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La crisis del desarrollismo

CEPAL

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini, con la anotación: “(1994)”.


Hasta mediados de este siglo, la teoría social que se produce en Latinoamérica está pensada, con raras excepciones, a partir de la consideración de las cuestiones nacionales. Sólo se puede hablar, realmente, del surgimiento de una corriente estructurada y, bajo muchos aspectos, original de pensamiento sobre la región en tanto tal a partir del Informe Económico de América Latina de 1949, divulgado por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), de las Naciones Unidas, en 1950.

La importancia de la teorización que allí comienza reside en la novedad de algunos de sus planteamientos y en la gran repercusión que ella alcanzó, tanto en el plano académico como político, en la generalidad de nuestros países. El análisis de las concepciones cepalinas es, pues, indispensable a quien desee conocer la evolución del moderno pensamiento latinoamericano.

La teoría del desarrollo

Para entender la Cepal, sería útil considerar, primero, a la biografía intelectual de sus exponentes, principalmente el argentino Raúl Prebisch (responsable directo por el Informe de 1949), seguido del brasileño Celso Furtado y del chileno Aníbal Pinto; a ellos se pueden agregar el también argentino Aldo Ferrer y el mexicano Víctor Urquidi. Como Prebisch —que había sido director del Banco Central, bajo Perón— la mayoría de ellos tuvo participación activa en la política de sus países. Su formación era, en general, keynesiana, y algunos ostentaban apreciable dominio de la economía política clásica, particularmente Prebisch y Furtado. Sus incursiones en el campo del marxismo solían ser, sin embargo, desafortunadas.1

La cuestión fundamental a ser planteada refiérese a la pregunta: qué es la Cepal? En lo esencial, ella constituye una agencia de difusión de la teoría del desarrollo que se planteara en Estados Unidos y Europa, al término de la segunda guerra mundial. Esa teoría tenía, entonces, un propósito definido: responder a la inquietud y la inconformidad manifestadas por las nuevas naciones que emergían a la vida independiente, a raíz de los procesos de descolonización, al darse cuenta de las enormes desigualdades que caracterizaban a las relaciones económicas internacionales.

Confrontados a esa situación, los países capitalistas centrales se preocuparon de explicar y justificar esas disparidades, que los beneficiaban de manera gritante, al tiempo que buscaron convencer a los nuevos Estados de que a ellos también se abrían posibilidades de progreso y bienestar. Bajo la denominación genérica de teoría del desarrollo, los planteamientos de los grandes centros nacen en órganos gubernamentales o instancias a ellos asociadas, se difunden en las universidades y centros de investigación y se traspasan a agencias internacionales.2

A ese efecto, se tratará, esencialmente, de construir un concepto de desarrollo económico, a partir de la idea de que este corresponde al desdoblamiento del aparato productivo, en función de la conocida clasificación en tres sectores: primario, secundario y terciario. Para explicar por qué son los países avanzados aquellos en los cuales ese desdoblamiento se ha realizado plenamente, se toma al proceso de desarrollo económico que ha tenido lugar en los países capitalistas avanzados como un fenómeno de orden general y se sostiene que la posición que ellos ocupan en el contexto internacional corresponde al estadio superior de un continuum evolutivo. Las distintas economías que integran el sistema internacional se ubicarían en fases inferiores del mismo proceso, enmarcadas en un esquema dual: desarrollo-subdesarrollo, que sería sustituido más adelante por otro más sofisticado.

Así entendido, el concepto de subdesarrollo es idéntico al de situación pre-industrial. El subdesarrollo sería, pues, una situación previa al desarrollo económico pleno (cuando ya se hubiera completado el desdoblamiento sectorial), existiendo entre ambos momentos el llamado despegue (take off, para emplear el lenguaje entonces en boga), en el cual la economía en cuestión reuniría ya las condiciones para iniciar un desarrollo autosustentado.

Recapitulando: la tesis central de la teoría del desarrollo es que el desarrollo económico representa un continuum, en el que el subdesarrollo constituye una etapa inferior al desarrollo pleno. Este representaría, empero, algo accesible a todos los países que se empeñaran en crear las condiciones adecuadas a ese efecto.

