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Elementos para un balance histórico de treinta años de izquierda revolucionaria en América Latina

Fuente: El maestro en rojo y negro. Textos recuperados, Patricio Rivas, Instituto de Altos Estudios Nacionales, Quito, Ecuador, 2012, pp. 179-222. Se publica en este sitio gracias al compilador de la obra.


Nuestro esfuerzo se encamina a proponer una reflexión acerca del surgimiento y desarrollo que la izquierda revolucionaria ha experimentado a lo largo de tres décadas; intentaremos establecer los factores que implican este proceso y por qué se plantea, en cierto momento, una crisis de la izquierda revolucionaria.

Podemos fijar el nacimiento de la izquierda revolucionaria en América Latina en la segunda mitad del siglo XX. En el período inmediatamente anterior van surgiendo una serie de factores para dar a esa izquierda las características que presenta en los cincuenta y que van a marcar de cierta manera su desarrollo posterior. En la década de los cincuenta podemos apreciar tres grandes determinantes que nos permiten intentar explicar el surgimiento de una nueva izquierda en el continente: un factor de orden económico, un factor de orden social y un factor de orden ideológico.

1. La década de los cincuenta:
penetración imperialista y antiimperialista
en el nacimiento de la izquierda revolucionaria en América Latina

Los años cincuenta van a marcar en América Latina la consolidación del ejercicio efectivo de la hegemonía que EE.UU. había ganado después de los años treinta, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial. A inicios de los cuarenta, EE.UU. despliega una serie de iniciativas en relación a América Latina con el fin de integrarla a su esquema político-militar —específicamente la DEA (Agencia de Control de Drogas) y el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca)— en el contexto de la Guerra Fría. Pero es realmente a partir de los cincuenta que observamos una penetración masiva de capitales estadounidenses en las economías latinoamericanas que cambia las bases del desarrollo capitalista anterior. El hecho nuevo de la posguerra es que una serie de países —entre ellos Argentina, Chile, México, Brasil (el proceso recién comienza en Colombia)— han pasado por cierta industrialización en el período de entreguerras. Es cierto que la industrialización es anterior, puesto que existía ya el desarrollo de la industria. Argentina antes de la Primera Guerra Mundial tenía su industria liviana de bienes de consumo ya constituida; Chile tenía también un cierto desarrollo, junto con Uruguay y Brasil.

Esto se refleja también en el crecimiento de la clase obrera desde fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. México también vivió un proceso similar. Pero es a partir de los veinte y los treinta cuando se acelera la industrialización del capital nacional. Éste es verdaderamente nacional, porque a excepción de México —donde por su cercanía territorial con EE.UU. ya se presenta cierta penetración del capital extranjero—, en ese entonces, en el resto de América Latina el sector industrial manufacturero se desarrolla sobre una base esencialmente nacional. Esto crea también, de cierta manera, una burguesía nacional industrial con muy poca dependencia e influencia de capital extranjero, debido a la crisis internacional del período del treinta. A partir de los cincuenta, en la medida en que presentan tasas más altas de rentabilidad y debido a las condiciones particulares de la economía estadounidense —que la lanzaban a exportar capitales, a exportar maquinaria—, EE.UU. presiona para penetrar al sector manufacturero a través de inversiones directas privadas. EE.UU. concreta en los años sesenta acuerdos de garantías de inversiones extranjeras con varios países latinoamericanos, que le garantizan ubicar el espacio para la penetración de capitales privados; junto con la acción moderada de capitales públicos que fluían hacia América Latina de manera muy moderada, limitada hacia la generación de infraestructura, provenientes del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo. En la mayor parte de los países esta situación va a provocar una reacción contra la inversión extranjera de sectores de la misma burguesía, de las clases medias y de los sectores populares en general. Esto lleva en los años cincuenta a una exacerbación del sentimiento antiimperialista, como contrarréplica a las presiones estadounidenses por penetrar con sus capitales las economías y copar el desarrollo industrial en expansión.

De esta forma, un factor político muy importante de las culturas nacionales en ese período va a ser la cuestión antiimperialista, que no se había planteado de manera muy fuerte en el continente —salvo en México, Centroamérica y el Caribe— desde el período anterior. Si volvemos hacia los años treinta, el antiimperialismo se plantea con fuerza sobre todo en México, los países centroamericanos y del Caribe, que desde mediados del siglo XIX y principios del XX son objeto de ataques de la política de los capitales norteamericanos. Podemos decir que el antiimperialismo surge como uno de los componentes importantes del desarrollo político de América Latina en ese período, y que va a ser naturalmente asumido por los sectores más jóvenes de la izquierda, no vinculados necesariamente a los partidos conservadores, sino mucho más a partidos progresistas de izquierda moderada que preexistían, que venían de etapas anteriores. El mismo 26 de julio y Fidel salen de esos procesos; partidos similares —en los casos venezolano, peruano y brasileño— tuvieron cierta influencia en la formación de la izquierda revolucionaria en los años cincuenta en esos países.

El elemento antiimperialista es uno de los factores que va a favorecer, va a empujar el surgimiento de la izquierda revolucionaria, en la medida en que esta trata de asumir de forma no tradicional, con una propuesta más fuerte, más radical, el enfrentamiento al avance imperialista.

2. El campesinado y el nacimiento de la izquierda revolucionaria

Un segundo elemento, ahora de orden social, es el desarrollo del movimiento campesino. Si observamos la reformulación, el cambio del patrón de reproducción que se genera en los años treinta, los regímenes que se crean, los tipos de Estados que surgen, que han sido llamados vulgarmente «populistas», «Estados de compromiso», veremos en ellos que los pactos, las formas de alianzas de clases —que se generalizan prácticamente en todos los países— excluyen al campesinado. El nuevo pacto político, las alianzas y compromisos que se establecen entre el bloque dominante y las clases dominantes implican, por un lado, el cambio del bloque dominante mediante la incorporación de la burguesía industrial, y muestran cómo una clase media logra insertarse en el bloque dominante junto con los grupos identificados en el antiguo polo exportador.

Por otro lado, se establecen acuerdos, alianzas, pactos, compromisos con las clases medias urbanas, que van a convertirse en la principal clase de apoyo de esos regímenes junto a la clase obrera industrial. Hay países que demoran, que tardan en hacer la reestructuración del sistema de alianzas y pactos, como el caso de Argentina, donde en los años veinte la oligarquía, de hecho, respondió más bien con represión, intentando mantener el antiguo sistema de poder con la dictadura militar; finalmente va a ser Perón quien logrará cristalizar ese tipo de alianzas. El peronismo va a activar a la clase obrera y establece con ella un cierto tipo de pacto a partir de la legitimación de sus intereses corporativos. En los años cincuenta, entonces, la única excepción en el cuadro latinoamericano en la relación con el movimiento campesino es México, como producto de la Revolución de 1910. Si observamos desde esta perspectiva los años diez y veinte, veremos el surgimiento en América Latina de movimientos más o menos radicales de carácter urbano, que van a dar origen a fenómenos como el de Alessandri en Chile, Irigoyen en Argentina, Vargas en Brasil. Se observa que el único caso donde esa emergencia de las clases medias urbanas —en las cuales se incluye, en ese momento, la burguesía industrial— se combina con la revolución campesina es México. Así, el sistema mexicano de poder que se forma a partir de 1910 —y que de hecho se cristaliza a partir de los treinta con Cárdenas— es totalmente distinto de los que existían en los demás países latinoamericanos. Solamente allí hay un sistema de poder en el que participa en forma subordinada el campesinado, y es el campesinado el que se convierte en la principal clase de apoyo de la dominación burguesa.

En el resto de América Latina el campesinado es excluido de las alianzas de clase y de cierta manera se le va a utilizar, se le va a hacer pagar el costo de la industrialización. Pero a la altura de los cincuenta eso comienza a cambiar. Casi de improviso, el campesinado empieza a emerger, a aparecer en los diferentes países de América Latina, en algunos casos asumiendo papeles protagónicos en la lucha de clases.

El primer caso interesante, relevante, es el de Bolivia en la revolución de 1952. Se trata de una revolución obrero-campesina por su carácter social. Ésta es la primera vez después de la Revolución Mexicana que vemos al movimiento campesino emergiendo como sujeto y transformándose realmente en factor de poder; luego de 1910, se trata de la primera reforma agraria que se hace desde abajo, pues los campesinos toman las tierras y las reparten. Al mismo tiempo, se está desarrollando un proceso similar en Guatemala; éste había empezado en la segunda mitad de los años cuarenta, pero se consolida y cobra expresión institucional en la primera mitad de los años cincuenta con Árbenz, cuyo gobierno se prolonga hasta 1954. En esta experiencia el campesinado juega un papel fundamental y la cuestión agraria es lo central; aunque por sus peculiaridades, esta cuestión está, en este caso, ligada al antiimperialismo, al enfrentamiento con EE.UU.

Pero no sólo en estos países la cuestión campesina empieza a presentarse con fuerza hacia la segunda mitad de la década: podemos ver cómo a pesar de estar sometidos, aislados, empiezan los campesinos a asumir iniciativas, a buscar formas de organización, a pasar al plano político. Un caso típico es el de Brasil, donde quizás en ese tiempo teníamos el campesinado más sometido, más explotado de América Latina, sin duda, porque se mantenía el esclavismo —que en Brasil perdura hasta casi fines del siglo XIX—. Eso marca las formas de dominación y explotación en el campo; sin embargo, a partir de 1956-1957 empieza a surgir un movimiento campesino que va ganando fuerzas hacia fines de la década en el marco de las Ligas Campesinas, organizadas en esa época por Juliáo. En Chile, el problema campesino empieza a plantearse y a exigir una solución, también a fines de los cincuenta, y va a ser un factor decisivo en los sesenta, con la gran fórmula de acción de la democracia cristiana. El fenómeno se da también, en general, en Perú y Colombia, donde después de la Violencia, luego del Bogotazo, lo que vamos a presenciar es el desarrollo de la lucha armada en el campo. A diferencia de los procesos de lucha armada que se van a desarrollar en América Latina en la década de los sesenta, el proceso de lucha armada en Colombia en los cincuenta tiene una base esencialmente campesina, es el movimiento campesino el que lucha; eso va a cambiar después.

3. Los partidos comunistas, el monopolio del marxismo
y el surgimiento de la izquierda revolucionaria en América Latina

Un elemento decisivo que también ayuda a comprender los factores que van a influir y contribuir a la conformación del proyecto, la estrategia, la táctica y hasta las formas de organización de la izquierda revolucionaria, es la cuestión de los Partidos Comunistas (PC). En los años cincuenta el peso de los PC en la izquierda continental y nacional es muy grande y ellos tienen, por decirlo así, el monopolio del marxismo —con muy pocas excepciones en tal o cual país, sobre todo en aquellos países donde habían desarrollado algunas bases los partidos progresistas y se habían dado experiencias de movilización radicales—.

Que el marxismo aparezca como monopolio identificado con los PC en los años cincuenta es el resultado de las derrotas de los movimientos populares en los años veinte y treinta, y la imposición de los pactos frente-populistas, los que en muchos casos ayudaron a la represión de los movimientos obreros más radicales —entre ellos el anarquismo— y bloquearon el desarrollo del pensamiento revolucionario. Todo esto va a dar a los PC un peso muy grande, aumentado durante y después de la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la participación de la URSS y los PC en la alianza antifascista.

Después de 1947-1948, con el inicio de la Guerra Fría comienza la etapa de represión a los PC, que en los años cincuenta aparecen todavía como los dueños del marxismo. De un marxismo extremadamente limitado, porque el marxismo en América Latina había tenido una fase importante de crecimiento en algunos países en los años veinte, pero por las condiciones socio-políticas que se dan después de los treinta, el marxismo va resultar muy presionado, muy contenido en su desarrollo: va a ser desplazado por la ideología de los partidos populistas, y en ese período hay cambios reales en su composición, en sus relaciones con el campesinado, etc. Los PC, limitados a una esfera reducida de acción, aparecen con el monopolio del marxismo, el que es por lo tanto identificado con partidos de poco peso en el juego político.

