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El Salvador: la iglesia y la revolución latinoamericana

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 26 marzo 1980.


Al desatarse en América Latina la contrarrevolución burguesa e imperialista, la Iglesia Católica representaba una fuerza actuante en la misma. En Brasil, colaboró activamente en los movimientos sediciosos de la derecha y los militares, que culminaron con el derrocamiento del gobierno de Joao Goulart. Destacan, en esa línea, el “rosario en familia”, con el que los curas agitaban los barrios populares urbanos en contra del Gobierno y la izquierda, y las grandes manifestaciones callejeras que encabezaron, las llamadas “marchas de la familia con Dios por la libertad”.

La victoria de la contrarrevolución implicó la caída de la mayor parte de los gobiernos democráticos y progresistas del continente. De Guatemala a Argentina, se instauraron dictaduras que excluyen al pueblo de la vida política, sometiéndolo a un régimen de terror. Un desarrollo capitalista perverso, fundado en la superexplotación del trabajo y la transnacionalización de la economía, se abrió paso, suprimiendo las conquistas sociales y sindicales de los obreros, arrojando tasas crecientes de desempleo abierto o disfrazado, procediendo por la fuerza al despojo de los campesinos e indígenas.

Ha sido en ese marco como los pueblos latinoamericanos han debido desarrollar su resistencia contra la explotación y la opresión. Hacia 1977, ya se hacía presente en la escena política un movimiento de masas renovado, como se podía observar en Colombia, Brasil, Perú, Bolivia. En particular, las masas trabajadoras y sus organizaciones políticas desplegaron su iniciativa en la región centroamericana, donde cosecharían, en 1979, con el derrocamiento de la dictadura nicaragüense, su primera gran victoria.

Ese cambio de signo en las luchas latinoamericanas vino a encontrar a la Iglesia Católica en pleno desplazamiento hacia el campo popular. Esto se expresaba no sólo en la modificación de la correlación de fuerzas que prevaleciera antes en su seno, en beneficio de su sector progresista: implicaba también que éste levantaba un planteamiento político basado en la justicia social y, en concreto, en la crítica de la dominación burguesa e imperialista que pesa sobre nuestros países.

Como muchos otros fenómenos a que estamos asistiendo, las transformaciones sufridas por la Iglesia Católica están íntimamente ligadas a la combatividad creciente del movimiento de masas. Así, todavía en 1978, el arzobispo de Managua se permitía presentarse como mediador entre Somoza y la oposición burguesa, con el propósito explícito de detener el avance de la revolución popular. El año siguiente, sin embargo, la Iglesia nicaragüense se había pasado al otro lado de la barricada, integrándose plenamente a la lucha antisomocista que encabeza el Frente Sandinista.

Este proceso se acusó de manera particular en El Salvador. El arzobispo Oscar Arnulfo Romero no sólo se solidarizó con el movimiento popular y las fuerzas que lo conducen: aceptó la inevitabilidad de la violencia revolucionaria y la consideró legítima, sorprendiendo al mundo con el pronunciamiento que, en este sentido, hizo recientemente en Bélgica. Semanas antes de su muerte, llamó al pueblo a prepararse para la guerra, acopiando medicinas y alimentos, y, la víspera clamó a soldados y policías a desobedecer las órdenes criminales de sus superiores.

El brutal asesinato de monseñor Romero demuestra cuanto ha caminado la Iglesia Católica latinoamericana, desde comienzos de los sesenta. Más allá de las consecuencias que tenga en El Salvador, su resultado será el de llevarla a acelerar su tranco, en la senda del compromiso con las justas causas populares.

Ruy Mauro Marini


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