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El alza del petróleo: la responsabilidad de Estados Unidos

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Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 30 noviembre 1977.


Al acercarse el fin del año los pronósticos sobre la situación de la economía mundial en 1978 se van haciendo cada vez más sombríos. Los más optimistas ya no sueñan con una posible recuperación sino para fines del año próximo, quizá 1979; los más pesimistas prevén, para el mismo período, una recesión similar a la de 1974‑1975. El descalabro que sufre, en estos momentos, el sistema monetario, a raíz de la nueva baja del dólar, y la elevación casi inevitable que se augura para el precio del petróleo, no hacen sino ensombrecer aún más las perspectivas del futuro inmediato.

Sin embargo, por mucho que los gobiernos de los países capitalistas desarrollados, sus agencias financieras, sus expertos y sus medios de comunicación traten de hacer creer en la importancia decisiva de esos dos fenómenos, estos no son sino efectos de causas más profundas. En última instancia, estas se reducen a la feroz competencia que libran entre sí los tres gigantes de la economía capitalista mundial: Estados Unidos, Alemania Federal y Japón. Esa competencia ha llegado tan lejos que, la semana pasada, alarmado ante el desplome del dólar que arrastró consigo al franco, el periódico Le Monde pidió a gritos un acuerdo político, entre gobiernos, para hacer frente a la situación.

Esta sugerencia peca por su ingenuidad. El acuerdo político ha sido buscado por el presidente Carter desde que asumió el gobierno y ha fracasado sistemáticamente por la sencilla razón de que las proposiciones norteamericanas no consultan los intereses de Alemania y Japón. En síntesis, lo que desea Washington es que estos países promuevan una política de expansión económica y revalúen sus monedas; lo que, en buen cristiano, significa que aumenten sus importaciones y restrinjan sus exportaciones para que Estados Unidos logre resultados simétricamente inversos.

Tanto Alemania como Japón han atendido a medias las exigencias norteamericanas. Lo han tenido que hacer, además, puesto que su renuencia les significa tener que cargar con el costo de la agresiva política de Estados Unidos. Este país, al promover un déficit comercial exagerado (30,000 millones de dólares previstos para este año, contra 22,500 millones el año pasado y 9,000 millones en 1975) y el consecuente déficit de pagos (18,000 millones de dólares estimados para este año), infla el mercado de dinero, empuja hacia arriba la tasa internacional de inflación y provoca, en la práctica, el deseado efecto de revaluar el marco y el yen. Para moderar estos resultados, los bancos centrales europeos y japonés han debido comprar, la semana pasada, cerca de 2,000 millones de dólares.

 Sin embargo, pese a lo que cree Milton Friedman, no todo en economía se resuelve con la política monetaria. El dólar ha bajado; a su vez, las importaciones alemanas y japonesas han crecido este año (menos las primeras, que registraron alza de 2%, que las segundas, que subieron en 10%). Pero sus exportaciones han progresado aún con mayor rapidez: 7% las alemanas y 19% las japonesas. Nada, pues, ha cambiado y Estados Unidos no encuentra nada mejor que emplear con mayor fuerza aún su “guerrilla del dólar”.

La insistencia norteamericana en usar el dólar como ariete contra las defensas de Alemania Federal y Japón no deja otra alternativa a la OPEP sino aumentar el precio del petróleo y contribuir así a agravar la inflación mundial. En efecto, la mayor parte de los países productores de petróleo usan el dólar como moneda para sus pagos en el exterior, razón por la cual la caída de la divisa norteamericana tiene como secuela inevitable el aumento del precio del crudo. Es por lo que los llamamientos de Estados Unidos a los países de la OPEP para que mantengan el actual precio del petróleo carecen de toda seriedad: no es la OPEP, sino Estados Unidos, el que debe responder por el alza que se avecina.

Ruy Mauro Marini


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