Los PC en los cincuenta defienden todavía las tesis de la revolución democrático-burguesa y, por lo tanto, de la alianza con la burguesía nacional, autónoma, independientemente de que hayan tomado una posición más radical después de la represión de 1947-1948. En determinados países, algunos se plegaron y otros intentaron formaciones más radicales de expresión, pero la ideología era común en su visión, en su estrategia, su crítica; su proyecto global era el mismo, heredado de la Tercera Internacional Comunista. Ésta había trabajado sus concepciones a partir de los años veinte con base en Asia. Por eso, la visión que aporta la Tercera Internacional es, sobre todo, la de los países no desarrollados, donde no existía una clase obrera y un capitalismo desarrollado; entonces, generalizan la situación asiática para otros continentes y situaciones nacionales. Así se generaliza la visión de lo que hoy llamamos subdesarrollo, dependencia, a partir de lo que llamaban ellos «situación colonial». Esto aunque Lenin, en su trabajo sobre el imperialismo, llama la atención sobre las formas de dominación en el sistema mundial, desde las más complejas hasta las menos complejas; incluso se refiere a las formas de dependencia, sobre todo a la dependencia financiera, haciendo énfasis en lo que es la dominación inglesa.

Hay que recordar que todavía no se está en la fase en que la penetración imperialista, la dominación se efectúa mediante inversiones en el sector productivo. A pesar de que Lenin hace referencia a eso, la Tercera Internacional va a elaborar su visión a partir de lo que conoce de Asia. Como se sabe, allí Lenin jugó un papel relativamente pequeño, porque la Internacional se constituye en 1922 y ya en 1924 Lenin muere; o sea, tuvo poca influencia, a pesar de que participó en sus primeras formulaciones.

Nuestra hipótesis respecto a cómo se va constituyendo esa concepción de la Tercera Internacional sobre la situación colonial es que el peso teórico decisivo es de Bujarin; incluso llega a plantear algo que es interesante, porque en verdad Bujarin, ya en 1922-1923, plantea ideas similares. Él comienza a proponer el traslado de la revolución hacia los países revolucionarios en Europa, con la derrota de la revolución húngara, alemana, etc., con las cuales contaban los bolcheviques para mantener su revolución y extenderla. Desde el año 1917 hasta más o menos 1921 se mantiene la preocupación sobre todo por Europa; para la Tercera Internacional la clave está en la revolución europea, particularmente en Alemania. En 1919 empiezan las derrotas de los procesos revolucionarios en gran escala en Europa; y ya en 1921 coincide con el proceso de la Nueva Política Económica (NEP). A estas alturas, Lenin está consciente de que no hay posibilidades de acortar, de apresurar los pasos de una revolución socialista en Europa que asegurase estratégicamente la sobrevivencia de la URSS. Es en ese momento cuando ellos se vuelven hacia la búsqueda de otra estrategia mundial, capaz de asegurar el desarrollo de la revolución socialista iniciada por ellos y que veían amenazada. Eso es lo que va a llevar tanto a Lenin como a Bujarin a proyectar en el plano internacional el esquema de alianzas, el modelo estratégico que había hecho triunfar a la revolución en Rusia; o sea, la alianza obrero-campesina.

Entonces esos países, particularmente los de Asia, aplican el esquema del campo con relación a la ciudad, de la periferia con relación al centro: a Alemania, Inglaterra, Francia; ellos ven cómo el campesinado asiático y de la periferia, del sistema colonial, se podía aliar al proletariado ruso y sostener el poder obrero, el poder bolchevique, y al mismo tiempo crear nuevas formas de poder que hicieran avanzar el proceso de la lucha mundial revolucionaria.

Pero en la Tercera Internacional están pensando en países donde no existe proceso de industrialización —y no hay proletariado o éste es muy débil—; están refiriéndose a países que traen toda la marca del pasado, sociedades más o menos feudales, países fundamentalmente campesinos, con una débil burguesía de carácter artesanal, una burguesía comercial interna; por eso plantean como tarea la revolución democrático-burguesa. Suponen que esas burguesías tienen un papel fundamentalmente antiimperialista, nacional, y son capaces de encabezar revoluciones nacionales. Por esa época, Bujarin llega a postular la tesis del cerco de la ciudad por el campo, en escala mundial; así sería posible hacer avanzar la revolución en gran escala. Lo que llamaba campo en el plano mundial eran los países coloniales; se trataba de cercar a las burguesías en los países avanzados, creando condiciones: la oportunidad para que el proletariado se pudiese levantar contando con un respaldo internacional fuerte. Esa idea, que Mao va a aplicar después en China —el cerco de la ciudad por el campo— en realidad nace con Bujarin dentro de la Tercera Internacional. Con muy poco rigor —porque la verdad es que la Tercera Internacional actúa con muy poco rigor en ese caso—, desde ahí se extiende a América Latina el mismo concepto de campo y de situación colonial. No obstante, nuestra región tenía ya a mediados del siglo XIX un desarrollo capitalista importante, un sector exportador fuerte y estaba a punto de ingresar a la fase de industrialización.

La Tercera Internacional traslada mecánicamente una caracterización construida para la situación colonial de Asia en dirección a América Latina, de tal manera que los PC van a trabajar con esa visión de situación colonial. Uno de los pocos que se rebelan contra esas tesis en los años veinte es Mariátegui. Lo cierto es que antes y al principio de la Tercera Internacional hay choques y resistencias: el mismo Mariátegui y otros autores que todavía no asimilaban, no aceptaban las tesis del centro dirigente internacional; pero los PC van poco a poco imponiendo la ortodoxia y la estrategia marxista en América Latina.

Derivada de esa visión, del proceso histórico de una revolución democrático-burguesa que implicaba un papel protagónico para la burguesía nacional, se produce una alianza de clases amplia, con una base sobre todo campesina. Lo curioso es que pese a esa visión teórica de los PC, estos no se lanzan, como sería lógico, al trabajo campesino, sino que se concentran en el trabajo hacia la clase obrera urbana, porque la misma existencia de una clase obrera los presiona hacia eso; y porque en el campo de la lucha teórica, la batalla que los PC dan en los años veinte es contra el anarquismo, lo que los obliga a centrarse en el trabajo con la clase obrera. En realidad, los PC piensan una cosa y hacen otra, porque las condiciones reales de América Latina de hecho exigen otro tipo de acción política: ganarse al proletariado naciente y en proceso de expansión. Hay aquí un divorcio evidente entre lo que los actores políticos están pensando, lo que están diciendo y lo que realmente están haciendo. América Latina exigía otro tipo de acción política, el desarrollo urbano era muy grande, las clases medias y la clase obrera eran más amplias de lo que se suele suponer, y ahí era necesario dar la lucha ideológica, la lucha política para ganar la lucha contra el anarquismo, ganarse al movimiento sindical. Pero los PC llegan a los años cincuenta con esa visión de la revolución por etapas, reforzada por todo lo que fue la experiencia del frente antifascista, de los pactos nacionales, aunque esto ya estuviera puesto en cuestión por la Guerra Fría. Así, su visión de la revolución democrático-burguesa no les permitía plantearse una estrategia distinta debido a la concepción que tenían de lo que era América Latina: eso los llevó inevitablemente a una política de colaboración de clases que se expresa no sólo en el plano político, sino también en el plano ideológico. Los PC no sólo son incapaces de desarrollar una política autónoma en la lucha de clases nacional, sino que además pierden su capacidad de elaboración, de comprensión de lo que es América Latina, su economía, su desarrollo capitalista y, en verdad, pasan a adoptar una tesis elaborada por la burguesía en la CEPAL.

En esos años, década del cincuenta, surgen resistencias, fricciones y choques entre la burguesía industrial y los sectores oligárquicos del bloque en el poder. Aquélla había ocupado un espacio y se veía presionada ahora por los capitales manufactureros. La burguesía industrial inicialmente se resiste a la entrada de capitales extranjeros e intenta políticas nacionalistas —casos típicos: Perón, Vargas, etcétera. La apreciación de ese hecho, de que hay una burguesía industrial que se está resistiendo, que está buscando asegurar su espacio de acumulación frente a la presión estadounidense, lleva a los PC a convencerse de que realmente sus tesis eran correctas: realmente existía una burguesía nacional antiimperialista. Ellos entonces van a jugar sus cartas a esa tesis. Sin embargo, nosotros estamos viendo cómo la década del cincuenta fue extremadamente agitada, de un claro ascenso de la lucha de clases en América Latina, en casi todos los países, con fenómenos a veces espectaculares como la revolución boliviana de 1952, la revolución guatemalteca que fracasó en 1954; en los demás países también el movimiento popular creció, tanto por el peso que tienen la ciudad y las luchas del movimiento obrero y de las clases medias, como por la presencia cada vez mayor del movimiento campesino en la lucha de clases.

En la década del cincuenta vamos a asistir en el Cono Sur al ascenso del peronismo; los compromisos finalmente llevan a la caída de Perón, al suicidio de Vargas en Brasil, a la elección de Ibáñez en Chile… mientras los problemas en Colombia van a desembocar en la Violencia y la guerrilla originada en el seno de la propia burguesía. Pero todavía quedan buena parte de las dictaduras implantadas en el período anterior, porque el peso creciente de la dominación americana a partir de los treinta favorece la formación de gobiernos dictatoriales. Para asegurar los intereses de los EE.UU. —una fuerza y presencia crecientes, producto de ello—, van a consolidarse una serie de dictaduras como las de Somoza, Batista, Trujillo, Pérez Jiménez, Vargas en Brasil hasta 1945, etc.

Es decir, hay un claro respaldo de los regímenes dictatoriales. Pero, como la guerra mundial había obligado a toda una propaganda democrática —la democracia luchando contra la barbarie, la propaganda antifascista—, esto lleva a favorecer el desarrollo de la lucha democrática en esos países; y, así, inmediatamente al término de la guerra (en 1945), es el momento en que cae la dictadura argentina, aunque el movimiento político que le sucede asume la forma del peronismo, basado realmente en un movimiento popular. Este tipo de procesos se van extendiendo a otros países y son un factor político que refuerza la lucha contra las dictaduras que venían del período anterior. Éstas son luchas amplias, no de la izquierda revolucionaria particularmente, sino luchas populares mucho más generales, donde incluso participan sectores importantes de la burguesía interesados en tomar el control del Estado, pero cuya participación favorece el clima de lucha política, de lucha ideológica de carácter democrático.

1952 es el año de la lucha contra la dictadura en Bolivia; la lucha de Guatemala también es un proceso antidictatorial, el intento de creación de una revolución democrático-nacionalista. Las cosas no se detienen ahí y vamos a tener otros procesos en Cuba y Venezuela; son dos revoluciones que están todavía en los límites de la década del cincuenta: la revolución venezolana en 1958 y la cubana en 1959. Ésta fue una década muy rica desde el punto de vista de la lucha de clases, de los cambios y posibilidades revolucionarias, pero en ese contexto tenemos que hacer diferencias, porque realmente las revoluciones de 1952 y 1954 (en Bolivia y Guatemala), aunque fueron verdaderamente populares, no tuvieron la presencia de una izquierda revolucionaria, de una nueva izquierda, de una vanguardia, sino de fuerzas que venían de las fuerzas más avanzadas del pasado, aliadas a sectores de la burguesía progresista, sectores radicales de clase media, etc.

Se trataba de partidos populares o populistas, tanto en Bolivia como en Guatemala. En Bolivia eso va a dar origen al Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), y en Guatemala el Partido Guatemalteco de los Trabajadores (PGT) va a jugar un papel importante en el proceso revolucionario, aunque sin tener la capacidad de levantar una política autónoma, un proyecto revolucionario. Si observamos las dos revoluciones de la segunda mitad de la década, lo anterior ya no ocurre: la de 1958, en Venezuela, despliega una acción popular amplia con la participación de sectores burgueses, pero ya observamos ahí el surgimiento de sectores de izquierda, desgajados de los partidos tradicionales, que van a asumir un gran peso y que realmente dan origen a la izquierda revolucionaria más avanzada de América Latina de fines de la década, que aparecía para el resto de la región con más proyección o más peso. En efecto, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) venezolano tiene en un momento mucho más proyección que el mismo Movimiento 26 de Julio, tal vez por el mayor desarrollo de la intelectualidad venezolana de la época.

Lo concreto es que el MIR de Venezuela alcanza una proyección muy grande, una gran influencia en los procesos de formación de la izquierda revolucionaria en otros países. Esto es particularmente cierto en el caso brasileño. Allí, la relación es mucho más estrecha con el MIR de Venezuela que con el Movimiento 26 de Julio, entre 1957 y 1959. El 26 de Julio, que a su vez se forma en los años cincuenta —también desgajándose del seno de los partidos más progresistas de la clase política burguesa—, va a ser el conductor de la Revolución Cubana. Tenemos aquí ya la presencia de una izquierda revolucionaria fuerte, con base social importante.

