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La acumulación capitalista dependiente y la superexplotación del trabajo

Semanario Voz

Fuente: Intervención en el Encuentro de Economistas Latinoamericanos e Italianos, Roma, septiembre 1972. Publicado en 1973 por el Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) de la Universidad de Chile. Reimpresión del Comité de Publicaciones de los Alumnos de la ENAH, México, 1974; cotejado con la versión publicada por el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) “Justo Arosemena”, Cuaderno Universitario n. 2, Panamá, septiembre de 1981.


Pretendo tan sólo señalar aquí algunas ideas, algunas líneas de reflexión sobre la cuestión de la dependencia y dejar sentados los elementos que nos permitirán discutir, en seguida, sus implicaciones sociológicas y políticas.

La primera de ellas se refiere a la orientación metodológica fundamental, que en mi entender, deben seguir los estudios de la dependencia. En tanto que intelectuales marxistas, tenemos la tendencia a ir a aquello que es lo esencial en una estructura económica, es decir, la estructura de producción. Sin embargo, cuando se trata de una formación dependiente, yo pienso que sería necesario invertir esa orientación.

Habría que partir, inicialmente, de la circulación del capital tal como ella se hace en el conjunto del sistema capitalista; en un segundo momento, plantearse el problema de cómo ella determina las condiciones en que se desarrolla la estructura productiva dependiente; en fin, replantearse el problema de cómo esa estructura dependiente crea su propia fase de circulación.

Voy a tratar de explicar por qué abogo por esta línea de investigación.

Cuando digo que es necesario partir de la circulación del capital en escala mundial, estoy pensando que lo que crea y determina las condiciones de evolución de la estructura dependiente es fundamentalmente el mercado internacional. En consecuencia, sólo podemos entender la formación y la evolución de un país dependiente cuando captamos su articulación con el mercado mundial. De lo contrario, no podemos entender de qué manera se genera en una determinada zona del sistema capitalista, en un centro de circulación que se convierte él mismo en un centro de producción de capital. Yo diría que está allí lo esencial de la formación de una estructura dependiente.

Al plantear la cosa en estos términos, a lo que estamos apuntando es, desde luego, al problema de la división internacional del trabajo, puesto que la formación del mercado mundial sólo se da efectivamente sobre la base de ésta, a partir del momento en que la gran industria se desarrolla en los países centrales. Es el surgimiento de la gran industria, es la posibilidad de especializar ciertas zonas al interior del sistema capitalista en la producción de bienes manufacturados, lo que hace posible y necesario el intercambio permanente con otras zonas en materias de alimentos y materias primas.

Sólo en la medida en que existe un centro manufacturero, un centro fabril como Inglaterra en el siglo pasado, sólo en esa medida se dan las condiciones para el desarrollo de estructuras productivas, exportadoras de alimentos y materias primas. Es por tanto la circulación, que se engendra a partir de ese centro manufacturero europeo (Inglaterra), lo que da bases sólidas para la división internacional del trabajo, y por ende, para el mercado mundial. La dependencia se refiere entonces, a esta altura del razonamiento, a estructuras de producción surgidas en función de la circulación internacional del capital y estrechamente condicionadas por ella. Para América Latina eso correspondió, en el siglo pasado, a lo que nosotros llamamos la etapa de la economía primaria exportadora, que exportaba alimentos y materias primas a los países industriales.

El razonamiento no es válido tan sólo para la economía agraria dependiente, sino para la industrialización que allí tendrá lugar ulteriormente. Ésta aparece, en los países dependientes, como una actividad destinada a sustituir importaciones y en consecuencia, no sólo referida a la manera cómo se inserta la economía en la circulación internacional, sino que principalmente determinada por una demanda interna preexistente, la cual se originó de la importación de bienes manufacturados, o sea, de la circulación internacional. La posibilidad de seguir con la industrialización estará posteriormente vinculada al mercado mundial en un doble sentido: en virtud de su dependencia ante la oferta de bienes de capital que allí se verifica y como veremos más adelante, en función de la capacidad de la economía dependiente de redefinir su posición en el mercado mundial, convirtiéndose ella misma en exportadora de bienes manufacturados.

Su relación con la circulación internacional crea, en los países dependientes, un ciclo de capital con características propias en relación al que se da en los países industriales. Si observamos el proceso mediante el cual se verifica el ciclo de capital —y esto es muy claro en la economía primaria exportadora— o sea la fase de producción y la fase de circulación en la economía dependiente, veremos que no corresponde al que se realiza en los países centrales. En la economía dependiente, la producción, desde el momento en que pasa a la fase de circulación, se desplaza totalmente hacia el mercado mundial. Es una producción que no depende por tanto, del mercado interno.

