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Crisis económica y endeudamiento

Fuente: El Sol de México, México, 18 noviembre de 1976.


Uno de los temas candentes en nuestros días, en las relaciones entre los grandes centros imperialistas y los países dependientes, es la deuda contraída por éstos frente a los primeros. Hace pocos días, en la Conferencia de Cooperación Económica Internacional, o Diálogo Norte-Sur, que se realiza en París, se revelaron cifras aterradoras. La deuda externa líquida (en las reservas) de los países dependientes se ha multiplicado por tres en el periodo 1989-1975, aumentando de 40 mil millones de dólares a 125 mil millones.

La banca internacional y en particular la privada, que respondió por buena parte del endeudamiento de los países dependientes en ese periodo, muestra ya señales de pánico. En consecuencia, se retraen los préstamos privados y la carga de sostener países al borde de la bancarrota es traspasada de nuevo a los organismos financieros internacionales. Lo justificado del pánico se revela en declaraciones recientes del director de la oficina europea del Banco Mundial, Hans Martin Koole, quien reconoció que el punto crítico a que ha llegado el endeudamiento de esos países colocará este año a varios gobiernos en la necesidad de acogerse a una moratoria.

No se trata de un fenómeno novedoso. Un economista brasileño, perteneciente al círculo oficial del régimen, Carlos von Doellinger, demostró en un artículo reciente que las moratorias de Brasil ocurrieron siempre en años de crisis mundial: 1898, 1913, 1932. En esta última fecha, se observa que, mientras el saldo de la balanza comercial se reducía en un 30% respecto al año anterior, sumando tan sólo 15 millones de libras, el servicio de la deuda, es decir el pago de amortizaciones e intereses alcanzaba la cifra anual de 23 millones de libras.

Ello se debe a que, aunque con cierto retraso, los flujos internacionales de capitales acompañan el desarrollo del ciclo económico. Al iniciarse la expansión, las posibilidades internas de acumulación en los países avanzados es grande, lo que limita en cierto grado la salida de los capitales al exterior; esa misma acumulación, al impulsar el ciclo hacia el auge, genera disponibilidad creciente de dinero, empezando entonces la búsqueda de campos externos de inversión; al sobrevenir la crisis, la reducción de la acumulación interna mantiene todavía por algún tiempo la tendencia de los capitales a buscar aplicación en el exterior, hasta que los efectos de la crisis se hacen sentir también allí, lo que provoca la contracción del flujo de capital dinero.

En ese momento, simultáneamente a la reducción del volumen y del valor de sus exportaciones, su única fuente de divisas, en razón de la crisis misma, estos países deben hacer frente a exigencias crecientes en materia de amortizaciones e intereses de la deuda, contraída en el periodo anterior. Es, pues, precisamente cuando son mayores sus necesidades en materia de créditos que los países dependientes encuentran mayor dificultad para obtenerlos en el exterior. En tales circunstancias, la moratoria se configura como la única alternativa posible.

Es conveniente precisar que, al revés de lo que se pretende, el endeudamiento extremo no nace de una decisión libre y soberana de los países dependientes (valga el contrasentido). Constituye más bien el resultado de una imposición del capital dinero internacional. Las declamaciones respecto a las ventajas del capital extranjero, en tanto que portador de know how, su papel complementario al ahorro interno, etc., no son más que eso, declamaciones que tratan de justificar ideológicamente la necesidad del capital dinero de los países avanzados que busca aplicación en el exterior. Tales argumentos dan lugar a los llamados a la austeridad y a la seriedad en el cumplimiento de los compromisos asumidos, tan pronto como esos campos de aplicación se vuelven riesgosos y el fin de la prosperidad pone término a la plétora de capitales.

Se empuja entonces a los países dependientes a la moratoria. Pero no aquélla que podría realmente liberarlos de la opresión del agio internacional, es decir la moratoria unilateral, establecida en función de la capacidad económica país, de su disponibilidad efectiva de divisas, de las necesidades que en materia de empleo y consumo experimenta el pueblo. La moratoria que se discute hoy en las conferencias, encuentros y entre países ricos y países pobres es la moratoria negociada, que no lleva sino a consolidar la dependencia financiera de éstos y someterlos a toda suerte de intromisión en su política interna, a fin de que continúen desprendiéndose de lo que no tienen, para seguir pagando a los que tienen de más.

Ruy Mauro Marini


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