Los grupos que se van a formar en la segunda mitad de los años cincuenta no se basan en la visión de los PC. Al contrario, tienen choques con los comunistas, no sólo en la lucha por el espacio político sino también choques ideológicos, aunque no está claro todavía, hacia fines de la década, el discurso teórico y el proyecto marxista de estos grupos. Algunos sectores en Brasil y Argentina van a intentar la construcción de un nuevo modelo de análisis de América Latina, porque no están claras todavía las condiciones en que la lucha se está dando; aunque existe una evidente separación entre la visión que esas organizaciones tienen del desarrollo de América Latina y respecto a las fuerzas con las cuales hay que contar, y lo que hacen y piensan los PC. Para estas fuerzas más radicales —en general originadas en la clase media, en la pequeña burguesía, desprendidas tanto de los partidos tradicionales más progresistas de la burguesía, como de la izquierda—, los PC van a aparecer más como un obstáculo, un factor de estabilización de la dominación burguesa, que propiamente como aliados. Por eso mismo, la lucha anticomunista va a ser fuerte, porque la concepción que ellos tienen de una revolución democrático-burguesa los lleva a luchar por los intereses de la burguesía, contraponiéndose a las posibilidades de avance de los movimientos populares en esos procesos que se abren y se desarrollan en los años cincuenta.

La nueva izquierda carece todavía de una visión programática propia y, sobre todo, el marxismo aún no es el elemento clave en el desarrollo teórico y político de la izquierda revolucionaria. El Movimiento 26 de Julio no fue en sus orígenes un movimiento popular de orientación socialista, ni su guía teórica fue el marxismo, aunque algunos de sus dirigentes estaban influidos por el pensamiento de Marx, Engels y Lenin. La izquierda venezolana no es una izquierda marxista, aunque hay grupos de estudios, elementos individuales con formación marxista actuando en la izquierda venezolana.

¿Dónde y cuándo empieza a formarse un pensamiento marxista fuera de los PC, un intento de interpretación marxista sobre América Latina distinta a la de los PC y no ligada umbilicalmente a los trotskistas? Al parecer, ello comienza en algunos círculos intelectuales argentinos: ahí tuvo un gran peso Silvio Frondizi. Desde Argentina se transfiere esa influencia hacia Brasil y, más retrasadamente, hacia Chile.

En Brasil, la preocupación por el marxismo surge en los años cincuenta, en núcleos de la intelectualidad joven y de los estudiantes universitarios radicalizados, junto a una que otra persona descolgada del PC. Se empieza a discutir la cuestión del marxismo como una opción teórico-política real para la lucha popular en América Latina. El punto de mayor elaboración en ese momento está localizado en Argentina. Posiblemente la primera revista teórico-política importante en la revolución del marxismo en América Latina fue la revista Praxis, que no tenía propiamente una organización política importante detrás; mientras que la primera organización política marxista que se forma fuera de y enfrentada a un PC en América Latina es brasileña: Organizaçáo Comunista Política Operária (POLOP), fundada por un grupo de cuadros políticos, trabajadores e intelectuales. Empieza a constituirse desde 1950 a partir de tres vertientes: la juventud trabajadora del Partido Laborista Brasileño (PTB), junto a sectores de su juventud estudiantil intelectual y elementos que tenían cierta vinculación con los trotskistas, más bien luxemburguistas vinculados al movimiento obrero y al movimiento obrero de Sáo Paulo, y algunos elementos que provenían del PC. Tal confluencia va a dar como resultado que se inicie la construcción de una organización a partir de 1958-1959, junto con la publicación de una revista que tuvo bastante peso e influencia en la consolidación de ese movimiento, Revolución Socialista. El socialismo empieza a aparecer entonces a principios de los sesenta como una posición, y da como resultado, en enero de 1961, la fundación de una organización política: la Política Operaria, organización revolucionaria marxista-leninista, que es la primera entre las formaciones políticas de la nueva izquierda que va a adoptar el marxismo como su base teórico-programática. POLOP intenta, a partir del marxismo, una reelaboración de un proyecto, de un programa a partir del marxismo, que se va a llamar «Brasil Socialista».

Esto, aunque se presenta en los sesenta, se viene dando como proceso desde fines de los treinta y, como consecuencia, en la evolución de la izquierda revolucionaria encontramos ya un núcleo que está tomando posición por el socialismo; proceso que se va a ver reforzado al coincidir con la evolución que va tomando la Revolución Cubana, que en abril de 1961 se proclama como una revolución socialista. Esto último da mucha fuerza a Política Operaria de Brasil, en el sentido de que la organización se siente segura de que hay una revolución caminando en esa dirección. Al mismo tiempo, esto abre una nueva línea de influencia de las ideas del socialismo y del marxismo-leninismo sobre el resto de la izquierda revolucionaria latinoamericana; particularmente en la izquierda venezolana, la peruana y, posteriormente, la chilena, creando de hecho una base común con la Revolución Cubana. A veces se dice que la izquierda revolucionaria viene de la Revolución Cubana, lo que no es la verdad estricta, pues surge y tiene sus raíces en el proceso de lucha de clases de los cincuenta.

A fines de los cincuenta nosotros podemos encontrar gérmenes, brotes de izquierda revolucionaria en varios países de América Latina; algunos realmente importantes como la izquierda revolucionaria venezolana. Estos movimientos son contemporáneos del 26 de Julio y del proceso mismo de la Revolución Cubana, cuyo gran papel fue, por un lado, estimular y potenciar ese desarrollo ya en curso y, por otro lado, generalizar y poner al marxismo como referencia para la izquierda revolucionaria; lo que no quiere decir en absoluto que el marxismo se convierta y sea asimilado inmediatamente por las organizaciones revolucionarias. Lo cierto es que el marxismo se convierte en el punto central de referencia de la ideología de la izquierda revolucionaria a partir de la Revolución Cubana.

Durante esa transición de los años cincuenta a los sesenta, es necesario y conveniente tener presente la situación por la cual está transitando América Latina globalmente. Tenemos por una parte que la ofensiva imperialista, con el objetivo de asegurar la penetración del capital norteamericano en el sector manufacturero, viene avanzando y conquistando espacios, para llevar finalmente, en el curso de los años cincuenta, al doblegamiento de la resistencia que inicialmente despliega la burguesía industrial. Se van creando así las condiciones para la asociación, la alianza efectiva de la burguesía industrial en América Latina —que aparece todavía con el velo de una supuesta «burguesía nacional»— con la industria imperialista. La inversión de capitales extranjeros en la industria no frena el proceso de acumulación de la burguesía local; ni siquiera van a entrar, en ese momento, en competencia directa los capitales extranjeros con la burguesía industrial nativa, porque la tendencia de EEUU es invertir en ramas a las cuales la burguesía industrial no había llegado y que no se había planteado como campo inmediato de acumulación; por ejemplo, como la rama automotriz y la petroquímica. Esto fue lo que permitió, por lo tanto, una alianza efectiva entre la burguesía industrial latinoamericana y la burguesía imperialista.

El curso del proceso histórico demostró que las potencialidades que los PC creían ver en la burguesía latinoamericana —una capacidad para comportarse como una burguesía antiimperialista según las tesis de la Tercera Internacional— no existían. Porque la burguesía nacional autónoma no existía; la burguesía industrial local no era una burguesía capaz de desarrollar un movimiento antiimperialista. Este impasse histórico de los PC y su errónea interpretación de la «naturaleza» de la burguesía es lo que va transfiriendo la iniciativa política hacia la izquierda revolucionaria, que corresponde a sectores más radicalizados de clase media, que tienen ligazones, por lo general, en la ciudad y en el campo; y que van a buscar el apoyo en el campo a través de la movilización del sector campesino. Hay que recordar que los PC habían terminado por concentrarse en el trabajo urbano en torno al proletariado industrial, mientras que desde 1930 en adelante se va tejiendo una alianza objetiva entre burguesía industrial y fracciones del proletariado fabril.

Así, los sectores más organizados y activos del proletariado aparecen bajo el liderazgo de los PC o de la burguesía, por lo que fueron un campo más difícil de penetrar y atraer hacia una política más radical. El campesinado permanecía, sin embargo, como una gran clase olvidada. En ese escenario resulta comprensible por qué la izquierda revolucionaria latinoamericana va a ser marcadamente antiimperialista, y va a concentrarse en un primer momento en el papel del movimiento campesino. El eje central en la década de los sesenta es el campesinado, con muy pocas excepciones: Chile, Brasil y algunos grupos de Argentina. El grueso del movimiento revolucionario ve realmente al campesinado como fuerza motriz de la revolución. Esta idea sólo va a comenzar a cambiar a fines de los sesenta y los setenta, sobre todo con los procesos chileno, uruguayo y argentino. La incapacidad de los PC para entender la ligazón entre lo que era la lucha antiimperialista y la lucha anticapitalista; o sea, la lucha contra las burguesías —incluidas las burguesías industriales en que estaban esperanzados, ya que estas se revelaron incapaces de llevar una lucha antiimperialista consecuente—, favoreció el desarrollo creciente de la izquierda revolucionaria.

La burguesía se había convertido, objetivamente, en un factor que favorecía las nuevas formas de penetración imperialista en la producción; apoyaba las nuevas formas de dominación emergentes, distintas a las que existían antes de la guerra —cuando las formas de penetración eran mucho más financieras y comerciales, sólo localizadamente en tareas de producción de bienes primarios, pero que no alcanzaban al mercado interno, no se establecían directamente dentro de la sociedad—. Esta vinculación de la lucha anticapitalista y de la lucha antiimperialista, que se hace internamente inescindible a partir de los años cincuenta, va a favorecer la asimilación del marxismo por la naciente izquierda revolucionaria. El antiimperialismo lleva al anticapitalismo y esto obliga a buscar otras formas de acción social, otras formas de poder. El socialismo aparece, entonces, como el elemento, la respuesta natural. Esto también es válido para el caso de la Revolución Cubana. Aunque no hay que olvidar que, pese a que la presencia y la política soviética en América Latina son muy reducidas y hasta conservadoras, la URSS juega un papel importante en la sustentación de la Revolución Cubana. Esta influencia favorece el paso hacia el marxismo como doctrina, que se convierte así en línea ideológica central del proceso revolucionario.

Conviene ahora volver a señalar lo que estaba pasando en América Latina, después de ese proceso de ofensiva imperialista y de capitulación de la burguesía industrial, en el terreno de la teoría, de los proyectos de desarrollo económico-social, del pensamiento social y político. Por ese entonces, la CEPAL había levantado un análisis global de lo que consideraba el desarrollo capitalista en nuestros países, donde planteaba como cuestión central la industrialización basada fundamentalmente en capitales estatales y privados nacionales, reservando a los capitales extranjeros un rol complementario y siempre bajo control estatal. La CEPAL, de hecho, en un primer momento está radicalmente en contra de que se acepten los capitales privados: sólo es favorable al uso de capitales públicos, de préstamos hechos al Estado, para asegurar sobre todo las grandes inversiones de infraestructura, que viabilizaban el proceso de industrialización. Así se gesta y surge la ideología de la CEPAL; el «desarrollismo» aparece como la expresión de la burguesía industrial.

La CEPAL plantea la industrialización como el factor capaz de crear empleos en gran cantidad y elevar los salarios, abriendo espacios para el desarrollo de la clase media y la clase obrera; por lo tanto, creando condiciones objetivas para una alianza entre la burguesía industrial, la clase media y la clase obrera. Pero ve que todo eso lo hace el desarrollo capitalista, un poco automáticamente. La ideología desarrollista plantea que las soluciones a los problemas sociales en general —la reforma agraria, entre ellas— aparecen como conflictos sociales que no tienen que resolverse mediante medidas políticas, sino a través del desarrollo económico: el mismo desarrollo económico tenderá naturalmente a resolver los problemas sociales, de la distribución del ingreso, de la elevación de la productividad en el campo, etc.

La CEPAL cree, por lo tanto, que el mejoramiento de la distribución de ingresos, las reformas en general, y en particular la reforma agraria y el desarrollo del campo, son más bien el resultado de la acumulación de capitales en la industria. Desde su perspectiva, la industria aseguraría una elevación de productividad en el campo, mientras que en la ciudad ampliaría el margen de empleo y permitiría subir los salarios. La reforma agraria es algo que debe descartarse en las primeras formulaciones de la CEPAL. Tal es la tesis que sustenta en el Informe Económico del año 1949, publicado en 1951. En documentos posteriores, la CEPAL llega a aceptar que es necesario tomar ciertas medidas en relación al campo, para acelerar su transformación; pero se trata de reformas de carácter tributario —hacer pagar impuestos a los latifundistas improductivos, de manera que se vean obligados a vender la tierra e invertir—, pero en ningún momento, en esta fase, la CEPAL admite reformas estructurales. Y, por sobre todo, es totalmente contraria a la reforma agraria: ello corresponde a la ideología y a la posición de la burguesía industrial, que hereda del pacto populista de los años treinta, el compromiso con la clase terrateniente. Lo importante a destacar es que la CEPAL crea una ideología compleja, sofisticada, bien apoyada en datos empíricos e históricos, que va a proporcionar a los PC la interpretación económica que les falta; y la justificación para su apoyo a la industrialización a la burguesía industrial y al estado burgués.