Un segundo aspecto a destacar en la teoría del desarrollo es su insistencia en que el desarrollo económico implica la modernización de las condiciones económicas, sociales, institucionales e ideológicas del país, la modernización correspondiendo en última instancia el acercamiento de dichas condiciones a los patrones vigentes en los países capitalistas centrales. El proceso de modernización, además de traer consigo la posibilidad de tensiones y crisis, se manifestaría durante cierto tiempo mediante una situación de dualidad estructural, que opondría un sector moderno al sector tradicional de la sociedad en cuestión. El tema de la modernización y la noción de dualismo estructural inspiraron el grueso de la producción sociológica y antropológica de ese período.3

Finalmente, un tercer aspecto a considerar en la teoría del desarrollo es su proyección en el plano metodológico. En la medida en que desarrollo y subdesarrollo eran, en el fondo, la misma cosa, vale decir momentos constitutivos de la misma realidad: la economía capitalista industrializada, sólo podrían ser diferenciados mediante criterios cuantitativos, los únicos adecuados para ubicar una economía en este o en aquel grado de la escala evolutiva. Así, el subdesarrollo se definiría a través de una serie de indicadores: producto real, grado de industrialización, ingreso per capita, índices de alfabetización y escolaridad, tasas de mortalidad y esperanza de vida, etc., destinados a clasificar a las economías del sistema mundial y a registrar su avance en la senda del desarrollo.

Los inconvenientes de esa metodología son evidentes. Al ser esencialmente descriptiva, no posee cualquier capacidad explicativa. El resultado a que arriba es una perfecta tautología: una economía presenta determinados indicadores porque es subdesarrollada y es subdesarrollada porque presenta esos indicadores. Girando en círculo, el análisis no puede aspirar sino a establecer correlaciones verificables, que no arrojan de por sí ninguna luz sobre las cuestiones referentes a causa y efecto.

Como quiera que sea, fue de la teoría del desarrollo que partió la Cepal. Para entender el porqué de ello, hay que recurrir a una línea de análisis que tiene que ver con el papel de Estados Unidos en la construcción del mundo de la posguerra. Haremos aquí a un lado la consideración sobre sus iniciativas en el plano político, económico y militar, para ocuparnos tan sólo de lo que hizo en el plano ideológico.

Destaque especial merece la creación de comisiones económicas regionales, subordinadas al Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y con asiento en Europa, Asia y el Lejano Oriente, y América Latina; posteriormente, se crearon dos más, para África y Asia Occidental. Su objetivo era estudiar los problemas regionales y proponer políticas de desarrollo. En realidad, la misión fundamental atribuida a esas comisiones fue la de ser agencias de elaboración y difusión de la teoría del desarrollo, en el contexto de la política de domesticación ideológica que los grandes centros contrapusieron a las demandas y presiones de lo que vendría a llamarse de Tercer Mundo.

Dando inicio formalmente a sus trabajos en 1948, en Santiago de Chile, la Cepal no rehúye la misión que le había sido confiada, pero, lejos de limitarse a la mera difusión, asume el papel de verdadera creadora de ideología, una vez que trata de captar y explicar las especificidades de América Latina. Esas especificidades, frente a los nuevos países que la descolonización había ido creando, eran indiscutibles.

Efectivamente, además de su precoz independencia política, América Latina contaba para entonces con un siglo de capitalismo, que llevara a la formación de complejas estructuras de clases y Estados nacionales consolidados. Hecho aún más importante, en muchos de sus países la industrialización, que comenzara entre las dos guerras mundiales, había modificado las alianzas de clases y convertido a la burguesía industrial en parte plena del bloque en el poder.

A diferencia, pues, de otras agencias similares, la Cepal, al constituirse, se vincula a la realidad interna de América Latina y expresa las contradicciones de clase que la caracterizan, incluso las contradicciones interburguesas. Más que eso, ella será instrumentalizada por la burguesía industrial, tanto en función de las luchas sociales y políticas internas, como de los conflictos establecidos a nivel de la economía mundial. Ello hará con que la Cepal, partiendo de la teoría del desarrollo, en los términos en que había sido formulada en los grandes centros, introduzca en ella cambios que representarán su contribución propia, original, y que harán del desarrollismo latinoamericano un producto sí, pero no un simple calco de la teoría del desarrollo.

El desarrollismo

La contribución más importante de la Cepal es su crítica a la teoría clásica del comercio internacional. Basada en el principio de las ventajas comparativas, esa teoría postula que cada país debe especializarse en la producción de bienes en que pueda lograr mayor productividad, la cual se encuentra por lo general determinada por la fertilidad del suelo, la disponibilidad de recursos minerales, etc. En la medida en que lo haga, esto asegura al país condiciones privilegiadas de competencia en el mercado mundial, llevando a que las transacciones que allí se realicen resulten beneficiosas para todas las partes.

