Brasil: descomposición de la dictadura
Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 12 de abril de 1978.
El pasado día primero cumplió su 14° aniversario el régimen militar brasileño. El contexto de ese aniversario es la crisis de su modelo económico, que presentara resultados espectaculares entre 1968 y 1973. Ahora, junto a las dificultades para sostener la expansión comercial (que sigue, sin embargo, caracterizando al modelo, como lo demuestra el crecimiento de las exportaciones en un 20 por ciento, el año pasado), el país cuenta con una deuda externa superior a 30,000 millones de dólares, lo que implicará este año un desembolso de 5.5 millones de dólares para hacer frente a amortizaciones e intereses. El crecimiento del producto bruto cayó de 8 por ciento, en 1976, a sólo 5 por ciento en 1977, y aún así ayudado por la agricultura (en parte, por los precios favorables del café), puesto que la industria manufacturera aumentó sólo en 3 por ciento. La inflación se mantiene en torno al 40 por ciento, las inversiones son por lo general menores que las previstas, el desempleo se agrava y se acelera la redistribución regresiva del ingreso.
Las situaciones de crisis económica agudizan, normalmente, las contradicciones al interior de la clase dominante, y Brasil no constituye una excepción. Desde el inicio de la crisis, en 1974, se viene observando la quiebra de la unanimidad de la burguesía respecto a la política económica del Gobierno, lo que se acentuó el año pasado. La gran industria, particularmente la que se vincula a la producción pesada, diverge de la banca en relación a como reestructurar el modelo económico; la primera presiona por una política de relativa expansión, aun a costa de inflación; el sector financiero quiere una política restrictiva y antiinflacionaria. El año pasado se impusieron los banqueros, con evidentes ventajas: han registrado, en algunos casos, un incremento de ganancias de más de 200 por ciento.
Las distintas propuestas sobre cómo hacerle frente a la coyuntura se traducen en posturas políticas diversas. Desde 1974, el régimen ha tenido que apuntar hacia una liberalización relativa, que se ha cumplido de manera más bien modesta. El año pasado se observó la presión de grupos empresariales por acelerarla, contrastando con la posición de la banca, más cauta y, por lo menos en algunos casos, mucho más conservadora. No hay que exagerar, empero, esas diferencias: la clase dominante brasileña ha dado una nueva demostración de su unidad en la IV Conferencia Nacional de las Clases Productoras (sic), en noviembre pasado, que ha concluido con acuerdos, más que con rupturas. En todo caso, el candidato oficial a la presidencia, general Joao Baptista Figueiredo, presenta un proyecto restrictivo, que descarta la amnistía, postula la mantenencia en lo esencial de los poderes discrecionarios del Estado y anuncia una remodelación del régimen partidario desde arriba. Por otra parte, por primera vez en la historia del régimen, se intenta constituir una candidatura civil, en torno al senador José Magalhaes Pinto (figura conspicua en el golpe militar de 1964), en la que participa el ex ministro de Industria y Comercio, Severo Gomes, quien renunciara al cargo por discordar con la política gubernamental.
Esos movimientos de superficie no llegan a ocultar la intensa movilización que cunde en los sectores populares, la cual parece haber ganado el año pasado un empuje imparable. Obreros, campesinos, profesionales, estudiantes, intelectuales desarrollan un proceso ascendente de organización y lucha. Es a partir de este punto de vista que se puede afirmar que la dictadura brasileña ha entrado en un proceso irreversible de descomposición. La actitud “dura” del general Figueiredo podrá hacer más difícil la democratización del país, pero no tiene ninguna posibilidad de impedirla.
Ruy Mauro Marini