En los años sesenta, a medida que se va desarrollando la lucha teórica contra el PC, la izquierda revolucionaria comienza a necesitar la construcción de su propio discurso teórico. Este fenómeno se va a dar sobre todo en Brasil, porque allí la lucha se va a plantear como una disputa por el marxismo. Lo que ocurre es que se pone en duda el monopolio del marxismo. Al surgir una organización que se dice marxista, pero que está enfrentada al PC, se hace necesario dar la lucha en el terreno de las ideas y de la teoría. Esto lleva naturalmente la lucha ideológica contra el desarrollismo y contra la CEPAL.

Respecto a esto, hay mucha gente que cree que el resultado teórico del pensamiento de la izquierda revolucionaria en los años sesenta, la teoría de la dependencia, es el surgimiento de la lucha contra la CEPAL, pero esto no es cierto. Dicha teoría surge de la lucha contra el PC, pero como éste adopta la visión de la CEPAL, su ideología y sus concepciones, en esa lucha ideológica es necesario pasar a enfrentar al desarrollismo, en el campo teórico, a partir del marxismo. Eso es lo que va a dar origen, en la segunda mitad de los sesenta, a la teoría de la dependencia. Cuando esto sale de los espacios propios de la izquierda, a la lucha en los sindicatos, cuando trasciende llegando a la universidad y pasa a tener un discurso y un estatus teórico-académico, su influencia se expande y atrae a intelectuales que no están necesariamente ligados a la izquierda revolucionaria, pero que son atraídos por las ideas que se están levantando. Todo esto va a dar lugar a un proceso de elaboración teórica hegemónica de la izquierda en América Latina.

En el sistema de ideas de la teoría de la dependencia y su crítica a la teoría de la CEPAL, la principal de ellas es una perspectiva de la relación con el imperialismo, distinta a la manera como la plantea la CEPAL. Ésta plantea lo que llama la dependencia externa: en el sistema centro-periferia los países de la periferia tienen una dependencia externa con relación al centro. Para la teoría de la dependencia lo realmente central en el proceso de constitución de la economía dependiente es que se da en el marco del proceso de expansión del capitalismo mundial, a partir de los países más avanzados. De tal manera que el imperialismo no es un elemento externo a la economía dependiente, una dependencia externa que se puede suplantar o ampliar, sino que es un elemento constitutivo de la economía capitalista dependiente, de tal manera que la burguesía en esos países y el imperialismo son elementos constitutivos de la economía nacional.

Esto lleva a la teoría de la dependencia en su forma más radical, en su forma más de izquierda —no todos llegaron a eso, sólo algunos—, en que la liquidación de la dependencia tiene que ser, al mismo tiempo —y sólo puede ser— resultado de la superación de la dependencia por el socialismo. Para el ala izquierda de la teoría de la dependencia, esa superación es igual a socialismo y vincula a socialistas. Esa es la importancia que va a tener la teoría de la dependencia, y precisamente esto va a servir de base para fundamentar teóricamente la atracción hacia el marxismo que la izquierda revolucionaria latinoamericana viene experimentando.

El rol de la teoría de la dependencia, de los años sesenta, fue justamente dar a la izquierda revolucionaria un marco de referencia claramente distinto del que había manejado la izquierda hasta entonces con las tesis de los PC derivadas de las formulaciones de la Tercera Internacional. Este marco permitía que la izquierda revolucionaria tuviera una fuerza teórica e ideológica muy grande, que lleva a los PC a batirse en retirada desde el punto de vista teórico. Por otra parte, el resultado de ese proceso fue la teorización de la alianza de la burguesía industrial con el capital imperialista a fines de los años cincuenta; la teoría de la dependencia mostró que la profundidad de la dependencia, o su nuevo carácter, está expresado en la penetración de capitales extranjeros en las esferas productivas. Esta situación no sólo no resolvía, sino que agravaba los problemas de las masas y los problemas nacionales en general. Esto era así debido a que los capitales extranjeros iban a servir a la burguesía industrial, en un primer momento, frente a polos de exportación estáticos, con pocas condiciones para aumentar las divisas que la economía necesitaba para importar las maquinarias, etc.

Los capitales extranjeros van a servir para traer por sí mismos las maquinarias bajo formas de inversión directa, o sea, para traer las divisas necesarias y ampliar la capacidad de exportación. Sin embargo, como son capitales privados, al invertirse en la actividad productiva tienen un plazo, un tiempo de maduración, y consiguen un máximo de 5 años de maduración y comienzan a generar excedentes que superan las posibilidades de inversión en la economía interna, dado que no son economías particularmente dinámicas. Como además son capitales locales, sus excedentes dan a remitir parte de esos beneficios al exterior. Para transferir beneficios, van a necesitar divisas, de tal manera que vuelven a presionar la balanza comercial y la capacidad de pago. Entonces, la capacidad de importación del país se reduce, ya que parte de las divisas que se podrían obtener para la importación ahora se tienen que destinar a las empresas extranjeras para que puedan remitir sus beneficios.

Por otro lado, esa industrialización, más o menos acelerada, que se hace en los cincuenta, en vez de resolver los problemas de empleo y de salario, en la medida en que se efectúa sin las reformas necesarias —sobre todo sin la reforma agraria—, va a determinar que frente a un cuerpo estancado haya un crecimiento del proceso de acumulación muy rápido en la ciudad, lo que conlleva una sobrepoblación creciente. En la medida en que no se reforma el campo, la tierra está monopolizada y el campesino no puede trabajarla bien, alcanzado sólo una productividad muy baja, y eso lleva a impulsar las migraciones a las ciudades a gran escala. De esta forma, vamos a ver en los cincuenta el crecimiento rápido de las ciudades, simultáneamente con el aumento del desempleo y del subempleo y, por eso mismo, con la construcción de un enorme ejército industrial de reserva.

Todo ello genera una presión para que los salarios en la industria se mantengan bajos. Así las cosas, en este tipo de desarrollo no están solucionados, como esperaba la CEPAL, los problemas del campo ni de los trabajadores urbanos. De tal manera que el final de la década de los cincuenta está marcado por problemas graves que se manifiestan en la caída del crecimiento de las economías latinoamericanas y una fuerte tendencia al estancamiento. Sobre esa base, van a surgir de nuevo choques con EE.UU.; se van a agudizar las movilizaciones populares, tanto el movimiento campesino como el obrero, y también las clases medias Esto determina que en los años sesenta se desarrolle con mucha más fuerza el proceso de lucha de clases, ahora con mayor peso de la clase obrera, lo que es un factor importante también para el mismo desarrollo del marxismo.

Esta composición de las luchas obreras, de la lucha de las clases medias urbanas y la presencia cada vez más activa del movimiento campesino, se ve reforzada por el carácter que asume la cuestión antiimperialista, en la medida en que la penetración imperialista directa en la producción agrava los problemas de los países latinoamericanos y de las masas.

Junto a la nueva industrialización y al pensamiento cepalino, en América Latina se asistía al despliegue de la crisis económica y social desencadenada en la segunda mitad de los cincuenta. Por otro lado, esa crisis se acentuaba como consecuencia del nuevo carácter que adquiría la industrialización dependiente; pero además de eso, hay factores ideológicos importantes. Uno de ellos ya lo mencionamos: cómo la crisis de América Latina va a terminar de poner en crisis la ideología hegemónica de la izquierda hasta los años cincuenta y hasta 1963 inclusive. Sólo frente a la crisis económica objetiva, la CEPAL empieza a quedarse sin respuesta y es forzada a introducir nuevos planteamientos al esquema original. El desarrollismo ya no es la solución a todos los problemas; tiene que apelar a la necesidad de la reforma. La CEPAL incorpora entonces el lenguaje de las reformas de estructuras, reformas sociales. En 1963 Raúl Prebisch, hasta entonces a la cabeza de la CEPAL —en verdad un gran ideólogo de la burguesía industrial—, deja la CEPAL y se va a la UNCTAD, pero ya realmente muy confundido; se queda callado por muchos años y guarda rígido silencio sobre qué había ocurrido: ¿por qué todo el esquema creado por la CEPAL no lleva al desarrollo? Las economías del continente finalmente han desembocado en una crisis mucho peor que la de fines de los cuarenta.

Todo esto se va profundizando en 1964, con el golpe de Estado en Brasil, justamente el país que más asumió la ideología de la CEPAL en la época. Primero, Kubitschek propone incluso una especie de Plan Marshall para América Latina en 1958, que llama Operación Panamericana. Mientras tanto, América Latina está entrando en crisis, porque ya el desarrollo no es la clave mágica; es necesario encontrar otras formas que garanticen el desarrollo. El golpe militar de 1964 en Brasil termina con todo lo que la CEPAL había promovido y propagado en materia de desarrollo.

Este golpe tiene características realmente nuevas en el continente, lo que crea gran confusión en los ideólogos desarrollistas. Hay que ver que, además, la economía brasileña y el golpe de Estado se inscriben en un contexto de crisis económica, de recesión, que se había abierto en 1962 y duraría hasta 1967.

La crisis del desarrollismo se va a manifestar en los trabajos de la CEPAL, y un caso muy claro es el estudio de Furtado publicado en castellano como Estancamiento y subdesarrollo en América Latina. Éste es un trabajo muy sofisticado, muy bien escrito, en el que se trata de demostrar que el subdesarrollo tiende necesariamente al estancamiento. Lo que pasa es que Furtado considera que la crisis cíclica de acumulación, desde 1962 en adelante, es un estancamiento, cuando en realidad se trata de una crisis que va a permitir un salto mayor después. Pero como Furtado y los desarrollistas no tienen esa visión marxista-dialéctica del proceso de desarrollo capitalista, cuando ven la economía estancarse, cuando caen los índices de crecimiento, etc., interpretan que se trata de un proceso de estancamiento, sin ver que esto crea las condiciones para una nueva expansión.

La consecuencia de este razonamiento es que las propuestas políticas de desarrollo para los países llamados subdesarrollados no podrán tener ninguna efectividad, porque la dinámica normal de los países dependientes era el estancamiento… no obstante, las contradicciones del desarrollismo se mantienen en el fondo. El mismo Furtado tiene un trabajo muy interesante sobre la concentración de los frutos del progreso técnico en el desarrollo latinoamericano; allí señala un hecho de mayor trascendencia: el desarrollo tal como había tenido lugar en los años cincuenta —que era el desarrollo que la CEPAL promovía— había permitido, como resultado, la formación de grupos monopólicos extranjeros y nacionales que, de cierta manera, comenzaron a obstaculizar, a concentrar los frutos del proceso técnico. De tal manera que el desarrollo significaba finalmente desempleo, miseria, empobrecimiento de capas medias y de capas burguesas medias y bajas, en favor de una concentración monopólica. Tenemos ahí la confesión del fracaso total del desarrollismo porque, al constatar eso, paralelamente afirma que es ampliamente necesario impedirlo a través de reformas, pero a través de reformas políticas y ya no sólo a través de reformas puramente económicas.

Furtado advierte que el ataque, la destrucción de ese capitalismo monopólico que está formándose, significa paralizar, obstaculizar el desarrollo económico capitalista tal cual se está presentando. Es decir, los ideólogos que pregonaban el «desarrollo» como la clave de la solución de todos los problemas, se despiden de este concepto y empiezan a tomar en cuenta que el problema es más político y de reformas sociales.

4. La teoría de la dependencia, primer esfuerzo de reflexión global
de América Latina desde las posiciones de la izquierda revolucionaria

Esta crítica desde el lado marxista va a dar origen, a partir de la segunda mitad de los sesenta, a la teoría de la dependencia propiamente dicha, en su forma pública, aunque varios artículos ya habían salido. La teoría de la dependencia se va a basar, en buena parte, en los avances de la izquierda marxista revolucionaria brasileña. Esa época se caracterizó por una lucha de clases intensa, tal como fue el período de Goulart. A veces se confunde la aparición de la teoría de la dependencia de una forma académica, incluso internacional, con la publicación del libro de Gunder Frank, Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, editado en 1967 por Monthly Review en Nueva York.

