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América Latina: un desarrollo desequilibrado

Casa del Arte “Jose Clemente Orozco”

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 22 de noviembre de 1978.


Una publicación reciente de la Cepal (“Tendencias y proyecciones a largo plazo del desarrollo económico de América Latina”, Cuadernos de la Cepal, Santiago de Chile, 1978) da nuevo fundamento a un hecho ya conocido: América Latina presenta, sin lugar a dudas, un marcado desarrollo económico en los últimos veinticinco años, pero ese desarrollo es intrínsecamente perverso, en la medida en que no sólo no beneficia, sino que se hace a costa del sacrificio de las amplias masas trabajadoras.

Es lo que exhibe, de partida, el fuerte desequilibrio entre la agricultura y la industria. Mientras esta última multiplicó por cinco su producto, aumentando su participación en el producto interno bruto, la agricultura mostró tendencia inversa. Su participación en el PIB bajó de un 20% en 1950 a un 13% en 1975, debido en buena medida a que su tasa de crecimiento ha venido en declinación: de un 3.7% anual en la década de 1964 es actualmente de menos de 13%, tendiendo a igualarse con la tasa de incremento demográfico.

Pero este es apenas uno de los muchos desequilibrios que presenta el desarrollo latinoamericano. Aun haciendo a un lado el crecimiento asimétrico de la industria manufacturera, tanto respecto a la relación entre la producción de bienes de consumo y de lujo, como entre éstas y la de maquinaria y equipo, sobre el cual la Cepal no aporta datos muy útiles, salta a la vista la acentuada estratificación tecnológica en que se basa dicho desarrollo. Es así como, hacia 1970, el 12% de la fuerza de trabajo, concentrada en el estrato “moderno” del aparato productivo, contribuía con la mitad de la producción de bienes, mientras, en el otro extremo, en el estrato “primitivo”, se apretujaba un tercio de los trabajadores para proporcionar tan sólo un 5% del producto físico total.

En estas circunstancias, no sorprende que uno de los problemas básicos de nuestro desarrollo sea el desaprovechamiento de la fuerza de trabajo y la degradación de sus condiciones de vida. Una investigación de la OIT en seis países de la región, que son los de mayor desarrollo relativo y reúnen a cerca del 75% de la población latinoamericana, muestra que la subutilización de la mano de obra (considerándose tanto el desempleo abierto como al subempleo) correspondía, hacia 1970, al 28% de la población activa, lo que representaba en números absolutos 18 millones de personas. Las distorsiones del aparato productivo se reflejan en la mala distribución del ingreso, la cual prácticamente no ha variado, entre 1950 y 1975: el 50% de la población capta un 14% del ingreso total, al 20% siguiente le toca un porcentaje equivalente y el 30% restante se queda con el 72% del mismo. Se entiende, pues, que, según la OIT, en 1972 el 43% de la población latinoamericana (118 millones de personas) viviera en estado de “grave pobreza” (ingresos anuales inferiores a 180 dólares) y el 27% (73 millones) fueran “indigentes” (menos de 50 dólares anuales).

Es costumbre tomar como chivo expiatorio de esa situación al crecimiento demográfico. Este, que es indudablemente alto (2,8% anual), una vez confrontado con el incremento anual de 5.5% del producto bruto en el período, reduce en efecto el crecimiento promedio del producto per cápita a una tasa de 2.6%. Sin embargo, un examen más detenido muestra que el producto per cápita aumentó más en Brasil y México (3.5%), donde fue mayor la tasa de incremento demográfico (3.1%), pero también donde creció más el producto total (6.7% anual).

Reducir la población para ponerla a nivel de la producción es una solución que, por demasiado simple, no resuelve mucho. La cuestión está más bien en aprovechar la capacidad de la fuerza de trabajo existente, lo que implica elevar el monto de la inversión productiva y distribuirla adecuadamente entre los sectores de la producción. Ambas cosas suponen planificación, que no se puede hacer sin afectar los intereses creados en torno al crecimiento desequilibrado que caracteriza a la región.

Ruy Mauro Marini


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