A diferencia de lo que pasa en los países industriales, donde una parte importante —en el caso norteamericano la casi totalidad— de la producción se realiza en el mercado interior, en un país dependiente la parte principal de lo que se produce para el mercado se desplaza hacia la esfera del mercado mundial. Esto tiene una consecuencia decisiva para la situación del productor, del obrero; la de que, en un país dependiente, el trabajador cuenta solamente en tanto que productor, en tanto que creador de bienes de consumo, pero no cuenta jamás como consumidor, una vez que la producción no se destina a su consumo, sino al de los trabajadores y capas que viven de la plusvalía en los países centrales.

Ese divorcio entre el productor y el consumidor crea las condiciones para que, en una economía de esa naturaleza, el trabajador pueda ser explotado prácticamente hasta el límite. ¿Por qué razón? En un país capitalista clásico, la fase de producción da origen a una oposición entre el obrero y el capitalista, un vez que en esa etapa interesa al capitalista reducir al máximo el salario del obrero. Sin embargo, en la fase siguiente del ciclo del capital, cuando se pasa a la circulación y realización del producto, aquello que aparecía el capitalista como una pérdida de dinero, o sea el pago de salario, es indispensable para que la producción se realice y, por tanto, para que el capital pueda reasumir su forma de dinero, que le permite encarar de nuevo la fase de producción. El consumo del trabajador, en la segunda fase lleva a que se supere en términos relativos (una vez que la lucha de clases opera también a nivel de consumo) la oposición inicial que se daba en la fase de la producción entre el capitalista y el obrero.

En la economía dependiente, las cosas se dan de otra manera, llevando a que la oposición entre el capitalista y el obrero no sea paliada en la segunda fase del ciclo del capital. La posibilidad de rebajar el salario del obrero no encuentra limitación en la necesidad de realizar el producto, una vez que éste se destina al exterior; el consumo del obrero es irrelevante para la realización del producto. En consecuencia, el carácter que asume el ciclo del capital en una economía de este tipo no pone ninguna traba a la explotación del trabajador y, al contrario, la lleva a configurarse como una superexplotación.

Precisamos el concepto de superexplotación del trabajo, me parece que, aquí también, si queremos ser buenos marxistas, debemos tomar ciertas libertades con la teoría. En efecto, si insistimos en aplicar a una economía dependiente, de una manera excesivamente rígida, las categorías diseñadas por Marx, nos encontramos con grandes dificultades para entender la naturaleza de esa economía. Pienso sobre todo en aquellas categorías fundamentales en el análisis marxista: la categoría de plusvalía relativa y de plusvalía absoluta. Si tenemos solamente su aspecto formal y no vamos a la esencia de lo que ellas señalan, no podremos entender el proceso de explotación y, por ende, de acumulación en una economía dependiente.

Al estudiar las formas de explotación del trabajo, Marx define la plusvalía relativa como aquélla que nace de la reducción del tiempo de trabajo necesario al obrero para la reproducción de su fuerza de trabajo, o sea, del abaratamiento real de la fuerza de trabajo, lo que se da fundamentalmente aunque no esencialmente, a través del aumento de la productividad; en cuanto a la plusvalía absoluta, se deriva de la prolongación del tiempo de trabajo excedente, independientemente de que se mantenga igual al tiempo de trabajo necesario dentro de la jornada total de trabajo. Marx tiene su motivo para conceptualizar de esta manera, a la explotación del trabajo en una economía capitalista, ya que parte del supuesto teórico de que la fuerza de trabajo se remunera siempre a su justo valor, no para cada individuo pero sí como una tendencia para la clase. Ahora bien, ella no representa tan sólo una premisa teórica, sino que tiene también una validez histórica. Si consideramos la evolución de los salarios en los países industriales, constatamos que se observa allí una tendencia permanente de los salarios a mantenerse cercanos al valor real de la fuerza de trabajo. Pero cuando desplazamos nuestro enfoque hacia las economías dependientes vemos que eso no es así; no podemos partir en absoluto, en el análisis de una economía dependiente, afirmando que allí la fuerza de trabajo se remunera a su justo valor. Eso no es cierto; por lo contrario, lo característico en una economía dependiente es precisamente que la fuerza de trabajo se remunera siempre debajo de su valor.