La Cepal dirá que, en los hechos, ello no pasa así. Por un lado, demostrará empíricamente que, a partir de 1870, se observa en el comercio internacional una tendencia permanente al deterioro de los términos de intercambio en detrimento de los países exportadores de productos primarios. Por otro lado, afirmará que dicha tendencia propicia transferencias de ingreso —en realidad, transferencias de valor, concepto que la Cepal no maneja bien— las cuales implican que los países subdesarrollados, que exportan esos bienes, sean sometidos a una sangría constante de riqueza en favor de los más desarrollados, o sea, a una descapitalización.

Para la Cepal, el deterioro de los términos de intercambio se debe a que el mercado mundial confronta países industrializados a países de economía primario-exportadora. Estos últimos, al no desarrollar su sector industrial o manufacturero, no están habilitados a producir tecnologías y medios de capital capaces de elevar la productividad del trabajo. Paralelamente, la inexistencia de ese sector limita la expansión de la oferta de empleo, llevando a que se registre en el sector primario una fuerza de trabajo excedente, que dificulta la elevación de la productividad y reduce su precio (o salario); eso redunda además en la formación de mano de obra excedente en el sector de servicios, donde genera los mismos efectos. Sería esa la razón de los bajos salarios que se verifican en las economías subdesarrolladas, los cuales tanto frenan al progreso técnico como no permiten la expansión y dinamización del mercado interno.

Inversamente, los países desarrollados serían aquellos que, con base en un sector secundario expansivo y una demanda dinámica de mano de obra, ostentan salarios elevados, los cuales inducen la introducción de innovaciones tecnológicas tendientes a reducirla participación del trabajo en la producción y, por ende, el impacto de los salarios en los costos. El alza de la productividad de allí resultante no sería transferida plenamente inmediatamente a los precios de los bienes que esos países exportan, llevando a que, en el comercio internacional, esos precios se mantuvieran en un nivel elevado. En consecuencia, se favorecería la traslación de riqueza de la periferia subdesarrollada al centro desarrollado.

La verdad es que, captando correctamente el fenómeno empírico del deterioro de los términos de intercambio, la Cepal lo interpretaba mal: tarde o temprano, el aumento de la productividad y la consiguiente reducción de los costos tienen que transferirse a los precios, salvo si se verifican situaciones anormales en el mercado mundial, como las que configuran una situación de monopolio o se derivan de guerras y catástrofes naturales. Además de ello, y la Cepal no lo ignoraba, el desarrollo del capitalismo en los países dependientes ha implicado, desde el comienzo, la introducción de nuevas técnicas de producción y el aumento de la productividad del trabajo. Sin embargo, el señalamiento referente a la cuestión de la remuneración de la fuerza de trabajo representaba una intuición formidable, aunque mal establecida, puesto que no se trataba simplemente de una consecuencia de la baja productividad, como la vida se encargaría de demostrar.

Como quiera que sea, con su esquema centro-periferia, es decir, al tomar como punto de partida analítico a la economía mundial y las relaciones que allí se desenvuelven entre las economías nacionales, la Cepal iba mucho más allá de la teoría del desarrollo y aseguraba para el conjunto de sus tesis una validez de principio, hasta entonces privilegio exclusivo de la teoría marxista del imperialismo. De hecho, la afirmación de Prebisch en el sentido de que “el desarrollo económico de los países periféricos es una etapa más (…) en el proceso de desarrollo orgánico de la economía del mundo” 4 hace recordar irresistiblemente Bukharin 5. Las limitaciones del pensamiento cepalino son un efecto de su vínculo umbilical con la teoría del desarrollo, además de representar un costo derivado de la posición de clase a partir de la cual la Cepal realizó sus planteamientos.

Así es como, fiel a la idea del desarrollo económico como un continuum, ella no consideraba el desarrollo y el subdesarrollo como fenómenos cualitativamente distintos, signados por el antagonismo y la complementariedad —como lo hará, a su tiempo, la teoría de la dependencia— sino tan sólo como expresiones cuantitativamente diferenciadas del proceso histórico de acumulación de capital 6. Ello implicaba que, a partir de medidas correctivas aplicadas al comercio internacional y la implementación de una adecuada política económica, los países subdesarrollados verían abiertas las puertas de acceso al desarrollo capitalista pleno, poniendo fin a la situación de dependencia en que se encontraban. Esta tesis: la del desarrollo autónomo, constituye una de las marcas registradas del pensamiento cepalino.