A decir verdad, la mayor parte del trabajo publicado por G. Frank también había sido hecho en Brasil. G. Frank había estado en la Universidad de Brasilia, y durante todo el año de 1963 había participado en los debates y asimilado lo que se estaba desarrollando al interior de sectores marxistas críticos al PC y a la CEPAL. Allí comienza a integrar elementos de la teoría de la dependencia. Pero sus primeros trabajos G. Frank los hace en Chile: las bases del libro son conferencias, sobre todo referidas al capitalismo chileno; eso no es muy dependentista en realidad. Su tesis central es la idea del desarrollo del subdesarrollo; pero, sobre todo, sus trabajos son de crítica a las sociologías norteamericanas; el desarrollo del subdesarrollo es un trabajo de crítica a las teorías funcionalistas.

En Brasil es donde recién G. Frank realmente incorpora esas ideas nuevas que están surgiendo, todavía no muy sistematizadas, en las cuales él es el primero en invertir un tiempo para su sistematización más seria, y así proyectarlas. A partir de entonces, y sobre todo entre 1967 y 1969, van a aparecer varias obras dependentistas, de tal manera que en 1970, sin duda alguna, ya la teoría de la dependencia tiene un peso muy grande y se ha vuelto el pensamiento hegemónico en la izquierda latinoamericana.

El otro factor ideológico importante de los sesenta, de la primera mitad de la década, es que junto al fracaso del desarrollismo se produce un proceso de desestalinización, y estalla la crisis chino-soviética. Estos dos elementos entraron a socavar, a retirar las bases de sustentación de la hegemonía de los PC. A ello se agrega la casi natural influencia de la izquierda revolucionaria como consecuencia del triunfo de la Revolución Cubana, en la que el PC más bien es una fuerza marginal y no central. También cabe considerar la forma en que se configura el proceso venezolano, donde el PC no tenía una participación central —al contrario, se oponía a la profundización del proceso revolucionario en Venezuela—. La crisis del movimiento comunista internacional —reflejada en el XX Congreso del PCUS, y el estallido del conflicto chino-soviético— genera repercusiones de distinta amplitud en los PC del continente. En Brasil, por ejemplo, la crisis se refleja inmediatamente: la lucha interna se desata con fuerza a partir de 1960 y empiezan a surgir fracciones, y ya en 1962 se constituyen frontalmente el Partido Maoísta y el Partido Comunista de Brasil (PCdoB). Esto rompe aún más la hegemonía del PC. Procesos similares se vivieron en Perú, Colombia, etc.

Volviendo a Brasil, podemos decir que durante la primera mitad de los sesenta fue en este país donde el proceso de formación de la izquierda revolucionaria alcanzó la mayor amplitud y un significativo reconocimiento internacional. Por esa época se produce un proceso generalizado de radicalización de la juventud brasilera; esto va a tomar formas particulares. Este desplazamiento ideológico y la radicalización de la juventud católica, de sectores de la Iglesia, van a dar como resultado en 1962-1963 la formación de Acción Popular (AP), que es un partido de izquierda, una organización que se liga a la izquierda revolucionaria pero que arranca de una raíz cristiana, de un pensamiento político católico que posteriormente va a volverse maoísta.

El maoísmo en ese momento aparece como una fuerza importante en Brasil, e ideológicamente va a coincidir en la reivindicación del rol del campesinado y del papel de la guerra de guerrillas hecha por la Revolución Cubana.

Estos hechos sensibilizaron la atención de la izquierda revolucionaria latinoamericana por el proceso chino, fenómeno simultáneo a la emergencia del maoísmo como una alternativa al estalinismo. Por otra parte, al parecer, el pensamiento católico tuvo más atracción por el maoísmo que por el leninismo; eso parece relacionarse con cierto moralismo presente en el maoísmo, con su énfasis en que la política esté por sobre la economía, y la moral sobre la política.

Este fenómeno de la atracción del sector de la Iglesia y del pensamiento católico por el maoísmo se observa en casi en toda la izquierda católica, en todos los movimientos revolucionarios de origen católico en el continente y, finalmente, en Brasil; paralelas, esas tres líneas, que se han desarrollado fuera del PC, son las que van a constituir el principal tronco para la creación de la izquierda revolucionaria posteriormente. En efecto, hay varias organizaciones que son influenciadas por estas líneas o salen de ellas directamente.

Junto a esto habría que señalar que el movimiento campesino, en particular el de las ligas campesinas, tenía una cierta organización política e incluso llega a asumir un nombre: Movimiento Revolucionario Tiradentes, reivindicando toda la tradición nacional en la figura de uno de los mártires de la independencia en la lucha contra Portugal 1. El movimiento campesino se organiza como un movimiento político y adopta abiertamente, ya en esa época, las tesis del campesinado como fuerza motriz y de la preparación de la guerrilla, en un momento en que las demás fuerzas que pensaban en la lucha armada no estaban preocupadas de forma inmediata por la guerrilla, dada la amplitud de las luchas de masas que cruzaban entonces el país y que se extendieron hasta 1964.

La izquierda revolucionaria sólo se va a adherir a la tesis de la guerrilla, y va a preocuparse de su creación, después de 1964; después del golpe militar, no antes. Sin embargo, las ligas campesinas ya están, desde antes, tratando de desarrollar el estudio del terreno, la instrucción de la gente, etc.

También existe otra fuerza: se trata de una radicalización del ala izquierda de las fuerzas que apoyan a Goulart, con mucha base sobre todo en las FFAA, lo que es parte de un trabajo que había sido realizado por la POLOP —quizás en eso ellos sean pioneros—. Éste es un trabajo muy influenciado por la experiencia de la revolución bolchevique y el pensamiento leninista. La labor realizada en las FFAA es de cierta importancia; una expresión de ello fue la rebelión de los sargentos en Brasilia, con la toma de la ciudad en 1963. También la asociación de los marinos, una especie de sindicatos, va a tener un papel muy importante como elemento radicalizador debido a la amplitud que adquiere, y por el hecho de que rompe totalmente la disciplina interna de las FFAA. Todo esto se va reflejando en el motín de los marinos en 1964. Eso correspondió a condiciones internas objetivas en las FFAA que hicieron posible, en cierto modo, el trabajo de la POLOP, principalmente del PC, porque ellos tenían un cierto trabajo en las FFAA. Esto permitió que muchos de sus elementos del PC se pusieran a trabajar y fueran atraídos en otra línea; las condiciones objetivas crecen para el producto de un trabajo ideológico de la tesis insurreccional, que era la concepción que tenía la POLOP: la concepción insurreccional y no de la guerrilla.

Esa corriente insurreccionalista va a cobrar influencia en sectores militares de baja graduación; entre los soldados y marineros, porque Brizola es el que tenía más condiciones para dar salida, después de 1964, a una política insurreccional, y hacia allí se van a encaminar todos los planes, los estudios, los trabajos que se hicieron por la POLOP. Incluso la POLOP participará en el intento fallido de guerrilla de 1965 en Campano. A partir de ahí, la cuestión de la izquierda brasileña se va a centrar en cómo enfrentar el asunto de la lucha armada y, de cierta manera, el foquismo pasa entonces a ser la tesis, y logra un avance muy grande porque permitía ver muy bien cómo enfrentar el problema y daba la solución mágica: «hagamos el foco en el campo y con ello resolvemos la cuestión». Se convoca a la mayoría de los cuadros; entonces empieza todo el proceso de preparación de focos de las diferentes líneas y organizaciones que ya señalamos.

En 1968 comienzan las acciones armadas, que tienen como escenario la ciudad y, de hecho, toda la lucha armada de la izquierda revolucionaria brasileña se va a hacer en la ciudad. Por eso mismo va a ser derrotada definitivamente en la ciudad por las FFAA y la policía, a la altura de 1972 y 1973.

A mediados de los sesenta, entonces, se produce ese viraje de la izquierda revolucionaria brasileña: la misma POLOP, que era la más ortodoxa en la defensa de las insurrecciones con modelos clásicos —otorgando el papel central a la clase obrera—, tiene que hacer un juego de equilibrio para poder conciliar eso con la adopción de las tesis foquistas a partir de 1964. Con esto, de cierta manera, el conjunto del movimiento revolucionario brasileño y la propia izquierda tradicional van a entrar en la dinámica común de América Latina de ese período, que va a dar origen también a la formación del MIR en Chile en 1965; al proceso de formación de la izquierda peruana con base en la guerrilla rural de Luis de la Puente, el MIR peruano; al desarrollo del movimiento guerrillero de la izquierda revolucionaria en Venezuela; incluso va a ser el punto de partida del desarrollo de la organización urbana como en el caso de los Tupamaros, que parten del campo, de la idea del campo como centro, pero que en realidad van a hacer la lucha en la ciudad.

Así entonces, la década del sesenta es, por un lado, la década de hegemonía de la izquierda, de una teoría con base marxista y revolucionaria como es la teoría de la dependencia y, al mismo tiempo, un período de crecimiento de la izquierda revolucionaria y del desarrollo de los procesos de lucha armada, la mayor parte centrados en la idea de la guerrilla rural, el foquismo.

En este marco, conviene detenerse en la formación del MIR chileno, profundizar un poco, porque algunos lo ven como simple resultado de la Revolución Cubana, y no es así. Claro, la Revolución Cubana introduce un salto cualitativo a partir de 1961 para el desarrollo de la izquierda revolucionaria latinoamericana; le dio un impulso que seguramente no hubiera tenido con el éxito y la victoria del Movimiento 26 de Julio. Pero, pese a todas las influencias de la Revolución Cubana en ese proceso, es necesario analizar las particularidades de cada país, los procesos nacionales específicos. En Chile, entonces, habrá que considerar los factores concretos, objetivos, que llevan al surgimiento de esa fuerza de la izquierda revolucionaria en 1965.

En ese sentido, tenemos que considerar los problemas del propio desarrollo económico chileno, más acentuado incluso que el de Brasil u otros países. El estancamiento de la economía chilena tiende a ser profundo y prolongado. Sin embargo, junto a ese proceso de industrialización se van creando sectores de pobres urbanos, en más o menos grandes ciudades, lo que se manifiesta en Chile ya desde 1956, cuando el 2 de abril esa masa hace una primera aparición pública en la vida política del país, para llegar a tener luego un peso muy grande en la determinación de la política chilena. Por otro lado, la posición del movimiento campesino y la presión que éste empieza a ejercer sobre la sociedad establecida en los años sesenta van a tener un peso muy grande en la determinación de la misma dinámica de la lucha de clases; la burguesía va a tener que dar respuestas a un fenómeno y trata de hacerlo al abrir también el espacio para una mayor actuación de esas fuerzas radicalizadas. Así se da la lucha política en el país. Por otra parte, la derrota de la izquierda en 1964, junto con los factores de ascenso de la lucha de clases y el triunfo de la Revolución Cubana, influyen sobre el nacimiento del MIR, que no es resultado de una crisis por la ascensión de la izquierda, de la juventud del partido socialista o del entusiasmo de sectores juveniles por el movimiento revolucionario de Cuba, sino que resulta de la unión de varias generaciones de cuadros, de varios grupos y organizaciones que se venían formando en los años precedentes.

Hay un proceso similar al que se venía dando en Brasil y otros países en los cincuenta: el ascenso de la lucha de clases, del movimiento de masas, la crisis del modelo económico y la crisis larvaria de la dominación burguesa; la presión creciente del imperialismo, que actúa de manera abierta en la elección de 1964 para poder poner en pie la «Revolución en Libertad» de Frei y la DC. Ésta es una de las cartas que jugó el imperialismo para hacer frente a la Revolución Cubana. En tal contexto se produce el desarrollo de varias fuerzas que convergen después en la formación del MIR. Este proceso proviene, en definitiva, más o menos de unas cinco líneas que confluyen: existen sectores que provienen de las corrientes adscritas al maoísmo, luego de la crisis del movimiento internacional y la ruptura chino-soviética; sectores trotskistas del período de la izquierda comunista de los años treinta; nuevos grupos trotskistas; también un desprendimiento de la Juventud Comunista y del PC; corrientes cristianas vinculadas al fundador de la CUT, Clotario Blest; un amplio sector de jóvenes provenientes de las juventudes socialistas; sectores independentistas influenciados por la Revolución Cubana. Socialmente, la base inicial del MIR estaba constituida por estudiantes, intelectuales, cuadros obreros y empleados del sector servicio.

Por eso, aunque en América Latina la izquierda revolucionaria, en general, nace poniendo énfasis en la importancia del campesinado y la guerrilla rural, en el caso chileno el MIR, sin dejar de lado estas determinantes, tiene que buscar un curso de desarrollo distinto. Las características urbanas de la sociedad chilena y la influencia de sectores que vienen de una u otra tradición político-cultural, particularmente sectores trotskistas, obligan a que la formulación del programa y de la estrategia del MIR tenga que mantener como elemento importante el papel de la clase obrera y el rol del partido.