¿Qué podemos entonces proponer como categorías de análisis de la explotación del trabajo en economías dependientes? Yo diría que, para ello es necesario hacer una nueva lectura de Marx y reencontrar allí lo esencial en su análisis de la explotación del trabajo. Lo que importa es la manera por la cual el trabajador es explotado y, por tanto, la manera por la cual se da el proceso de acumulación del capital.

Es necesario abandonar el análisis formal de la cuestión de fondo, la especificidad del proceso de acumulación de capital en las economías dominantes y en las dependientes. Es posible afirmar, en este sentido, que, en las primeras, la acumulación se ha basado sobre todo en el aumento de la capacidad productiva del trabajo, es decir, siempre en el aumento de la productividad del trabajo, mientras que, en los países dependientes, los principales resortes de la acumulación no están vinculadas directamente a la productividad del trabajo, sino más bien a la mayor explotación de la fuerza de trabajo en sí misma.

Ello permite identificar, en la acumulación dependiente, tres formas o modalidades principales de explotación del trabajo, La primera de ellas es el aumento de la intensidad del trabajo sin que se modifique el nivel tecnológico existente. Tenemos ahí una forma particular de producción de plusvalía relativa, ya que se incrementa el valor creado por el obrero, sin alterar la jornada de trabajo, aunque cambiando la relación entre los dos tiempos de trabajo que existen en el interior de la jornada laboral: el tiempo de trabajo excedente y el tiempo de trabajo necesario. En esos tiempos el obrero produce más, porque se le exige más en materia de intensidad.

Una segunda modalidad se deriva del mecanismo clásico de producción de plusvalía absoluta, es decir, la prolongación de la jornada de trabajo, lo que altera la relación entre el tiempo de trabajo necesario y el tiempo de trabajo excedente.

Se trata de una forma de explotación empleada de manera abusiva en los países latinoamericanos, sobre todo en el campo, en la agricultura, donde la masa trabajadora llega a proporcionar jornadas de trabajo de catorce, dieciséis e incluso más horas. Pero ese mecanismo juega también en la industria, sobre todo en aquellos sectores menos protegidos y en la fuerza sindical más débil —la pequeña y mediana industria— aunque aparezca igualmente en la gran industria, a través de las horas de trabajo extraordinarias.

La tercera forma, la menos ortodoxa, pero seguramente la más importante en un país dependiente, consiste simplemente en dar al obrero una remuneración inferior al valor real de su fuerza de trabajo. En otros términos, ello significa no respetar las condiciones técnicas y el costo de los medios de subsistencia para fijar la relación entre el tiempo de trabajo necesario y el tiempo de trabajo excedente, sino tan sólo rebajar la paga del obrero más allá de lo que permitiría su tiempo de trabajo necesario, y convertir el fondo de consumo del obrero en una parte del fondo de la acumulación del capital.

Ahora bien, todos estos mecanismos nos están llevando a un tipo de producción que, sea en la economía exportadora, sea en la economía industrial que surge después, hace que la capacidad de demanda de los trabajadores sea siempre muy inferior a la que establece la capacidad real de producción. Se pude producir mucho más que aquéllo que los trabajadores pueden absorber, razón por la cual la economía no puede desarrollar la producción interna más allá de un cierto límite sin enfrentarse a problemas de realización. Por otro lado, encontramos allí una razón fundamental para que en esas economías se observe una fuerte concentración de capital. La misma superexplotación tiende a crear necesariamente mecanismos de concentración y ésta es la base del desarrollo de la economía monopólica en estos países.

Ante esa oposición creciente entre producción y circulación, producción y realización, producción y consumo que caracteriza la economía capitalista dependiente, la respuesta del capital, de la burguesía, ha ido configurando un nuevo modelo de organización económica, social y política. En su forma más avanzada, ese modelo encuentra una mejor expresión en el subimperialismo brasileño, pero las tendencias allí cristalizadas se observan también en los demás países latinoamericanos, particularmente en aquéllos que cuentan ya con un cierto grado de desarrollo industrial.