La exigencia de una política económica centrada en la superación del subdesarrollo reposaba sobre otro elemento-clave: la concepción del Estado como algo situado arriba de la sociedad y capaz de dotarse de una racionalidad propia. Apoyada en ello, la Cepal saltaba del plano en que planteaba su análisis económico, donde lidiaba con leyes objetivas e identificaba intereses económicos en pugna, a una visión idílica del mundo, tomado como campo de relacionamiento entre Estados llanos a reemplazar el enfrentamiento por la negociación y las leyes económicas por el deseo de cooperación.

Si la política económica era el instrumento, el objetivo esencial a que ella debería aspirar para superar el subdesarrollo era, para la Cepal, la industrialización. Vimos ya cómo, en su entender, ésta sería capaz de promover una mejor alocación de la fuerza de trabajo entre los sectores productivos; elevaría los salarios, viabilizando el mercado interno; e induciría el progreso técnico y el aumento de la productividad del trabajo, poniendo fin a las transferencias internacionales de valor. La industrialización se realizaría mediante una política deliberada de sustitución de importaciones de bienes manufacturados.

La fe que la Cepal depositaba en la industrialización, en tanto medida bastante para la superación del subdesarrollo, extendíase a las virtudes que ella tendría como palanca para la transformación social. Admitiendo que ciertas reformas eran necesarias en el plano institucional y político, la Cepal subvaloraba las medidas distributivas, allí comprendida la reforma agraria, salvo como disposición de interés secundario 7. En el pensamiento de la Cepal, que por ello mereció el calificativo de “desarrollista” que se le ha dado, la industrialización asumía el papel de un deus ex machina, suficiente por sí misma para garantizar la corrección de los desequilibrios y desigualdades sociales.

El desarrollismo fue la ideología de la burguesía industrial latinoamericana, en especial de aquélla que —respondiendo a un mayor grado de industrialización y compartiendo ya el poder del Estado con la burguesía exportadora— trataba de ampliar su espacio a expensas de esta última, recurriendo para ello a la alianza con el proletariado industrial y la clase media asalariada. Al tiempo que acenaba [provocaba] para éstos, con la ampliación de la oferta de empleos y mayores salarios, el desarrollismo, mediante la crítica del esquema tradicional de división internacional del trabajo, exigía de los grandes centros capitalistas el establecimiento de un nuevo tipo de relaciones. Sin embargo, aunque rechazando al modelo primario-exportador y abriendo fuego contra la vieja clase dominante, reluctaba en plantear a la reforma agraria como premisa del modelo industrial, dado que, no pasando la alianza social por el campesinado (con la sola excepción de México), hacerlo significaría agravar inútilmente el conflicto interburgués.

En el curso de los años 50, junto al avance de la burguesía industrial, tanto en países donde ya era fuerte —Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, México— como en los demás, que aceleran entonces su crecimiento industrial, el desarrollismo se convierten la ideología dominante y en la matriz por excelencia de las políticas públicas. No obstante, tras una década de expansión, la economía latinoamericana desagua, en los 60, en la crisis y el estancamiento, poniendo al desnudo las características perversas que había asumido la industrialización. Ello no podría dejar de repercutir hondamente en los círculos cepalinos, dando lugar a una crisis teórica de amplias proporciones.

La crisis del desarrollismo

La crisis económica que, al comienzo de la década de 1960, golpea la mayoría de los países latinoamericanos es, simultáneamente, una crisis de acumulación y de realización de la producción. Ella se manifiesta, por un lado, en el estrangulamiento de la capacidad para importar los elementos materiales necesarios al desenvolvimiento del proceso de producción y, por otro, en las restricciones encontradas para realizar esa producción. Ambos fenómenos se derivan de que la industrialización se llevara a cabo sobre la base de la vieja economía exportadora, es decir, sin proceder a las reformas estructurales capaces de crear un espacio económico adecuado al crecimiento industrial.

En los países capitalistas avanzados, la industrialización se dio de manera orgánica, llevando a que el crecimiento del sector de bienes de consumo generara inmediatamente como contrapartida la expansión de la oferta de bienes de capital, sin lo que el proceso se hubiera visto bloqueado. En los países latinoamericanos, la sustitución de importaciones operó sobre la base de una demanda preexistente de bienes de consumo y llevó a que la obtención de bienes de capital reposara esencialmente en la importación, conformando un modo de reproducción industrial intrínsecamente dependiente del exterior. La continuidad de un proceso puesto en estos términos suponía el crecimiento constante de la capacidad para importar y, por ende, una masa creciente de divisas.

