Brasil: confundir y dispersar el movimiento popular
Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 30 enero 1980.
El tránsito que, en su mayoría, recorren las dictaduras latinoamericanas hacia una institucionalización democrática las obliga a modificar sus métodos de gobernar. Quienes detentan allí el ejercicio de la dominación ya no pueden basarlo fundamentalmente en la represión, sino que deben hacer política. Ahora bien, la política implica siempre buscar el consenso por la vía de la negociación y, si se trata de una política de clase, ese consenso no puede alcanzarse si los gobernados identifican sus intereses comunes y despliegan en torno a ellos una acción solidaria. Es por esta razón que, para la burguesía, hacer política quiere decir necesariamente confundir y dispersar al movimiento popular.
En Brasil, las condiciones de relativa estabilidad en que se desarrolla el proceso de institucionalización se deben, en buena medida, al hecho de que los militares han comprendido esto perfectamente. Así, el aparato represivo ha sido aparentemente desactivado, aunque se mantenga intacto y siga operando eficazmente en la sombra. Mientras tanto, la burguesía pone en práctica, a distintos niveles, un proyecto de división y dispersión del movimiento popular.
El primer nivel se refiere a la superestructura política, donde el proyecto burgués opera mediante la reforma partidaria. La reforma precedente, de 1966, había tenido el inconveniente de polarizar los procesos electorales en torno a los dos partidos permitidos: el de gobierno y el de oposición, confiriendo a los comicios un carácter plebiscitario. Con la reforma partidaria en curso, el régimen ha sabido recoger la aspiración de las fuerzas políticas al pluralismo e instrumentarla en provecho propio. Es así como tienden a cristalizar, en el campo de la burguesía, un partido mayoritario y uno más pequeño, capaz de apoyo y eventualmente de recambio al primero, mientras la oposición se orienta a generar tres agrupaciones que, de mantenerse divididas como lo están ahora, no representan ninguna amenaza para la dominación burguesa.
En un segundo plano, la burguesía ha estimulado el particularismo de reivindicaciones, en sí mismas legítimas, que levantan distintos sectores sociales. Proliferan en el país los movimientos en favor de los derechos de la mujer, de los homosexuales, de los negros, así como corrientes ecologistas que se preocupan de la colonización de la Amazonia, de la política nuclear, del crecimiento urbano. La atomización de esas iniciativas va de la mano con el alejamiento —aunque no se presente todavía como oposición— de quienes las sustentan respecto a las corrientes políticas de izquierda. La manipulación de la crisis que enfrenta el movimiento socialista en Europa occidental le ha servido mucho a la burguesía brasileña para este fin.
El tercer nivel en que opera el proyecto de desestructuración del movimiento popular es el que se relaciona con el problema de la delincuencia urbana, que comentamos aquí la semana pasada. Mediante recursos sensacionalistas, la burguesía ha creado en las grandes ciudades un clima de pánico, que —además de buscar la rehabilitación del aparato policial y la justificación de su reforzamiento— trata de enfrentar ciudadanos a ciudadanos, ricos a pobres, la clase media a las capas proletarias y semiproletarias. En ese contexto, han llegado a producirse adhesiones, todavía muy minoritarias, a los crímenes del Escuadrón de la Muerte.
El gran reto que se yergue hoy ante la izquierda brasileña es el de derrotar al proyecto burgués, articulando solidariamente las fuerzas que componen al movimiento popular. Para ello, tiene que comenzar por su propia casa, es decir, tiene que enfrentar correctamente la cuestión de su unidad de acción.
Ruy Mauro Marini