La primera tendencia consiste en readecuar la estructura de la circulación en el sentido de crear un mercado interior dinámico para la producción industrial. A través de medidas que inciden en la política salarial y de crédito, y utilizando el resorte de la inflación, se transfieren entonces recursos desde los estratos bajos (o sea, la inmensa mayoría de la masa trabajadora) a las capas medias y altas, que están en condiciones de sustentar el mercado. En otras palabras, se acentúa la redistribución regresiva del ingreso. Esto equivale objetivamente a reconocer que los trabajadores de los países dependientes nada tienen que hacer en tanto que consumidores, y tienen que entenderse solamente como productores, como fuerza de trabajo a explotarse. El caso brasileño es típico en ese sentido. El régimen militar brasileño, que representa de hecho la dictadura del gran capital en Brasil, ha reducido en los últimos años los salarios reales de la clase trabajadora cerca de la mitad. Simultáneamente, los sectores capitalistas y los sectores altos de la clase media han podido incrementar su consumo suntuario, su consumo de lujo, constituyéndose en una esfera interna de circulación relativamente dinámica para la producción industrial.

Una segunda tendencia, un segundo tipo de mecanismo que emplea el capital es la intervención estatal. Se trata allí de hacer jugar al Estado ya no sólo desde el punto de vista de promotor de ciertas inversiones de infraestructura, sino como creador de un mercado estatal, un mercado público.

Ésta se da mediante el aumento de la intervención estatal en obras de infraestructura (hidroeléctricas, carreteras, obras públicas en general) lo que crea evidentemente toda una demanda estatal para la industria más sofisticada, sobre todo la industria pesada, sea mediante la orientación del gasto estatal hacia el desarrollo de una industria que no tiene relación con el consumo popular, al impulsarse la creación de una industria bélica. Por ejemplo, a partir de 1965 y en un principio para superar la crisis económica entonces existente en el marco dela cual la industria automotriz no encontraba mercado para su producción, el Estado entró a hacer encomiendas crecientes a esa industria. Pero, al comprar su producción, no podía comprar coches de paseo, el elemento fundamental en la producción automotriz. Sus encomiendas implicaron, entonces, exigir a la industria automotriz la producción de jeep, de tanques, de carros blindados para las Fuerzas Armadas. Esto explica en parte el aumento de los gastos militares que, implican en 1970 alrededor de mil millones de dólares, aproximadamente una tercera parte del monto total de las exportaciones.

La tercera tendencia la dejo para el final, aunque tal vez debería ponerla en primer lugar, ya que es la más importante. Cosiste en el esfuerzo por reemplazar la circulación desde el mercado interno hacia el mercado externo. Es decir, ya no es exportar simplemente materia prima y alimentos, sino manufacturas, la producción industrial que no puede ser realizada totalmente en el mercado interno y que necesita crecer constantemente como consecuencia de la misma acumulación de capital.

Esa producción busca el mercado externo, trata de desplazar su órbita hacia el mercado mundial. Sin embargo, para un país como Brasil, la expansión comercial hacia el exterior de productos industriales no es fácil. No es fácil en la medida en que encuentra un mercado mundial ya dominado por los grandes países capitalistas. El Brasil va, entonces, a ofrecer a esos países capitalistas la posibilidad de obtener altas ganancias explotando una mano de obra barata —y esa razón sirve para agudizar aún más el régimen de superexplotación del trabajo— para obtener allí ganancias más altas que las que obtendrían en otra parte con el mismo tipo de equipamiento, a cambio de una participación, una cuota en el mercado mundial.

En este sentido, se puede tomar como ejemplo el caso de Volkswagen. La filial más importante de Volkswagen alemana es la que opera en Sao Paulo; a principios del año pasado (1971), hubo un acuerdo entre la filial brasileña de la Volkswagen y la Volkswagen alemana, en el sentido de que la primera se quede con el mercado latinoamericano. Ya anteriormente, para hacer frente a los problemas de realización de la Volkswagen brasileña, se le había entregado una cuota en el mercado norteamericano. En suma, se busca la expansión comercial hacia el mercado mundial, pero se hace esto en base al capital extranjero, entregándole una parte significativa de las ganancias.

Dejé esa cuestión para el final porque, si analizamos las tres tendencias, los tres mecanismos, veremos que el primero, o sea la redistribución regresiva del ingreso, es necesariamente un mecanismo limitado. ¿Por qué? Porque no se puede hacer crecer indefinidamente esta capa privilegiada de consumo, esta “sociedad de consumo” que existe al interior de la sociedad brasileña, puesto que esa capa presupone una mano de obra fuertemente explotada y desposeída. No se puede permitir a sectores de esa mano de obra participar en la “sociedad de consumo”, sin desatar un proceso reivindicativo en el conjunto de la masa trabajadora, el cual pondría en jaque la acumulación basada en la superexplotación del trabajo.