¿De dónde provienen esas divisas? Primariamente, de la exportación. Pero, una vez que las viejas estructuras productivas se habían mantenido intocadas, las exportaciones seguían consistiendo en bienes primarios tradicionales, sujetos a la tendencia secular de deterioro de los términos de intercambio, diagnosticada por la Cepal. El sector manufacturero no se había preocupado de conquistar mercados exteriores y destinaba toda su producción al mercado interno, lo que quiere decir que seguía dependiendo del sector primario para la obtención de las divisas necesarias a la adquisición de los bienes intermedios y de capital que su expansión demandaba. Por esa vía, la industria —que la Cepal anunciara como la palanca del desarrollo autónomo— no hacía sino impulsar la reproducción ampliada de la relación de dependencia de América Latina respecto al mercado mundial, sin conducirla hacia una efectiva superación.

La segunda fuente de divisas corresponde a la aportación de capitales externos, materializada en inversiones directas, préstamos, financiamientos y donaciones. Con ingresos a título de exportaciones relativamente estancados, América Latina solicitara de Estados Unidos una generosidad similar a la que se expresara en el Plan Marshall, concebido en favor de la reconstrucción europea y que implicara la movilización de una ayuda considerable, mediante préstamos públicos y donaciones gubernamentales. El último intento serio de Latinoamérica en este sentido había sido la del presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, a fines de los 50, cuando lanzara la Operación Panamericana, centrada en la obtención de créditos públicos. Pero la OPA acabó siendo suplantada por la iniciativa norteamericana de la Alianza para el Progreso, al empezar la década de 1960, la cual se caracterizaba por su marcado carácter asistencialista y el énfasis que ponía en las inversiones extranjeras privadas.

Tales inversiones habían empezado a penetrar al sector industrial latinoamericano desde comienzos de los 50, ganando fuerte impulso en la segunda mitad de la década. En ese período, la industrialización encontrara en ellas un sostén y un factor de aceleración. Completado, sin embargo, el tiempo de maduración de esas inversiones, vale decir llegado el momento de la obtención real de ganancias, ellas revelaron su naturaleza contradictoria: sus ganancias se habían obtenido en el mercado interno, realizándose pues en moneda nacional; pero, para hacerse efectivas y, pues, susceptibles de reintegración al patrimonio de la matriz extranjera, deberían poder convertirse en moneda internacional, lo que exigía divisas a ser sustraídas del monto realizado en las transacciones externas 8. En otras palabras, lo que sirviera para ampliar la capacidad para importar de América Latina mostraba ser ahora un factor de limitación.

Mientras se contaba con un mercado interno en expansión, el ingreso de capitales externos superaba a las salidas, enmascarando el problema. Pero el mercado interno pronto encontraría su límite. Las grandes migraciones del campo a la ciudad, que la mantención de las estructuras tradicionales de producción provocaba y que la industrialización incentivara, se tradujeron en el rápido crecimiento de la oferta urbana de mano de obra, que acabaría por descambar hacia el desempleo abierto o disfrazado. La causa de la incapacidad de la industria para crear empleo residía —más que en el uso de tecnologías inadecuadas, como sostuvo la Cepal, dado que es inherente al progreso técnico ahorrar mano de obra— en la brutal superexplotación del trabajo que allí se practicaba, la cual era, a su vez, posibilitada por la existencia de esa fuerza de trabajo redundante.

Combinando bajos salarios con la prolongación de la jornada y la intensificación del ritmo de trabajo, el capital industrial movilizaba masas de trabajo sustancialmente mayores que las que, en condiciones normales, corresponderían a la suma de dinero destinada a pagarlas 9, inhabilitándose así para asimilar buena parte de las nuevas fuerzas de trabajo que se incorporaban al mercado. Peor todavía: acababa por crear una distribución del ingreso extremadamente perversa, que condenaba a la inmensa mayoría de la población a niveles de consumo miserables, muchas veces abajo del patrón mínimo de subsistencia. Con ello, se restringía el mercado interno, se limitaba la creación de áreas de inversión y se desestimulaba la introducción de nuevas técnicas de producción. Para completar el cuadro, la preservación de la vieja estructura agraria y la concentración de las inversiones en la industria provocaron un descompás entre la oferta de alimentos y el crecimiento urbano, impulsando los precios agrícolas hacia arriba y desatando la inflación.

