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Especulación financiera: el precio de la dependencia

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 20 de diciembre de 1978.


La especulación financiera en Brasil, que comenzara a ganar cuerpo en 1976, se aceleró notablemente en 1977, para alcanzar este año proporciones alarmantes. El desvío de fondos hacia ese fin genera una aparente escasez de dinero, pese a las emisiones monetarias crecientes, lo que se traduce en el aumento de las tasas de interés y su repercusión en la inflación, así como en el incremento de las ganancias del gran capital, junto a quiebras de empresas y reducidas tasas de crecimiento económico.

En la complicada red de la especulación, podemos distinguir, primero, la participación de los bancos comerciales, quienes desvían los depósitos de sus clientes para aplicaciones en el mercado de títulos y, luego, alegando escasez de fondos, empujan a las empresas necesitadas de capital de giro a buscar a los bancos de inversión o las sociedades financieras. Los bancos de inversión, surgidos para financiar la producción, hacen sus préstamos a altos intereses, exigiendo además una suma considerable como “garantía”, de la cual una parte queda retenida como depósito; en consecuencia, mientras la empresa ve disminuidos sus recursos y debe recurrir de nuevo al endeudamiento, el banco se apropia de recursos que puede aplicar, por ejemplo, en la compra de títulos emitidos por las financieras. Estas, que tienen como misión financiar ventas, comprando al comercio los documentos firmados por el consumidor y emitiendo en contrapartida letras de cambio, se han convertido de hecho en fuente de emisión indirecta de dinero, al pasar a emitir letras de cambio sin lastre.

El dinamismo ficticio creado por este juego provoca una escasez artificial de dinero, que el Gobierno suple mediante la emisión de moneda o la compra de sus propios títulos. Pero, a medida que se acelera el giro del dinero y crece su masa, el Gobierno emite nuevos títulos, para absorber parte de la circulación, los cuales empero sólo son aceptados por los especuladores mediante altas tasas de interés. Con ello, el capital financiero convierte al Estado en el sostén por excelencia de la especulación, al tiempo que lo obliga a hipotecarse: su deuda interna es actualmente de casi 16 mil millones de dólares, mientras que su deuda externa alcanza ya la cifra de 40,000 millones de dólares.

Esa especulación desenfrenada (y garantizada por el Estado) atrae al mismo capital industrial, que busca aumentar sus ganancias e incluso compensar las eventuales pérdidas que haya tenido: en 1977, ese fenómeno se manifestó en todos los principales sectores económicos, involucrando a empresas privadas y estatales, y se estima que una de cada tres de las 400 mayores empresas del país tuvieron ganancias no operacionales superiores a sus ganancias operacionales, es decir, las que se obtuvieron a través de la producción. Se ha observado también que las empresas extranjeras y estatales, que obtienen crédito fácil en el exterior, han tomado prestado más allá de sus necesidades de inversión, es decir, han servido para repasar al mercado interno de dinero capital especulativo extranjero.

La especulación es consustancial al sistema capitalista y se acentúa en los períodos de crisis, cuando, ante la baja de la cuota de ganancia industrial, el capital no se aplica a las actividades productivas. En el caso de Brasil, esa ley general adquiere una especificidad: por haber basado su desarrollo en el capital extranjero, la economía brasileña (y su Estado) tienen que seguir asegurándole a éste ganancias elevadas, so pena de provocar su contracción y, en consecuencia, la bancarrota financiera. La especulación financiera se convierte así en el precio que, en un período de crisis, el capital extranjero le cobra a Brasil por su desarrollo dependiente.

Ruy Mauro Marini


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