El segundo mecanismo, es decir, la creación de mercado a través de la intervención estatal, ofrece mucho más posibilidades a corto plazo, lo que no es viable, en la medida en que nadie puede suponer el desarrollo del capitalismo sobre la base exclusiva de la demanda estatal. Es necesario que exista un campo de acumulación de capital real y un campo real de circulación de mercancías. El único mecanismo, entonces, que a largo plazo podría ofrecer la posibilidad de mantener la tasa de desarrollo, la tasa de acumulación de capital, sería precisamente la expansión comercial al exterior. Es decir, la única salida del capitalismo dependiente brasileño —que por esto se caracteriza como un subimperialismo— es tratar de repetir la hazaña de las potencias imperialistas, pero intentarlo bajo el control, bajo el dominio de esas potencias imperialistas ya desarrolladas.

Yo lo planteo así, y no insisto más en el tema, en la medida en que ello nos obligaría a hacer un análisis detallado de lo que ha sido la política expansionista brasileña en los últimos ocho años. O bien, entrar a ver de manera mucho más detallada las posibilidades y las brechas que puede ofrecer hoy día el mercado mundial para el surgimiento de un nuevo centro exportador de manufacturas. Simplemente señalo que, si estudiamos las características que ha asumido recientemente la división internacional del trabajo, podemos admitir que existe una cierta posibilidad. Es fácil constatar que en 1970 ya no tenemos la división internacional del trabajo que regía en 1870, cuando había, de un lado centros industriales, centros manufactureros y de otro lado, países agrarios o países mineros, productores de alimentos y materias primas. Vemos una gama mucho más compleja, con países que tienen economías industriales a diferentes escalas, a diferentes etapas. Y vemos que la producción industrial en los países centrales pasa a requerir la existencia de centros industriales en otros países menos desarrollados. Por ejemplo el acero, hace 30 años atrás, era un privilegio de los países dominantes, de los países centrales. El Brasil es hoy día un país exportador de acero. No solamente pudo desarrollar una industria interna de acero, sino también exportarlo, aunque en pequeña cantidad.

¿Qué pasa a ser más importante para los países desarrollados? El control de ciertas etapas del proceso productivo, donde sí mantienen el monopolio; lo que es la electrónica pesada, por ejemplo, o la industria química. Pero, etapas menos sofisticadas de la producción industrial pueden ser transferidas a otros países y estos países deben participar de esas etapas de producción, plantearse necesariamente el problema de la escala del mercado. Una verdadera industria siderúrgica impone y exige un mercado bastante amplio.

Creo que es mejor interrumpir aquí la exposición y no entrar a analizar sus implicaciones de orden sociológico y político. Eso tal vez lo pueda hacer, contestando algunas de las preguntas que ustedes quieran formular. Preferiría darles la ocasión de hablar un poco para romper la monotonía.

Respuestas a preguntas del público

1. El problema de la llamada “población marginal”.

El problema del tiempo de trabajo, de los tiempos de trabajo al interior de la jornada de trabajo, no puede tomarse exclusivamente —y Marx jamás ha planteado eso— desde un punto de vista individual; o sea del trabajador individual. Hay que tener presente que, cuando Marx habla de que el obrero tiene un tiempo de trabajo necesario y un tiempo de trabajo excedente, etc., se refiere siempre a la población trabajadora, que al fin y al cabo nosotros vamos a tener que jugar con términos medios, esto es, un promedio. Me parece, que plantear una diferencia de fondo entre lo que podría llamarse un sector marginal y un sector integrado, una clase fabril integrada a la producción, nos dificulta la visión real del problema. Debemos tomar al conjunto de la población trabajadora que esté en ese momento trabajando o desempleada; esto es lo correcto, y analizar entonces la manera por la cual la reducción real del tiempo de trabajo necesario repercute finalmente en el empleo. Así es como nosotros podemos entender el papel que está jugando esta población desempleada o marginada. Para poner un ejemplo: es costumbre hablar entre los economistas de una tecnología “labor saving” (ahorradora de mano de obra), como si existiera otro tipo de tecnología. Como si el progreso técnico no fuera siempre, en cualquier circunstancia, menos esfuerzo físico, menos tiempo para producir la misma cantidad de bienes. Ahora bien, ¿por qué esto aparece como “labor saving”? porque ese progreso técnico va a ser tomado por el capitalista para reducir el número de trabajadores (en términos relativos), y para reducir la jornada de trabajo. Si hubiera reducción de la jornada de trabajo, y si se mantuviera la tasa de acumulación, el aumento de productividad implicaría siempre aumento de empleo y mejores condiciones de trabajo para la mano de obra empleada. En la medida en que eso no es así, y sobre todo en una economía con altas tasas de trabajo excedente, con altas tasas de explotación, como es el caso de los países dependientes, el resultado del progreso técnico es hacer que aumente constantemente la población desempleada. Pero tenemos que contar con esta población desempleada para determinar las condiciones generales de trabajo en la economía y entender, además que la existencia de esta población desempleada es justamente lo que permite que la mano de obra empleada, la clase obrera existente, sea remunerada por debajo de su valor; ello se debe a la presión que esa mano de obra desocupada ejerce sobre el mercado de trabajo y a la producción de subsistencia que esa mano de obra engendra, con lo que lleva a abaratar realmente la fuerza de trabajo. Hay que ver el proceso en su conjunto, porque si lo tomamos en términos individuales, llegaremos a escindir la población trabajadora en la clase obrera y en la población marginal, y eso no sólo es una deformación del análisis económico, sino que lleva a implicaciones políticas extremadamente graves.