No sorprende, pues, que la década de los 50 se caracterizase por una acentuada agudización de las luchas sociales. Estas tenían, como componentes nuevos, la emergencia del campesinado en tanto movimiento social, una clase obrera renovada e incrementada y el surgimiento de un proletariado pobre en las ciudades, que dio origen a las teorizaciones sobre la marginalidad urbana. Paralelamente, se adensaba el tejido de la clase media citadina y se aceleraba su salarización, llevando a un rápido aumento de una masa de estudiantes y jóvenes profesionales cada vez más descontentos con la falta de perspectivas que presentaba el tipo de desarrollo comandado por la burguesía industrial. Esos factores convergen, a lo largo del período, para promover convulsiones y crisis políticas, que empiezan con la radicalización de la revolución guatemalteca, bajo el gobierno de Jacobo Arbenz, y la revolución boliviana de 1952, siguen con el suicidio de Getulio Vargas en Brasil y el derrocamiento de Juan Domingo Perón en Argentina, continúan con el movimiento ferrocarrilero en México y la revolución venezolana de 1958 y culminan, en 1959, con la revolución cubana.

Sensible a esa situación, la Cepal modifica, desde comienzos de la década de 1960, sus planteamientos y, rectificando el enfoque meramente desarrollista que los caracterizaba, pasa a dar más énfasis a las reformas estructurales y a la distribución del ingreso. Pero es demasiado tarde. En un continente conturbado, la revolución cubana sacudía hasta los cimientos la dominación norteamericana y sembraba el pánico entre las clases dominantes criollas. Cuando se abre el ciclo de las dictaduras militares, el desarrollismo cepalino entra definitivamente en crisis.

Esta se vuelve visible tras el alejamiento de Prebisch, quien, en 1963, cambia la Cepal por la Unctad. En 1965, Celso Furtado se empeña en demostrar que la economía latinoamericana tiende estructuralmente al estancamiento: este no sería, pues, causado por esta o aquella política económica —lo que absolvía a la Cepal— sino que resultaría de la dinámica misma de las estructuras económicas existentes en la región, marcadas por el sello del dualismo. Furtado resume así su tesis:

todo sucede como si la existencia de un sector precapitalista de carácter semifeudal, junto a un sector industrial que absorbe una tecnología caracterizada por un coeficiente de capital rápidamente creciente, originase una pauta de distribución del ingreso que tiende a orientar la aplicación de los recursos productivos, en forma a reducir la eficiencia económica de éstos, y de concentrar aún más el ingreso, en un proceso de causación circular.10

Es por ello que:

comportamiento de los agentes que toman decisiones económicas, los cuales pueden muy bien regirse por estrictos criterios de racionalidad, tanto en función de los medios que utilizan como de sus legítimos objetivos; se halla en las relaciones estructurales que delimitan el campo dentro del cual son tomadas las decisiones relevantes.11

Cabe señalar que Furtado flexibiliza su rígido modelo estructuralista, al considerar también a la política exterior de Estados Unidos y la acción de las empresas multinacionales como factores negativos para el desarrollo latinoamericano. Más que ello, en un rompante de radicalización política, plantea la posibilidad de superar las determinaciones estructurales que ha detectado en su análisis mediante la práctica de un socialismo de corte nacional, estatal y tercermundista:

La sustancia ideológica del socialismo latinoamericano será seguramente extraída de la conciencia crítica para superar el subdesarrollo. Esa lucha tiene lugar dentro de los marcos políticos nacionales, los cuales delimitan los centros de decisión que comandan las actividades económicas, tanto en sus aspectos internos como en los externos. (…)

La conjunción de esas dos ideas-fuerza —la afirmación nacionalista y el deseo de superar el subdesarrollo— constituyen el núcleo del pensamiento ideológico que por caminos variados está provocando la transformación de la vasta comunidad de pueblos que constituyen el Tercer Mundo.12

El mismo año de 1965, analizando el rumbo que había tomado la industrialización latinoamericana, Aníbal Pinto produce un texto de notable agudeza, en el que recurre ampliamente a la contribución de renombrados marxistas, como Baran, Sweezy, Dobb, Bettelheim, Nove y Wright Mills. Teniendo como telón de fondo la dualidad estructural, que configuraría dos polos: capitalista y subdesarrollado, el autor se da como propósito “examinar si las condiciones establecidas (por el capitalismo, RMM) son propicias para la continuación del desarrollo y eventualmente para la corrección de los contrastes evidentes”.13

El punto de partida de Pinto es la noción de que, en la fase que la Cepal llama de “desarrollo hacia adentro”, vale decir, de industrialización, la dualidad estructural se modifica:

Por una parte (…) la separación entre los polos es menos nítida que en el otro modelo (del “desarrollo hacia afuera”, RMM) y no corresponde a una simple dicotomía sectorial. Dentro de cada una de las actividades principales —primarias, secundarias y terciarias— se establece una especie de `corte horizontal’, que divide las capas modernas de las tradicionales o estancadas.