La verdad es que se puede decir que la década del sesenta, en medio de ese gran ascenso de la lucha de clases en América Latina, fue una década de esperanza. Se veían las cosas más o menos claras; se conocía la estrategia, se sabían los caminos; se tenían los instrumentos. Era cuestión simplemente de ponerlos en práctica. A la conciencia revolucionaria no se le presentaban mayores problemas, mayores complicaciones. Desde el punto de vista de la formulación ideológica, teórica, las organizaciones no tenían grandes dificultades: el modelo de la Revolución Cubana contaba con un gran consenso, un poderoso atractivo.

La cuestión de la revolución parecía algo más o menos simple; las dificultades aparecerían más tarde en la práctica, debido al hecho de que desde 1964 los EE.UU. implementaron la contrarrevolución a gran escala. Aunque, ya en 1961, cuando asciende Kennedy, se empieza a poner en pie la doctrina de la contrainsurgencia, logrando, finalmente, a partir del golpe militar en Brasil, iniciar el proceso de ofensiva contrarrevolucionaria en Latinoamérica. A partir de entonces, el problema se va a plantear más bien desde la cuestión de cómo enfrentar ese nuevo factor; significaba entender que había una contrarrevolución en marcha, dirigida por el imperialismo yanqui, y que había que buscar las formas de enfrentarla.

Las características que tenía el pensamiento de la izquierda en su nacimiento, en los años cincuenta, permiten que se acentúe el antiimperialismo y tenderán a resaltar el papel del campesinado en la lucha armada. Las cosas se vuelven mucho más sencillas en apariencia y le permiten a la izquierda moverse con relativa facilidad desde el punto de vista teórico. Pero, en la práctica, se enfrentaba con muchas dificultades porque había que confrontar la acción contrarrevolucionaria y la acción contrainsurgente.

En los años sesenta, sin embargo, la izquierda revolucionaria todavía no percibía, no se daba cuenta de la eficacia de la contrainsurgencia en el enfrentamiento de los procesos de lucha armada; y no la percibía porque todavía los procesos estaban en auge. Es cierto que ya para finales de los sesenta el proceso venezolano estaba estancado, pero el proceso en Brasil emergía, así como el de Uruguay. En México, después del movimiento de 1968, seguirá el Movimiento 23 de Septiembre y los movimientos guerrilleros de la época: Lucio Cabañas y el partido de los pobres, etc. Es decir, hay un auge tan grande que es una guerra en desarrollo; cuando no toma en cuenta la lucha de clases, incluso la izquierda tiende a reducir la guerra únicamente a sus aspectos militares, con lo cual cae poco a poco en la trampa de la contrainsurgencia; y el problema está precisamente en cómo resolver las situaciones militares de manera eficaz para hacer frente a la contrainsurgencia que actúa. Hay que entender que la contrainsurgencia es un enfoque militar de la lucha política, porque la lucha política supone el juego de diferentes sectores, distintas fracciones, fuerzas y victorias que no implican el aniquilamiento del adversario; simplemente, el que pierde pasa a la oposición y desde la oposición tiene la oportunidad, a través de la lucha política, de volver a asumir el poder.

En este modelo del proceso de lucha política, concebido y practicado por la burguesía hasta 1960, la aplicación de la contrainsurgencia considera la lucha política como un proceso en que hay que aniquilar, destruir al enemigo. Por eso es un enfoque militar que sustituye al político. La izquierda cayó en gran medida en esa trampa, en tanto que vio los enfrentamientos de clase sólo en el aspecto militar, y se planteó enfrentar en esos términos a la ofensiva de la contrainsurgencia. Por eso, su preocupación se centró en cuáles eran los mejores instrumentos, métodos, técnicas y procedimientos para enfrentar al enemigo. Se volvió una izquierda muy instrumentalista, muy fetichista del arma, del medio, antes que del sujeto y de las fuerzas sociales.

Ahora, en ese proceso que va tornando a la izquierda revolucionaria cada vez más hacia el aparato, hacia la valorización de la pura eficacia de los métodos y de las técnicas, sin percibir claramente ni el perfil ni la estrategia real del enemigo, la izquierda no percibió su proceso de derrota, que ya se había iniciado; porque aquélla continuó extendiéndose, al tiempo que el ascenso de masas se prolongaba, pese a los éxitos que la contrainsurgencia iba logrando.

Tal es el caso de Brasil. El éxito de la contrainsurgencia es relativo. De hecho, la contrainsurgencia da el golpe en 1964 y lo profundiza en 1968, pero precisamente es en ese año cuando se lanza, se despliega, la lucha armada. En un primer momento, la lucha armada brasileña provocó mucha conmoción, generó muchas esperanzas y expectativas en algunos sectores, ya que dio la impresión de un movimiento de mucho vuelo y alcance. Entre tanto, seguían los procesos de ascenso de lucha de masas en otros países, como Venezuela y Chile, donde en 1970 llega la Unidad Popular (UP) al gobierno; mientras en Argentina empieza a hacer agua la dictadura militar y se va preparando, de cierta manera, el regreso de Perón. Está también el proceso de Bolivia. La misma contrainsurgencia se enmascara en países como Perú, donde derrota a la izquierda; esto no es muy patente debido al reformismo de Velasco Alvarado y lo que fue el velasquismo hasta 1976. Aun en México, al inicio, las acciones armadas urbanas están combinadas con el ascenso del movimiento de guerrillas rural, como método importante y en el marco del ascenso de masas que había tenido lugar en 1968, y que se mantiene latente y da nuevos saltos entre 1970 y 1972.

5. La década de los setenta: ascenso y derrota
de los movimientos de masas y movimientos revolucionarios

Pero ya en los setenta hay una situación nueva en Latinoamérica, en términos de la formación y desarrollo de las clases. Sucede, de hecho, que se va ampliando una lucha armada que va a aparecer como una fuerza ahora realmente impresionante, porque se combina o coincide con el ascenso de masas, en el cual juega un papel importante ya la clase obrera, como en el caso de Chile, Uruguay y Argentina. Esto hará que la idea del socialismo y la ideología socialista se vuelvan altamente dominantes. Se produce una evolución visible de todas las organizaciones de la izquierda revolucionaria hacia el marxismo y hacia el proyecto socialista. Eso fue claramente visible en Chile, con el MIR en la coyuntura de la UP. La necesidad del MIR de dar respuesta a ese movimiento de masas en esa nueva situación obliga realmente a este partido a dar un salto definitivo hacia el marxismo, a convertirse en un partido marxista-leninista y organizarse como tal, superando ciertas formas poco ortodoxas que había tenido en la década del sesenta.

En el caso de la izquierda brasileña, de la izquierda marxista de esa época, se da un fenómeno similar. También esta corriente se refleja en los progresos del marxismo en la izquierda venezolana, en Colombia y en Perú, aunque en este último país hay mucho más maoísmo que leninismo. Entretanto, en México todavía el maoísmo va a pesar mucho más que el leninismo. Es interesante anotar que en países como México y Perú, con una tradición indígena y campesina grande, una tradición comunitaria muy importante, el maoísmo en general parece tener una respuesta mejor, más eficaz de organización de la izquierda imperante, por las formas de organización del campesinado, con toda una tradición colectiva previa, que parece más próxima a la tradición china que a países como Argentina, Chile y Brasil, con otro tipo de formación económico-social. En los años setenta, en el primer quinquenio, la izquierda revolucionaria ingresa a una etapa de retroceso: tanto los movimientos de masas como los movimientos de lucha armada son reprimidos y derrotados, y el avance de la contrarrevolución hacia la mitad de 1975 es indetenible.

En 1975 el proceso se hace dramático con el golpe en Argentina y la derrota del ascenso de masas y la guerrilla urbana. Ahí comienza la percepción de la derrota histórica a que la izquierda revolucionaria había sido llevada. Ese fenómeno coincidirá en el campo teórico-ideológico con lo que también se considera la crisis de la teoría de la dependencia. Es precisamente a partir de 1975 que comienzan los ataques a dicha teoría, provenientes de dos frentes: por un lado, un retorno de la iniciativa burguesa que toma la forma del neodesarrollismo: ahí encontramos los viejos desarrollistas, los antiguos cepalinos; Prebisch vuelve a tener mucha importancia, junto a Furtado. Ellos expresan el intento de querer poner al desarrollismo como eje de solución nacional, pero ya no es el viejo desarrollismo nacionalista, centrado en la formación de capital nacional, poniendo la industrialización como solución para todos los problemas. Es mucho más complejo en sus elaboraciones; la burguesía toma la iniciativa en el sentido de imponer, en general a la sociedad, y a la izquierda también, su concepción de que América Latina debe resolver los problemas a través de la ideología neodesarrollista.

La otra vertiente de ataque a la teoría de la dependencia proviene del hecho de que la derrota de la izquierda revolucionaria da nuevo aliento a los PC (no es el caso del PC chileno, que fue muy permeado por la teoría de la dependencia; tal vez el único caso en que ocurrió eso). Así sucedió con el PC uruguayo, el mexicano y otros más. También el PC brasileño fue influido, a través de Luis Carlos Prestes, por la teoría de la dependencia, pero Prestes fue expulsado del PCB. Hoy en día [1989], el PCB no tiene nada que ver con esa teoría, porque el ala dependentista fue expulsada del partido junto a Prestes.

La respuesta teórica de los PC a la teoría de la dependencia va a tener como principales protagonistas a los PC uruguayo y mexicano, que van a tratar en eso de coincidir con sectores maoístas; se juntan a esa ofensiva, en lo que podemos llamar la ideología endogenista, que en cierto punto es muy similar a las tesis desarrollistas. Tanto el neodesarrollismo como el endogenismo se preocupan, sobre todo, de la economía interna, y de cierta manera dan menos importancia, menos peso, a los problemas de las relaciones entre la economía nacional y el imperialismo. Justamente por ahí se ataca a la teoría de la dependencia.

El marxismo va a ser pensado por los endogenistas en una forma que podríamos llamar «ortodoxa»; es decir, pensando el desarrollo de toda economía capitalista en Latinoamérica como una economía capitalista a secas, en sí misma, para pasar a preocuparse de cómo ahí sucedió la acumulación originaria, cómo se hizo la división social del trabajo, cómo se desarrolló la clase obrera, etc., sin mayor preocupación por el imperialismo, que es visto como algo externo, que favorece hasta cierto punto esos procesos, pero no es responsable por ellos. Es todo lo contrario de lo que planteaba la dependencia, que veía una estrecha articulación entre la dependencia en sí y el imperialismo. Para los endogenistas, el problema de la dependencia sería como el subdesarrollo: el resultado, por un lado, de ese proceso de acumulación endógena y, por otro, su consecuencia natural. Y el que hubiera una articulación de modos de producción que seguirían coexistiendo, lo que constituiría la especificidad de cada país de América Latina, es lo que se trataría de rescatar y estudiar. Asimismo, los endogenistas trataron de ver qué modo de producción es el dominante y cómo se establecen las relaciones de clase, al interior de cada sociedad; allí se centró su mayor preocupación, y también en que la relación entre la economía latinoamericana y la economía mundial, es decir, la dependencia, es puesta de cierta manera de lado: esos son los dos límites de la teoría de la dependencia que logran bastante espacio en los medios intelectuales de izquierda. Desde entonces, se puede decir que dicha teoría entra en declinación, pierde la posición hegemónica que había empezado a asumir en la segunda mitad de los sesenta y que mantiene hasta mediados de los setenta.

Eso crea un problema serio, que hoy en día [1989] tiene que enfrentar el movimiento revolucionario. Es que ese retiro, esa pérdida de posición de la teoría de la dependencia, y un cierto estancamiento al que fue llevada por la pérdida y deserción de sus cuadros teóricos, por la derrota del movimiento revolucionario, llevó a que actualmente la izquierda revolucionaria no tenga una teoría propia.

La tradición y la alternativa vienen por el lado del neodesarrollismo, por el lado del endogenismo. La izquierda revolucionaria no ha sido capaz de partir de lo que había acumulado la teoría de la dependencia y seguir construyendo una visión de América Latina y del mundo; una visión propia del socialismo. Claro que para eso concurrió mucho nuestro colonialismo cultural, porque coincidió también, en la segunda mitad de los setenta, con el fracaso, la derrota que sufrió la izquierda europea —con la cual se habían construido nexos bastante estrechos, sobre todo en la primera mitad de los setenta con la izquierda francesa—, y lo que pasó fue que a mediados de los setenta, esa izquierda europea, que se había construido posteriormente a la izquierda revolucionaria latinoamericana, se convirtió en su referente principal.