2. La clase obrera, dada la existencia de una población que vive en condiciones infrahumanas ¿puede considerarse como una clase privilegiada y solidaria con el sistema?

Para contestar de manera bastante breve diré lo siguiente: el planteamiento de la forma de explotación y de la tasa general de explotación desde el punto de vista del conjunto de la masa trabajadora, nos lleva necesariamente a afirmar que la clase obrera no es una clase privilegiada, sino que, todo lo contrario, esa clase obrera es una clase superexplotada precisamente por la existencia de sectores miserables y más postergados al interior de la sociedad. Yo diría que, en relación a la clase obrera brasileña, ella será siempre superexplotada, en la medida en que existan esos amplios sectores desempleados, y que existan sectores de subsistencia. Como sostenía hace rato, eso es precisamente lo que crea las condiciones sobre las cuales puede operar el capital e imponer a la clase trabajadora un régimen de explotación mucho más violento. Es por tanto la clase obrera —la que cuenta con mejores condiciones políticas, económicas, sociales, para encabezar y dirigir un proceso revolucionario que derroque al régimen capitalista— la clase que tiene todo el interés en hacerlo.

3. ¿Qué representa el subimperialismo brasileño, con sus altas tasas de desarrollo económico y su régimen político represivo para el desarrollo del movimiento revolucionario?

Trataré de contestar por lo menos aquellos puntos que me parecen más sustantivos, sin entrar a discutir si la concepción marxista sobre la tecnología es válida o no; esto sería tema de otra discusión.

Pero yendo a los puntos sustantivos de lo que pude comprender de las preguntas, yo diría que —repitiendo un poco lo que se dijo hoy en la mañana— la culpa de los problemas no hay que buscarla en el análisis sino en la realidad, y la experiencia reciente del Brasil ha mostrado que el capitalismo dependiente puede encontrar en él mismo condiciones que le permitan hacer frente a las contradicciones que su desarrollo plantea. Desde luego la manera como se resuelven esas contradicciones, las agudiza, y eso es lo que nos importa, cuando analizamos el desarrollo de un proceso capitalista. Es cierto que, a principios de la década de los 60, se hablaba de la imposibilidad de un desarrollo capitalista autónomo, nacional. ¿Qué quería decir esto? ¿a qué iba referida la discusión? Era una manera de hacer frente a las expectativas reformistas de desarrollar, con base en una supuesta burguesía nacional independiente y contraria al imperialismo, un capitalismo nacional, autónomo, por tanto plantear como estrategia revolucionaria el frente único de clases, la colaboración de clases entre la burguesía y el proletariado. Allí está el centro de la cuestión. Sí algunos, reaccionando contra esto, dijeron que no existía la burguesía, era su manera de enfrentar el problema. Yo no me hago cargo de ese tipo de enfoque, puesto que jamás lo sostuve. Más bien lo que se ha dicho —es lo que en el fondo plantearon Gunder Frank y otros— es que esa burguesía argentina, no tenían la mayor capacidad de promover el desarrollo capitalista autónomo en los países dependientes al estilo del capitalismo clásico. Ahora bien, el análisis o las líneas de análisis que yo he tratado aquí de presentar, nos indican que esa afirmación era rigurosamente correcta. Es correcta en el sentido de que, cuando esta burguesía intenta superar las limitaciones con las cuales choca el desarrollo capitalista, tiene que someterse aún más al capitalismo internacional, tiene que abrir realmente el país a la inversión extranjera, tiene que promover la integración del sistema productiva nacional con el sistema productivo de los países capitalistas centrales. Y solamente a partir de allí le es posible pensar en mantener su proceso de acumulación de capital. En otras palabras, la acumulación de capital en los países dependientes conlleva necesariamente la desnacionalización del país dependiente, conlleva necesariamente la imposibilidad de un desarrollo capitalista autónomo. Ese es el punto de vista a retener.

