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En Brasil: los estudiantes y la lucha antidictatorial

Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini. Publicado en El Universal, México, miércoles, 28 de febrero de 1979.


En las luchas que libra, actualmente, la oposición popular contra la dictadura brasileña, la juventud universitaria representa un destacamento aguerrido. Recoge, en este sentido, una tradición que viene del movimiento por la abolición de la esclavitud, en el siglo pasado; de la campaña por la redemocratización bajo la dictadura de Vargas, y de las luchas por las reformas de estructura y la independencia nacional, en el período de Goulart. Ahora, los estudiantes brasileños empujan con fuerza el movimiento en favor de una amnistía amplia e irrestricta, así como del restablecimiento de las libertades ciudadanas, al tiempo que levantan sus propias reivindicaciones académicas.

Su grado de movilización se explica, en buena medida, por el hecho de que representen una masa creciente en el marco de estructuras educativas en deterioro. De 150,000 que eran en 1963, en vísperas del golpe militar, suman hoy casi dos millones, habiendo aumentado en más de mil por ciento, a una tasa media de 20 por ciento al año. Esa notable expansión no ha acompañado, sin embargo, el aumento de la demanda de educación creada por la juventud, a la cual la universidad opone la barrera del examen de ingreso. Aunque la tasa de rechazados haya bajado, situándose en torno a un 40 por ciento, lo hizo a un ritmo menor que del aumento de la demanda, lo que se traduce en una cantidad creciente de jóvenes que se ven privados de oportunidades de educación.

El examen de ingreso, aunado a la deficiente enseñanza media, ha engendrado los llamados “cursillos”, instituciones paraeducativas a que recurren los aspirantes a ingresar a la universidad. Esos cursillos son explotados por grupos privados y llegan a contar con hasta 30,000 alumnos, que deben pagar una mensualidad de unos 40 dólares. Ello explica que la educación superior sea altamente discriminatoria: un 80 por ciento de los estudiantes pertenece a la clase media y alta, quedando el restante integrado en su casi totalidad por la baja clase media.

El régimen militar ha tratado de resolver la presión de la demanda por educación abriendo el sistema a la inversión privada. Hacia 1972, las instituciones federales habían bajado su participación en la absorción de matrícula, de un 45 por ciento que tenían, en 1966, a un 24 por ciento. Mientras tanto, se acentuaba la carencia de profesores, dado que ante el aumento de la matrícula, su número creció a una tasa muchísimo menor, inferior al 10 por ciento anual.

Esa aplicación de la “economía de mercado” a la enseñanza superior, además de degradar la calidad de la enseñanza y hacerla más discriminatoria, ha generado también anarquía: favorece el aumento de carreras no reconocidas (un 30 por ciento del total, en 1974) y la expansión de la matrícula en carreras con reducido mercado de trabajo. La inadecuación entre éste y el sistema educativo se ha tratado de compensar mediante el desarrollo de la “ultrauniversidad”, es decir, los cursos de postgrado, que benefician a una minoría: menos del 2 por ciento de la matrícula en licenciatura.

Todo ello ha puesto en crisis a la universidad brasileña y ha acentuado la insatisfacción de los estudiantes, que sienten además el peso de la doctrina oficial de la seguridad nacional. Esta se aplica tanto a nivel de la represión a estudiantes y profesores, coartando la libertad de enseñanza, como al de su mismo contenido, imponiendo a los planes de estudio la orientación de los militares. Se comprende así que las reivindicaciones académicas se hayan unido, para los jóvenes, a la lucha por las libertades cívicas, motivando su participación activa en el movimiento democrático que se desarrolla en el país.

Ruy Mauro Marini


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