Por otro lado, los desniveles entre ambos universos parecen ser con frecuencia mucho más pronunciados (…).14

Sin embargo, aunque Pinto atisbe la posibilidad de trabajar con un aparato más sofisticado, que introduzca un corte horizontal en los dos polos de la economía, se va a limitar casi siempre al esquema bipolar, inducido en buena medida por el material empírico de que dispone. En lo esencial, su preocupación gira en torno a la concentración del progreso técnico en el polo capitalista y el constrangimiento que ello implica para el desarrollo del otro polo, las cuestiones del empleo que de allí se derivan y el efecto negativo que ambos factores ejercen sobre la distribución del ingreso, incluso al interior del mismo polo capitalista.

El resultado es la distorsión y la pérdida de dinamismo de la industrialización. Refiriéndose a la situación de los países más industrializados, Brasil y México, Pinto acota:

los dos países mayores de América Latina comparten una característica fundamental: que en ambos, tanto desde el ángulo del progreso técnico como del ingreso, una parte importante de sus sistemas y de su población ha quedado al margen del desarrollo. Sin embargo, parece claro que la marcha de esas economías en el presente y más aún en el próximo futuro depende en lo principal de lo que se llama genéricamente consumo de masas, esto es, de la existencia y ampliación del mercado para las industrias dinámicas, básicamente las de bienes de consumo durable y las intermediarias y de capital que las apoyan.

Colocando periodísticamente el problema podría decirse que esos países dependen de un mercado de masas, pero sin masas que, en efecto, lo sustenten y lo amplíen progresivamente hacia el futuro.15

Tras señalar y descartar un cambio revolucionario, puntualizando empero que “aun una estrategia más ‘moderada’ podría exigir reducciones en la concentración de la propiedad” 16, lo que se ejemplifica con la reforma agraria, el autor apela, en la buena tradición cepalina, a la intervención del Estado para dar una solución al problema y concluye:

… considerando en conjunto los efectos eventuales de una estrategia que maneje tanto los resortes de la distribución del ingreso como los de la reasignación del progreso técnico, cabría aludir a la posibilidad no despreciable de que ella implicara una moderación del impulso del sector capitalista, que ha sido el foco dinámico del sistema en los últimos lustros.17

Planteada en estos términos, queda poco de la confianza que depositara la Cepal en las virtudes intrínsecas del desarrollo económico capitalista para asegurar el progreso y la justicia social en América Latina. El desencanto de Furtado lo lleva a radicalizar sus proposiciones y a confiar al socialismo la tarea de romper la tendencia innata del capitalismo latinoamericano al estancamiento. Bajo su aparente moderación, la conclusión de Pinto es igualmente desesperada: ante el cariz perverso que ha asumido el capitalismo latinoamericano, cabe al Estado coartar la expansión del sector moderno, o sea, actuar contra el propio desarrollo económico, en los términos en que la Cepal lo había concebido.

La crisis del desarrollismo significó la pérdida de la posición privilegiada que la Cepal alcanzara en su primera década de funcionamiento, cuando llegara a ser la agencia ideológica por excelencia de América Latina. A partir de su nueva posición, de respetable órgano técnico, ella seguirá realizando estudios y produciendo informes de la mejor calidad. Pero el proceso del pensamiento latinoamericano la deja atrás, dando lugar a nuevas manifestaciones teóricas.