Ahora bien, ¿significa abrir la economía nacional al capital extranjero? ¿qué significa hacer de la economía nacional una base de operación para los grandes consorcios financieros internacionales? Eso significa antes que nada, aumentar la tasa de explotación en el interior de la economía. Esa tasa de explotación no alcanza solamente a la clase obrera, sino que va en aumento para aquellos sectores que normalmente son más explotados al interior de esa economía: sobre todo los sectores campesinos. Cuando analizamos la transformación que sufre actualmente la estructura agraria brasileña vemos que lo que caracteriza esa transformación no es ya, como en el pasado, la expropiación o la toma de parte del producto de una mano de obra campesina, pero que seguía siendo campesina y que tenía la posibilidad de crear ciertos medios de subsistencia para su propio consumo, sino que lo que se da ahora es un proceso masivo de expropiación de la tierra, que expulsa a la masa campesina de las tierras que trabajaba anteriormente, pero que no eran de su propiedad, y la obliga a agruparse en torno a centros urbanos del interior, donde ella pasa a vivir en función de la posibilidad de trabajo temporal, ocasiona, en el campo. Siguen siendo trabajadores del campo pero totalmente proletarizados y en condiciones de explotación mucho más violentas, una vez que ya no disponen siquiera de la válvula de escape que les permitía su economía de subsistencia.

Si tomamos esas cosas en consideración, la conclusión a que llegamos desde el punto de vista de las contradicciones entre el capital y el trabajo, entre las clases dominantes y las clases trabajadoras de la ciudad y el campo no hacen sino agudizarse, y se agudizan de manera extremadamente violenta. De donde se puede ver la necesidad para la clase dominante de contar con el reforzamiento del aparato represivo del estado, y recurrir incluso a formas de fascistización, a formas de opresión fascistas. Eso nos está mostrando que el desarrollo capitalista, que puede tener lugar en esas economías, es un desarrollo que agrava a un ritmo acelerado las contradicciones de clase y las lleva a aquel punto en que efectivamente no tienen ninguna posibilidad de conciliación. En consecuencia, la imposibilidad del reformismo es más evidente que nunca, y quienquiera que sea reformista hoy día en América Latina, materialmente no entiende cuál es el proceso de acumulación de capital que se da en esos países.

Pero hay más: no podemos limitar el análisis puramente nacional, tendremos que ver esa agudización de contradicciones que no se va a dar solamente en la economía nacional brasileña, sino que va a ser necesariamente exportada a los otros países sobre los cuales el subimperialismo brasileño logra algún medio de presión, de dominación. Ejemplo típico es el caso de Bolivia, donde de hecho quien se jugó hasta las últimas consecuencias para el golpe militar fueron los militares brasileños, más que Estados Unidos. ¿Qué ha resultado del golpe militar boliviano? Una mayor represión de las masas bolivianas, una mayor opresión del capital sobre el trabajo. No nos quedemos sólo en América Latina. La necesidad de expansión comercial que experimenta hoy día Brasil, lo hace volverse también hacia África. Pero ¿A quién va a buscar a África? ¿Cuáles son sus puntos de apoyo para lograr una expansión en el mercado africano? África del Sur y Portugal. Es decir, el estado represivo brasileño va a buscar aquellos regímenes más represivos, más brutales que se (   ) en África y va a aliarse con ellos.

El resultado del capitalismo dependiente es una agudización acelerada de las contradicciones de clase. ¿Eso nos plantea problemas? Claro que nos plantea problemas, de la misma manera como el desarrollo del fascismo en Europa planteó problemas al movimiento revolucionario. No obstante, la solución a que nosotros podemos llegar no vendrá si cerramos los ojos a esa realidad, sino si reconocemos que esa realidad existe y que hay que destruirla. Sólo a partir de allí podemos plantearnos una estrategia revolucionaria que esté realmente articulada con el desarrollo de las contradicciones del capitalismo dependiente.

