al que regía en el siglo XIX.

Los países latinoamericanos en los que existe una burguesía industrial relativamente desarrollada, aunque consideren inevitable y, hasta cierto punto, deseable la integración al bloque hegemonizado por Estados Unidos, tratan de llegar a ella negociando las condiciones y reservándose cierta autonomía para aprovechar ventajas ofrecidas por otros bloques económicos. El peso relativo de esa burguesía, frente a la que basa su actividad en la exportación de materias primas agrícolas y minerales, determina el grado de firmeza en la implementación de esa política. Esta se perfila aún con más fuerza cuando la burguesía industrial llega a generar una fracción moderna, vinculada a las nuevas tecnologías aplicadas a la producción y a los servicios.

Dada la subordinación a que se encuentra sometido el movimiento popular, las condiciones de negociación de los gobiernos son menores en la medida en que es débil la burguesía industrial y fuerte la presencia directa del capital transnacional. Sea individualmente, como en el caso de México (y tendencialmente de Chile), sea agrupados (como en el caso de los países que integran el Mercosur), esas negociaciones se realizan en el marco de la política delineada por Estados Unidos, que fue enunciada por Bush con el nombre de Iniciativa de las Américas.

La ausencia del pueblo en ese proceso debilita a los gobiernos y amenaza con hacer de la integración algo extremadamente negativo, mientras que la pasividad de la izquierda implica dejar pasar una oportunidad magnífica para hacer avanzar la integración latinoamericana, que ha sido tradicionalmente una de sus consignas más sentidas.

Algunas conclusiones

La importancia que ganan hoy día las cuestiones internacionales y su incidencia directa en la vida nacional deben llevarnos a revalorizar su estudio y a sentar las bases para una auténtica política latinoamericana. Elemento central es en ello el tema del gobierno mundial. En este plano, la clave está en la democratización de la ONU, que comprende, entre otros puntos: carácter imperativo para las resoluciones de la Asamblea General y los dictámenes de la Corte de La Haya; elección por la Asamblea General de todos los miembros del Consejo de Seguridad, así como de las directivos de las organizaciones especializadas (UNESCO, FAO, etc.); limitación de los poderes y privilegios del Consejo de Seguridad, con el término del derecho de permanencia y de veto, la institución del principio de rotatividad para todos los cargos y la fijación de mandatos anuales; competencia exclusiva de la Asamblea General (si necesario, en convocación extraordinaria) para la adopción de medidas que impliquen bloqueo económico, acción militar o cualquier tipo de violación del principio de no intervención en los países miembros.

Una segunda línea de acción se refiere a la integración continental. Cábenos plantear un proyecto de integración que vaya más allá del mero negocio. Para nosotros, la integración será económica, sí, pero también política y cultural. Ello implica luchar por la puesta en marcha de instituciones que aseguren una efectiva participación popular, comenzando por la elección directa de los representantes nacionales al Parlamento Latinoamericano y siguiendo con la presencia activa de obreros, estudiantes, intelectuales y mujeres en aquellos órganos que traten asuntos de su interés.

En el marco de la reestructuración de la economía mundial, parece irreal oponerse al estrechamiento de lazos con Estados Unidos. Sin embargo, planteando a la integración en los moldes arriba indicados, estaremos asegurando que ella no venga a ser sino una anexión disfrazada. Paralelamente, hay que luchar para que la participación en el bloque encabezado por Estados Unidos no implique poner cortapisas al desarrollo de una política latinoamericana independiente en los organismos internacionales y tampoco una limitación al establecimiento de relaciones con otros bloques, según las conveniencias nacionales y regionales.

Estas son algunas de las iniciativas a adoptar para que podamos pensar en un futuro mejor.

Ruy Mauro Marini

Bibliografía

  • Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo mundial 1991.
  • Caputo, O., El comportamiento de la inversión en los principales países desarrollados, 1989, mimeo.
  • CLEPI, Informe sobre la economía mundial, 1988-1989, Nueva Sociedad, Santiago, 1988.
  • FMI, World Economic Outlook, octubre 1991, abril 1992.
  • Marini, R. M., América Latina: democracia e integración, Nueva Sociedad, Caracas, 1993.

También te podría gustar...