La derrota es una derrota material, o sea, las izquierdas fueron duramente reprimidas. El resultado de eso va a ser la adopción del terrorismo como salida. Pero también es una derrota ideológica, porque son países en los cuales la burguesía y los mismos PC tienen una gran capacidad de elaboración teórica, dado que tienen un desarrollo material infinitamente superior y pudieron elaborar respuestas a la ideología revolucionaria que iba avanzando en Europa. Incluso iba aumentando el desarrollo de la ideología revolucionaria europea sobre la base de la incorporación de la teoría de la dependencia: hubo una gran absorción, un estado favorable a la recepción de ideas. En esa época América Latina exportaba ideas; los teóricos de la dependencia eran invitados a Europa para conferenciar en las universidades y centros de cultura, eran ampliamente publicitados. Había una gran efervescencia intelectual que, junto con el ascenso de la lucha del movimiento obrero, de la lucha de clases en Europa, favorecía el desarrollo de la ideología revolucionaria. Pero todo eso entró en crisis en la segunda mitad de los setenta. Como sabemos, se generalizan en las izquierdas alemana, francesa e italiana, los procesos de dispersión, de atomización —como en el caso de Lotta Continua—, el debilitamiento de la izquierda revolucionaria.

En todos los países en que había movimiento revolucionario en desarrollo en la primera mitad de los setenta esos movimientos entran en crisis en la segunda mitad de la década, sufren rupturas y los remanentes comienzan a hacer terrorismo. En realidad, quedó muy poca fuerza de la izquierda revolucionaria en Europa: algo en España, en Irlanda —aunque el IRA nunca fue realmente una organización de izquierda revolucionaria, pese a estar próxima por los métodos; tampoco ETA fue de izquierda revolucionaria propiamente—. Todo este reflujo y crisis influyeron sobre la izquierda revolucionaria latinoamericana. Por otro lado, hoy en día, para reflexionar sobre la crisis de la izquierda revolucionaria latinoamericana, sobre los problemas que enfrentamos en Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, en todas partes, hay que partir de la base de que estos problemas tienen mucho que ver con esa pérdida teórica e ideológica, con la pérdida de la capacidad de reflexión que tuvo la izquierda revolucionaria hasta la mitad de los setenta.

Esto, claro está, ligado a la derrota de la izquierda, a la derrota del movimiento de masas en América Latina; pero también la influencia europea contribuye. No obstante, la realidad es mucho más compleja y cambiante; por lo mismo tenemos una crisis en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, prácticamente en toda Sudamérica. Porque también esto se expresa en Venezuela, Colombia: una crisis más o menos generalizada. Pero, por otro lado, en el mismo momento en que esta crisis se produce, y que en esos países (incluso en México) se llega a los puntos más hondos de la curva, se da la emergencia del movimiento de izquierda, de movimientos de masas en Centroamérica, que recogen toda la tradición de la izquierda revolucionaria de los años cincuenta, sesenta y setenta, por razones difíciles de entender.

Centroamérica es capaz de rescatar lo mejor del desarrollo de la izquierda revolucionaria en el período 1950-1970, y transformar la acumulación política y militar positiva de esos años en línea político-revolucionaria de victoria. Tenemos el caso de Nicaragua, de El Salvador, Guatemala. Es decir, se produce un auge del movimiento revolucionario centroamericano, precisamente en un momento en que la izquierda revolucionaria en América Latina, globalmente, está en crisis.

Si analizamos el desarrollo de la izquierda revolucionaria, la vemos en marcha en Centroamérica, rescatando lo mejor del pensamiento, de la experiencia en su conjunto, que incluso, bajo cierto punto de vista, recupera la teoría de la dependencia. Es importante darse cuenta de que la manera de razonar de muchos de los dirigentes nicaragüenses está centrada, basada en buena medida, en la mencionada teoría. De hecho, en la práctica, hubo por parte de la revolución nicaragüense una búsqueda y utilización de los materiales, de las conceptualizaciones de la teoría de la dependencia. Hay en los últimos años un cierto reflotamiento de la influencia nicaragüense, salvadoreña. En los cubanos la situación no es exactamente así, por la influencia soviética, pero aun ellos están abiertos a una revalorización de la teoría de la dependencia; buscan conocer más, discutir más.

Es una realidad a enfrentar, ser capaces de retomar la teoría de la dependencia y desarrollarla, rescatando lo mejor de ella para la época actual; es necesario actualizar una teoría marxista, porque la teoría de la dependencia tuvo de todo mezclado: marxistas, desarrollistas… Hoy podemos avanzar sobre la construcción de una teoría marxista de la dependencia que es la manera de resolver teóricamente el problema de dar a la izquierda una base teórica firme. Hoy, ya entrando a los ochenta, tenemos que discutir los hechos que pasan a influir en el desarrollo de la izquierda, por lo menos describir lo que está pasando más detenidamente.

6. La década de los ochenta:
la revolución se traslada hacia Centroamérica

La década de los ochenta aparece todavía clara por su proximidad, pero hay una serie de elementos a considerar. Por un lado, el ascenso de Reagan y su política de contraofensiva, y el intento de recuperación de la hegemonía en el campo internacional. Reagan va a centrar buena parte de su acción sobre América Latina, después de un cierto fracaso relativo y un casi abandono de la doctrina de contrainsurgencia, en el restablecimiento de democracias burguesas más o menos viables o gobernables. No lo ha logrado, pero ése es el objetivo que se pone a partir de los años ochenta.

Hay que observar que donde más se ha hecho sentir la ofensiva contrarrevolucionaria estadounidense es en Centroamérica, y justamente ahí es donde se ha ido avanzando en la construcción de ese tipo de democracias controladas, combinadas con la contrainsurgencia; tal es el caso de Guatemala, Honduras, El Salvador, junto con la ofensiva sobre Nicaragua. Por otra parte, otro elemento que tenemos que considerar como una carencia de la izquierda es la elaboración de una teoría que nos permita tener un proyecto claro para América Latina en la crisis internacional.

Un tercer elemento es la cuestión de la democratización. Este problema, en América Latina, corresponde a un cambio de la estrategia estadounidense, de la política imperialista ya iniciada con Carter a mediados de los setenta. Esto fue un factor que también debilitó a la izquierda revolucionaria, porque no tuvo respuestas adecuadas. El gobierno de Carter asumió, en lo más profundo de la crisis (interna y externa) de EE.UU., después de la derrota de Vietnam, una posición defensiva. Se da en EE.UU. un proceso de revisión de su estrategia internacional. Carter va a lanzar dos líneas buscando resolver esto: por un lado, una propuesta compartida de administración de la crisis internacional, la trilateral: es decir, la asociación de Europa y Japón al proceso de administración de la crisis; por otro lado, se propone ir desarmando los focos de posibles procesos revolucionarios. Esto consta en un informe de Sol Linowitz que sirvió de base para la política de Carter hacia Latinoamérica, donde se indicaba cuáles eran los problemas principales y se ponía como central el de Panamá, a partir de lo cual vino toda la revisión del acuerdo del Canal.2

La verdad es que se equivocaron, porque el problema no estaba ahí: estaba en Nicaragua, en El Salvador. Pero lo cierto es que hubo esa preocupación. Junto con ello se produjo la constatación de que las dictaduras militares, los regímenes de contrainsurgencia, no habían resuelto los problemas para los que fueron concebidos, no aseguraban gobiernos estatales que dieran cierta continuidad y tranquilidad a la administración de la crisis en América Latina. De tal manera que hay un alejamiento del gobierno estadounidense en relación a las dictaduras, choques incluso, fricciones que favorecen, contribuyen a los movimientos internos democráticos antidictatoriales que se iban desarrollando en la época. No es que los estadounidenses estuvieran realmente a favor de una democratización; lo que ellos estaban buscando —y los ideólogos de Carter lo plantearon muy claramente— era cómo llegar a administrar Latinoamérica de una manera más eficiente que a través de las dictaduras militares, que ya no ofrecían estabilidad y que creaban problemas de choques, roces cada vez más abiertos con EE.UU.

Entonces, en EE.UU. se postula la idea de las democracias «gobernables», las democracias vigiladas, democracias limitadas donde hubiera un elemento de tutela por parte de las FFAA sobre el juego democrático. Esto es lo que ellos llamaron «las democracias viables». Aunque limitado, el objetivo norteamericano era suficiente para ponerlo en conflicto con las dictaduras militares y, de cierta manera, obligaba o favorecía ciertos elementos de apoyo a las oposiciones burguesas en esos países. De tal manera que eso favoreció, abrió espacios para la lucha democrática en los países latinoamericanos. Esto lo hicieron, de todas maneras, muy pragmáticamente porque, para ellos, la democracia gobernable era una cuestión en Brasil, y otra cosa en Honduras o El Salvador. Es algo que varía según el grado de agudización de la lucha de clases en cada país y la posibilidad o no de manejo de la burguesía local en relación al Estado y al control sobre los movimientos de masas.

En los países de Latinoamérica, en los setenta, a partir de la derrota de la izquierda se van dando procesos de recomposición de los movimientos populares, de los movimientos de masas; una recomposición en la que tuvo una participación efectiva la izquierda, no tanto como organización —ya que estaba destruida, clandestina, disminuida en su capacidad de acción—, sino más bien a través de los cuadros desprendidos de esas organizaciones, que actuaban en los movimientos de masas que mantenían sus vínculos, que seguían actuando. Esto es lo que llamamos los «movimientos sociales», un tema central para la sociología latinoamericana, sobre todo para la izquierda, como elementos importantes a considerar para el análisis de la lucha de clases en esos países. Estos movimientos —al revés de lo que ocurrió en el pasado, en los años sesenta y principio de los setenta— no son movimientos sociales que tengan claramente una conducción de izquierda, sino que tienen bastante autonomía, toda vez que se crean fuera de la acción directa de la izquierda. Ésta, en tanto fuerza organizada, pesa poco para la recomposición de los movimientos populares, pero pesa enormemente por la cantidad de cuadros que aporta, que fueron formados por la izquierda revolucionaria. Esto obliga a la búsqueda de una relación nueva de los partidos, de las organizaciones de izquierda con los frentes de masas que tienen, hoy en día, una autonomía que no tenían antes. Así, entonces, junto a la cuestión teórica, que es un problema grave que hay que resolver, otro problema relevante es precisamente la redefinición de las relaciones de la izquierda revolucionaria con el movimiento de masas, con los frentes de masas, con los llamados movimientos sociales, sindicatos, las organizaciones de los barrios y poblaciones, con las organizaciones de mujeres, de estudiantes, etc.

Hay que repensar todo eso porque tenemos movimientos que se han formado de otra manera, que se han recompuesto de otra manera, pero que son movimientos abiertos para la izquierda. Ésta es una cuestión central a resolver. De cierto modo, siempre fue un problema para la izquierda, pero se tendía a resolver de una manera muy simple, en un solo sentido: de dominación del partido sobre el movimiento, pese a todas las discusiones. Eso no debería haber sucedido, pero ésa era la tendencia. Actualmente eso es un suicidio, porque los movimientos sociales realmente disponen de una autonomía, por lo que es necesario partir del reconocimiento de ese hecho para definir la relación de conducción que la izquierda puede tener en relación a ellos.

Por otra parte, esos movimientos van a encontrar espacios para desarrollarse, no sólo por las contradicciones que se están dando entre el imperialismo estadounidense y los gobiernos, las dictaduras, sino por el hecho también de que las mismas oposiciones burguesas van ganando fuerza, van creciendo, y las contradicciones interburguesas se van agudizando, sobre todo a partir de la segunda mitad de los setenta, por los efectos de lo que señalamos antes: la crisis mundial y sus repercusiones en la lucha de clases y en los procesos de democratización que empiezan en América del Sur en particular.

7. Crisis de las dictaduras
y procesos de democratización en el Cono Sur

Los procesos de democratización, de hecho, empiezan en 1980 en Perú; y van a seguir extendiéndose después, progresivamente, en Argentina, Uruguay y Brasil; no los vamos a analizar todos, pero haremos algunos señalamientos sobre el proceso en Brasil, porque es útil tener esto presente para la discusión.

La izquierda revolucionaria en Brasil estaba prácticamente derrotada en 1973: destruida, desmantelada, sus mejores cuadros asesinados, exiliados, realmente aniquilada como fuerza política significativa.

