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Reedición de “El Principito”: las dictaduras hacen girar el sol

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 25 enero 1978.


Al establecer sus proyectos de institucionalización, las dictaduras militares latinoamericanas no lo han hecho por iniciativa propia. Un factor que aceleró su formulación y su puesta en marcha fue, sin duda, los nuevos aires que parecieron soplar desde Washington, al asumir Carter la presidencia norteamericana, y que pretendieron hacer creer en un posible retiro del apoyo de Estados Unidos a los regímenes de contrainsurgencia que, con su activa participación, se han impuesto a la región, a partir de mediados de la década pasada. Sin embargo, el acercamiento entre el nuevo gobierno norteamericano y las dictaduras militares, logrado mediante varios pasos y consagrado en la reunión de los titulares de éstas con Carter, en Washington, por ocasión de la firma del nuevo tratado del canal de Panamá, puso dos cosas en evidencia: primera, que Estados Unidos acepta que sean las dictaduras mismas las que conduzcan la institucionalización, estableciendo sus modalidades, plazos y límites; segunda, que las causas profundas de esa institucionalización tienen muy poco que ver con los cambios de la política exterior norteamericana.

En efecto, el entendimiento concretado entre los regímenes militares y el Gobierno norteamericano no ha frenado ni mucho menos la lucha democrática del movimiento popular en los países afectados, la cual constituye el verdadero motor de los cambios que se están operando en Latinoamérica. Desde este punto de vista, los proyectos de institucionalización de las dictaduras no es sino la contrapartida de esa lucha y un intento por someterla a los intereses de las clases dominantes y sus agentes: las élites tecnocrático‑militares que detentan el poder. La prueba de ello es que el movimiento de masas, según la fuerza que logra desarrollar, puede poner a dichas élites en la situación de aquel ridículo personaje de Saint‑Exupéry, que el pequeño príncipe encuentra ordenando al Sol que se levante o se ponga, a la hora de la madrugada o del crepúsculo.

Es lo que acaba de demostrar el pueblo boliviano. Su decisión de lucha, la capacidad de sus legítimas direcciones de organizarse en la clandestinidad, para desde allí actuar, han puesto al general Hugo Bánzer en la ridícula situación de decretar huelgas desde el Gobierno, en el momento en que el país comenzaba de hecho a paralizarse por acción de las huelgas que llevaban a cabo los obreros, mineros y fabriles; a dictar una amnistía amplia —tras, en un perverso pataleo, mandar a las fuerzas del orden apalear a algunos niños, mujeres y religiosos— en un momento en que no atender a esa exigencia nacional podría haber significado la crisis definitiva de su tambaleante gobierno; y, ahora, a anunciar, por boca de su ministro del Trabajo, la inminente legalización de los sindicatos, cuando ya la agrupación sindical más poderosa del país: la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) ha renunciado a la clandestinidad, con sus dirigentes ofreciendo públicamente en La Paz una conferencia de prensa.

Los hechos de Bolivia nos están mostrando que, más allá de las modalidades y plazos electorales fijados por los militares, de los seudoplebiscitos que realizan, de las constituciones que mandan escribir, sus proyectos de institucionalización no son sino el reflejo de la lucha de las masas. Son como las órdenes que daba al Sol el reyezuelo de Saint‑Exupéry, ignorando hasta que el día y la noche que él creía provocar no eran sino el resultado del movimiento del planeta que lo sustentaba en el espacio. Así como se tiende a olvidar en nuestra América Latina, perdida en una exaltación hegeliana del Estado, que éste no es sino el resultado de las fuerzas que constituyen la sociedad real.

Los obreros bolivianos no se han dejado confundir. Ellos saben que, cualesquiera que sean los deseos y los planes de los regímenes militares y del Gobierno norteamericano, éstos influyen mucho menos en lo que será el futuro político de la región que la determinación con que, en los diferentes países, los trabajadores y el pueblo marchan en pos de una verdadera democracia.

Ruy Mauro Marini


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