Esa estrategia revolucionaria va a encontrar enormes dificultades para desarrollarse, puesto que se enfrenta a un Estado más estructurado, a un Estado más represivo, a una clase dominante más unificada en torno de su Estado. Pero por otra parte, esa estrategia revolucionaria tiene la posibilidad de jugar, de utilizar contradicciones de clase que van en constante agravamiento, que se agudizan constantemente, y es un desafío entonces para los (*) revolucionarios saber enfrentar esa realidad, saber hacer frente a la agudización de esas contradicciones para, en función de ellas, plantearse el derrocamiento de ese sistema. Ya no hay que plantear su reforma, hay que plantear su destrucción.

Si consideramos la situación de los países que, en otras circunstancias, guardando todas las diferencias, han podido hacer su revolución, vamos a ver que es precisamente cuando las contradicciones de clase son más agudas que esa revolución es más posible. Tenemos el caso de la Unión Soviética, tomemos el caso de Cuba. No eran absolutamente democracias parlamentarias, regímenes reformistas en los que el proletariado andaba de la mano de la burguesía. Eran regímenes extremadamente represivos, en la que la acumulación de capital se hacía siempre a costa de una mayor explotación de la fuerza de trabajo, y peor que eso los revolucionarios encontraban el terreno propicio para desarrollar su acción revolucionaria. Pienso que eso es válido hoy para el Brasil, pienso que es válido para América Latina y para todos los países dependientes.

4. Cuál es la importancia del análisis teórico para la formulación de la estrategia revolucionaria?

Hay un aspecto de la intervención del compañero Salvati que merece reparos. Según entendí, al compañero Salvati no le parece bien que se haga la división entre las dos etapas del ciclo de capital, y es rigurosamente lo que hace Marx al analizar el ciclo del capital, cuando distingue claramente la fase de la circulación de la fase de la producción. Es justamente a partir de esa distinción que Marx establece en El Capital, y aún más ampliamente en los Grundrisse, algunos elementos de su teoría del subconsumo, que no llegó jamás a desarrollar totalmente. Pero la base para hacerlo está allí, en esa distinción entre el productor y el consumidor en el marco del ciclo del capital. Me parece, sin embargo, que no es ahora la ocasión de profundizar en la discusión del tema.

La cuestión de fondo de la intervención de Salvati es la de que no cabría, a partir del análisis de esa naturaleza, llegar a afirmar la no validez de la alternativa reformista o alternativa revolucionaria, y eso es lo que debería definirse exclusivamente en el plano político. Yo no estoy de acuerdo; si para algo sirve el análisis es para orientar la opción política, la opción revolucionaria. Si nosotros tuviéramos en América Latina la posibilidad de un desarrollo capitalista autónomo, es evidente que las opciones reformistas seguirían siendo políticamente válidas, y no podríamos descartar la posibilidad de avanzar en el desarrollo de la sociedad durante cierto periodo, echando mano de métodos reformistas. Ahora bien, si analizamos el problema tal como yo traté de plantearlo aquí, eso nos llevaría a la conclusión opuesta: la de que la solución reformista no tiene la menor posibilidad de abrir nuevas vías de desarrollo a la sociedad latinoamericana tal como existe hoy, sino más bien lleva inmediatamente a esa sociedad a una crisis estructural y coyuntural, crisis que pone inmediatamente como opción, no la reforma y la revolución, sino la revolución y la contrarrevolución. El ejemplo claro de esto es Brasil, donde a principios de la década de los años sesenta se intentó plantear un camino de desarrollo autónomo a través de ciertas reformas —reforma agraria, distribución del ingreso, nacionalización de un sector público más importante, límites a la inversión extranjera, apertura de relaciones comerciales y diplomáticas con los países socialistas— pero lo que se logró realmente fue acelerar el proceso de crisis en la economía brasileña. O sea, la estructura fue puesta en jaque en su funcionamiento y entró a estallar, por así decirlo. En ese momento, la opción que nosotros enfrentamos en Brasil no era ya la posibilidad de tomar un camino reformista, sino avanzar hacia un camino realmente revolucionario, que entrara a cambiar radicalmente esa estructura económica. La otra opción que fue la que realmente se impuso, era permitir al gran capital nacional e internacional resolver el problema a su favor, reestructurar esa economía en función de sus intereses, imponiendo una superexplotación mucho más violenta, desnacionalizando la economía, abriendo campo libre a la acumulación de capital y centrando el país de manera mucho más firme en el área de influencia imperialista.

Ruy Mauro Marini

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