A partir de 1972 y 1973 se empiezan a sentir los movimientos de recomposición del movimiento popular, que van a tener una característica muy peculiar: sin una conducción de izquierda, bajo una dictadura muy violenta —porque el gobierno brasileño fue muy violento, produjo el aniquilamiento de la izquierda—, la represión, la coacción, la tortura y el terrorismo de Estado se hacen presentes con fuerza. ¿Qué pasa entonces? La masa se tiene que replegar a los reductos últimos donde puede resistir: la casa, el barrio, la fábrica. Intentarán recomponerse a partir de ahí, carentes de una conducción de izquierda, algo que sólo van a lograr progresiva y lentamente; pero eso va a dar como resultado un desarrollo bastante intenso y vigoroso del movimiento de masas, del movimiento popular. A partir de una posición defensiva se van reconstruyendo las bases de defensa ante la presión del Estado. Pero ese movimiento popular —en verdad son movimientos más corporativos; esto es una característica del movimiento de sectores altamente corporativizados, bien organizados, en la defensa de sus intereses inmediatos— está poco articulado con la lucha común y carece de un proyecto global. Además, esa característica común de autonomía, de una suerte de desconfianza frente a cualquier mecanismo de dirección que se le quiera imponer, lo hace extremadamente delicado a retomar una ligazón entre las organizaciones de izquierda.

Ese corporativismo se combina con movimientos que se fueron reconstruyendo desde la base hacia arriba, en una concepción de organización que tiene muy poco que ver con las ideas, con los modelos, con los conceptos de organización del leninismo. Más bien predominan el asambleísmo, el basismo, y en sus ideas son un poco espontaneístas.

Este fenómeno en Brasil ha dado como resultado, en términos de partido, que las organizaciones de izquierda, independientemente de la fuerza real que tengan (por ejemplo el PT), intentarán y lograrán implementar una fórmula de construcción real de partido. El PT se entiende —a diferencia de cómo se estudian las organizaciones de antes, que se conformaban como organizaciones de revolucionarios para actuar sobre el movimiento de masas— como emanación del movimiento de masas, un partido que se construye de abajo hacia arriba, lo que crea enormes problemas, naturalmente, porque choca con la concepción de partido leninista.

En algunos sectores del PT, por las necesidades organizativas propias de la conducción, en la construcción del partido se ha ido arribando hacia fórmulas que, sin estar necesariamente adscritas formalmente al leninismo, se acercan a los métodos leninistas de conducción, organización y dirección. Pero eso es muy resistido por amplios sectores de dicho partido, que lo ven casi como un resultado del movimiento de masas y, por lo tanto, determinado por las dinámicas del movimiento de masas en su base. Eso ha hecho que el PT haya sido muy eficaz en la organización de los movimientos populares. En el plano sindical, la central que formó el PT, la CUT, es sin duda la más dinámica, la más combativa, la que más crece. Pero, por otro lado, esto no le ha permitido al PT construir una alternativa política en la situación brasileña actual. El PT es un excelente instrumento de organización popular, pero no una alternativa de poder; y no se lo plantea, no se proyecta como tal hasta hoy; incluso su proyecto político es el mínimo posible, pero es el principal partido de izquierda en Brasil.

El PT es el resultado de ese proceso objetivo que resulta de la derrota histórica de la izquierda y de la manera en que se recompusieron los movimientos populares en Brasil. Algo de eso se puede ver también en la evolución de los partidos de izquierda mexicanos, en lo que ahora se llama Partido Socialista Mexicano (PSM), como resultado de la fusión de varios partidos, incluido el PC. Es el único país donde el PC se autodisuelve en un partido más amplio, en el que se juntan corrientes de la izquierda revolucionaria y no revolucionaria, como el PC. Este partido también tiene ese problema: cómo manejarse, cómo vincularse, cómo conducir los movimientos populares. ¿Cuál es el problema que se presenta? Que como resultado de los movimientos populares, como es el caso del PT, muchas veces tienden a desarrollarse más mecanismos de tipo aparatista, etc.

En la misma línea, debido a las derrotas de las izquierdas y la presión del movimiento de masas, surgen los frentes de izquierda, tipo Izquierda Unida en Perú, Izquierda Unida en Chile, Frente Amplio en Uruguay. Al mismo tiempo, tenemos un fenómeno importante: una modificación, un viraje en la posición de los organismos coordinadores que empieza con los PC de Centroamérica, particularmente el salvadoreño y el guatemalteco. Pero que con el viraje del PC chileno alcanza una dimensión mucho mayor por el alcance que tiene. El PC argentino ejecuta un viraje radical y realmente se hace una autocrítica despiadada: jamás se ha visto algo así. Es una revisión total del pasado e incluso una revisión de su política hacia el Che Guevara. Son todos estos los factores que debemos considerar.

La izquierda revolucionaria hoy en día tiene un muchos desafíos, y muy grandes; el reto es cómo relacionarse para establecer un nuevo tipo de vinculación adecuada, para conducir el movimiento de masas que se va recomponiendo, y que es importante, tal vez más importante que en el pasado. La cuestión es establecer una relación distinta, posible en la mayor parte de los países, con los PC. No es el caso del PC brasileño, que está a la derecha; diferente es la situación en Centroamérica, a partir de la situación en El Salvador, y que se ha extendido hacia el Cono Sur, como en el caso de la Izquierda Unida peruana, el caso chileno, el caso colombiano. Es decir que se viene extendiendo el problema de la unidad de la izquierda con elementos nuevos que no estaban presentes ni en los cincuenta, ni en los sesenta, ni siquiera en los setenta. Son elementos nuevos que tenemos que considerar y trabajar, entendiendo que la posibilidad del desarrollo de la izquierda revolucionaria pasa por la solución de los problemas a los cuales está enfrentada.

En el caso brasileño, la derrota de la izquierda en 1973 y el principio de recomposición de los movimientos populares; el proyecto de institucionalización de la dictadura; el choque con EE.UU.; la pérdida del dinamismo de la economía brasileña después de los setenta (no se puede hablar todavía de crisis, que empieza en los ochenta); y, por lo tanto, las contradicciones interburguesas agudizadas, van a llevar a una modificación de la política de la izquierda, que se niega a tener participación bajo cualquier forma institucional, en cualquier proceso electoral, sobre todo el planteado por la dictadura. Ésta había disuelto todos los partidos; había creado sólo dos: el partido de gobierno y el partido de oposición (de la oposición burguesa). Hasta 1974, las elecciones daban una mayoría aplastante al partido de gobierno, porque la oposición burguesa era débil y porque la izquierda se negaba a cualquier tipo de participación en los procesos electorales, tomando siempre como consigna el «voto en blanco o nulo». No obstante, en Brasil, la gente tiene que votar, está obligada a votar por Ley. La consigna de la izquierda de voto en blanco o nulo significaba no meterse en los problemas interburgueses. Pero con la derrota de la izquierda en 1973 y el anuncio de la dictadura de que iba a iniciar el proceso de institucionalización con elecciones libres, la izquierda cambia de posición y llama a votar. El Movimiento Democrático Brasileño (MDB) era el partido de oposición: una fuerza pequeña, débil numéricamente y con una débil posición antidictatorial 3. El resultado fue una votación espectacular para el MDB; en buena parte, por responsabilidad de la izquierda. Eso dicen los cálculos, debido a que los votos nulos y blancos, que eran más o menos un tercio de la fuerza electoral que tenía la izquierda, se convierten en votos políticos para el MDB, y cada vez crece más y funciona como un Frente Amplio de lucha democrática, presionando sobre la dictadura para la democratización.

La dificultad se presenta porque, cuando la izquierda hace eso, lo hace en los diferentes sectores, grupos y cuadros, pero no piensa, no precisa bien el problema. Además, no tiene condiciones para plantearse como una fuerza independiente en ese proceso para asumir fuerzas, para sacar a la dictadura, pues la izquierda no actuó como fuerza independiente. Se mete al MDB, lo infiltra con sus posiciones; llega incluso, en determinados momentos, a tener peso en las dinámicas del movimiento. Sin embargo, progresivamente, el MDB le va imprimiendo la dinámica a la oposición burguesa. Al llegar al término del proceso de 1979, después de las elecciones de 1978, pero sobre todo a partir de 1979, con la amnistía y la aprobación de los nuevos partidos, el MDB está totalmente bajo hegemonía burguesa.

Eso es lo que lleva a la escisión del MDB en dos partidos: el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que es hoy [1989] el partido dominante del gobierno, con una enorme mayoría en Brasil, y que es un conglomerado de fuerzas dispares con hegemonía burguesa; y el Partido de los Trabajadores (PT), como fuerza de izquierda más consistente. Por otro lado está Leonel Brizola con un proyecto más personal: el Partido Democrático Laborista (PDL), que se apoya en ciertos cuadros y grupos de izquierda. O sea, hay dos partidos populares en Brasil efectivamente: el PDL y el PT. Los pequeños partidos de izquierda que restaban, como el PC, el MR-8, etc., quedaron subordinados a la hegemonía burguesa del PMDB.

Señalamos esto porque es importante ver cómo el proceso de resistencia por parte de la izquierda, de no aceptación de los marcos legales-institucionales de lucha, de oposición dentro del régimen para provocar su reemplazo por otro régimen que brinde mejores condiciones de lucha, se realiza en Brasil de una manera muy equivocada; esto se puede explicar por la pérdida de cuadros dirigentes, por la situación represiva, pero es equivocado. En la medida en que la izquierda no actúa como fuerza independiente, sino más bien a partir de un frente amplio que va progresivamente poniéndose bajo la hegemonía burguesa, termina diluida en la iniciativa de esta última.

8. Los desafíos actuales de la izquierda revolucionaria
en América Latina

Conviene hacer ciertos señalamientos que son parte de los retos más generales: los desafíos que la izquierda revolucionaria latinoamericana tiene que enfrentar hoy.

En el caso de Chile, esto asume un carácter más serio, más profundo, porque Chile tiene ciertas peculiaridades que pueden explicar y permitir entender por qué la dictadura chilena se mantiene. Por un lado, la reconversión económica: la transformación de la base económica chilena fue mucho más profunda que en cualquier otro país bajo la dictadura militar; y eso implicó un cambio radical en la estructura de clases, porque la base económica es la base de la reproducción social de las clases.

Hoy en día, el campesinado chileno, el proletariado, las clases medias chilenas, son muy distintas de las que eran hace 10 o 15 años, y eso tiene que ser estudiado y asimilado como una cuestión capital. Otra cosa, todavía más importante —porque no se trata solamente de saber que los movimientos populares, sobre una base social relativamente modificada, se han venido reafirmando con cierta independencia de la izquierda como ocurrió en Brasil y Argentina— es el hecho de que los movimientos sociales tienen una base objetiva distinta, que ha sido transformada durante el período dictatorial de manera mucho más radical que en los otros países. Entonces, el problema de estudio de los movimientos sociales y la manera de relacionarse con ellos es muy agudo para la izquierda chilena, y aún más que para la izquierda de los demás países.

Por otra parte, ese gran cambio económico y social chileno se hizo con la relativa permanencia de la superestructura política, incluso con la permanencia del cuadro partidario chileno, que si bien ha sufrido algunas transformaciones, básicamente no ha sido transformado. En el caso chileno, la izquierda sigue teniendo vigencia en sus organizaciones, con sus partidos. No ha sido destruida como en los demás países —como en Argentina y Brasil—, sino que mantiene una línea de continuidad, con modificaciones, que tiene que sufrir inevitablemente en etapas como éstas; pero probablemente está ahí la razón, la dificultad para echar abajo a la dictadura, porque los mismos estadounidenses tienen hacia Chile una política distinta de la que tuvieron hacia Brasil y Argentina. En algunos momentos avanzan un poco presionando a Pinochet para una apertura política, para que haya un espacio partidario de izquierda. De ahí que la izquierda se mantenga viva y capaz —en un proceso de apertura, como se ha visto en otros países— de avanzar, de crecer. Es evidente que en el caso de una apertura chilena, con la caída de Pinochet, la izquierda va a tener un espacio amplio de desarrollo; y, en ese sentido, es más peligrosa que las otras, porque mantiene su estructura organizativa, tiene una relación de continuidad con el pasado; ha conservado mayor número de cuadros, ha creado cuadros nuevos en el resurgimiento de sus estructuras partidarias y, sin duda, es un peligro mayor que cualquier otro país en América Latina.

Ruy Mauro Marini

Notas

  1. El Movimento Revolucionário Tiradentes (MRT) fue fundado en 1969 por Devanir José de Carvalho, como un desprendimiento del PCdoB. [N. del E.]
  2. El Informe Linowitz fue el segundo de una serie de informes de la Comisión sobre las Relaciones Estados Unidos-Latinoamérica, presentado por Sol M. Linowitz al presidente Carter, en 1976. [N. del E.]
  3. El Movimiento Democrático Brasileño fue fundado el 24 de marzo de 1966, durante la dictadura militar, en un momento de obligado bipartidismo. [N. del E.]

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