Ruy Mauro Marini

Notas

  1. Ver, por ejemplo, el modo infeliz con que tanto Furtado como Pinto abordan un concepto elementar de la teoría económica marxista: el de plusvalía, respectivamente en Dialéctica del desarrollo, México, FCE, 1964, Parte I, y en “Concentración del progreso técnico y de sus frutos en el desarrollo latinoamericano”, El Trimestre Económico (México), 125, enero-marzo de 1965 (este último, incluido en el libro que reúne ensayos del autor, bajo el título Inflación: raíces estructurales, México, FCE, 1973, de donde extraeremos, más adelante, algunas citas).
  2. Entre las obras significativas del período, están: National Bureau of Economic Research, Problems in the Study of Economic Growth, N. York, 1949; United Nations, Measures for the Development of Under-developed Countries, N. York, 1951; Colin Clark, The Conditions of Economic Progress, Londres, 1951; S. H. Frankel, The Economic Impact of Under-developed Countries, Oxford, 1952; W. W. Rostow, The Process of Economic Growth, Oxford, 1953; y W. Arthur Lewis, The Theory of Economic Growth, Londres, 1955.
  3. Cfr. el ensayo de Enrique Valencia sobre la sociología de la modernización, incluido en este tomo, así como la conocida tesis del sociólogo francés Jacques Lambert sobre los “dos Brasiles”, posteriormente generalizada al conjunto de América Latina.
  4. La obra de Prebisch en la Cepal, selección de Adolfo Gurrieri, México, FCE, 1982, t. I, p. 157.
  5. Véase su ensayo La economía mundial y el imperialismo, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente.
  6. La excepción a la regla la constituye Celso Furtado, quien, ya en un período más avanzado, plantea esa diferencia entre las dos formas económicas, aunque relativice su planteamiento al circunscribirla a la cuestión de la formación de capital. Véase su libro Desarrollo y subdesarrollo, Buenos Aires, Eudeba, 1964.
  7. Ya en el Informe de 1949, Prebisch afirmara: “El problema económico esencial de América Latina consiste en acrecentar su ingreso real per capita, gracias al aumento de la productividad, pues la elevación del nivel de vida de las masas mediante la redistribución de los ingresos tiene límites muy estrechos”. La obra de Prebisch…, op. cit., I, p. 163. Y, en una de las pocas ocasiones en que se ocupa de la reforma agraria, dice: “…Ciertamente, el aumento del rendimiento de la tierra depende fundamentalmente del mejoramiento de la técnica productiva y de la inversión de capitales. Pero hay numerosos casos en que la forma de propiedad es uno de los obstáculos que será necesario remover antes que esas medidas puedan fructificar”, para luego indicar: “El sistema impositivo podría ser uno de los medios más eficaces para hacerlo, sin dejar de lado a las medidas directas de fraccionamiento que las circunstancias aconsejen.” Ibídem, p. 261-262.
  8. Eso nos pone ante un problema de realización de la plusvalía, que no consiste ya en su cambio de la forma mercancía a la forma dinero, sino en el cambio que la misma forma dinero debe sufrir debido a que no es dinero mundial. Un análisis del fenómeno, aunque deficiente desde el punto de vista conceptual, puede encontrarse en Francisco de Oliveira y F. Mazucchelli, “Padrões de acumulação, oligopólios e Estado no Brasil (1950-1976)”, ensayo incluido en el libro de Oliveira: A economia da dependência imperfeita, Río de Janeiro, Graal, 1977, p. 76-113.
  9. Un estudio interesante sobre la superexplotación del trabajo llevada a cabo en ese período por el capital industrial es, de Raimundo Arroio Junior y Roberto Cabral Bowling, El proceso de industrialización en México, 1940-1950. Un modelo de superexplotación de la fuerza de trabajo, México, UNAM, Escuela Nacional de Economía, 1974, tesis de licenciatura, mimeo. El trabajo, algo modificado, se publicó por separado en dos ensayos en Cordera, R. (comp.), Desarrollo y crisis de la economía mexicana, México, FCE, Lecturas n. 39, 1981.
  10. Subdesenvolvimento e estagnação en América Latina, Río de Janeiro, Civilização Brasileira, 1965. Hay traducción al español: Subdesarrollo y estancamiento en América Latina, Buenos Aires, Eudeba, 1966, de donde se toma la cita, p. 97. La obra es la mejor expresión del estancacionismo, posición que se ha querido endilgar a autores dependentistas.
  11. Ibíd., p. 100.
  12. Ibíd., p. 26-27.
  13. “Concentración del progreso técnico…”, op. cit., p. 84.
  14. Ibíd., p. 43. Cabe señalar que esta concepción de Pinto, respecto a los dos polos y el corte horizontal aplicable a ambos, tendrá posteriormente influencia en otros autores. Véase, especialmente, a Aníbal Quijano, Redefinición de la dependencia y marginalización en América Latina, Santiago de Chile, Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO), 1970.
  15. Ibíd., p. 85, subrayado en el original.
  16. Ibíd., p. 97.
  17. Ibíd., p. 103.

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